Tengo que confesar que tenía una deuda muy personal con Cartagena y La Mar de Músicas. Muchas ediciones queriendo venir, pero siempre se cruzaba en el calendario veraniego de festivales alguna responsabilidad de la que no podía escaparme. En 2017, con mi querido Franco Battiato como indiscutible cabeza de cartel, quise saldar cuentas pendientes, pero, ay, otro giro de guion de última hora y de nuevo nos tocó naufragio. La herida se hizo incicatrizable cuando, pocos meses después de que el cantautor italiano sellara una noche histórica más en el Auditorio Parque Torres, anunciara su retirada definitiva de los escenarios. El destino ha querido que en esta nueva normalidad de 2021, el triste año de la muerte de Battiato, en la 26ª edición del festival, por fin arribemos a una La Mar de Músicas donde aún resuenan los ecos de aquel “Voglio vederti danzare” eterno.
Con la clara misión en el ambiente de recobrar el tiempo perdido, danzare, cantare y disfrutare aunque sea sentado, con mascarillas y distancias de seguridad en aforos acordados (impecable la seguridad y organización), comienza una edición especial de La Mar de Músicas casi íntegramente nacional. Las circunstancias mandan, pero no se escatima un ápice en mimo y pasión, con ese espíritu intacto del añorado Paco Martín (renombrado el escenario principal con su nombre) como bandera, presente en cada rincón y detalle de una programación que roza la perfección.
Con esos mimbres echa a navegar La Mar de Músicas en un primer fin de semana soñado, mezclando raíces y modernidad en una verbena de las que no se olvidan. De la personalísima folktronica gallega de Baiuca, al andalucismo comprometido y festivo de Califato ¾, pasando por la resignificación de himnos de Fuerza Nueva. Los vientos del sur siguen mandando con la expresividad de Maria de Juan y la tormenta eléctrica de los cada vez más gigantes Derby Motoreta's Burrito Kachimba, para rematar con esa alegría única que cala hasta los huesos, en un fin de fiesta con regusto a vino de Chiclana y cachitos de hierro y cromo, Kiko Veneno y la banda del retumbe inda house. Enamorados de la vida, aunque a veces duela, porque, aunque nuestro barco sigue sin tomar puerto, el vaivén de las olas prosigue su curso y nos llegan los ecos de la omnipresente y única Rocío Márquez, con Canito al toque, alcanzando el festival uno de sus indiscutibles clímax, extendiéndose la magia con el maestro y galardonado este año Jorge Drexler, compartiendo escenario y conjuros con Rocío, con recuerdo a Morente incluido. La mirada caleidoscópica de La Mar de Músicas deja huellas también con actuaciones vibrantes de artistas en auge como Queralt Lahoz, la dulzura de encrucijada pop-folk de Yarea y Travis Birds, o el eclecticismo de luciérnagas resplandecientes de Maria Rodes. Sin olvidar los ricos ritmos y recuerdos rurales de Fetén Fetén o Vicente Navarro, pasando por la fiesta gallega empoderada de pasado y futuro con Tanxugueiras, el magnetismo electrónico-folk de Rodrigo Cuevas, la desinhibida sensualidad urbana de una Yseult que dará mucho que hablar o la delicadeza sublime de un Rufus Wainwright cada vez más inconmensurable.
La guitarra flamenca rompe fronteras con Antonio Rey, y la distorsión, el misticismo y el “ecstasis” llega con Raül Refree y el quejío inclasificable de Niño de Elche.
Otras cumbres de sensaciones las pone con su corazón cromado y estado de gracia Sen Senra, mientras que el sabor mediterraneo se desborda con la eterna Maria del Mar Bonet, seguida de la garra rockera a fuego lento de Quique González y una noche con aroma a americana.
Por fin tocamos puerto y echamos ancla el jueves 22, con los cantos de sirena y polifonías electrónico-celestiales de Tarta Relena de fondo y degustando nuestras primeras marineras.
Israel Fernández y Diego del Morao, con Los Mellis a las palmas, cajón y jaleos, suponen el estreno de nuestros cinco sentidos en la Terraza de la Muralla de El Batel. Israel Fernández tarda segundos en demostrar ese duende natural que solo poseen los más grandes, arrancando por tientos y enlazando tangos con una maestría y espontaneidad abrumadora, acompañado de un Morao galáctico y unos Mellis que rezuman compás por los cuatro costaos. Desgranan su sobresaliente Amor (20) y cincelan el atardecer a base de soleares, bulerías y una “Seguiriya del desvelo” que aprieta el pecho y desata oles y lágrimas bajo las gafas de sol. Israel remata por fandangos (dedicado por Morao a los mosquitos, que no le dan tregua), dejando el listón del jueves por encima de las nubes.
No hay tiempo entre conciertos (el único “pero”) y llegamos al Patio del Antiguo CIM a por nuestra porción de Sanación (20) con María José Llergo, que recibe antes del recital el I Premio Paco Martín, a la artista revelación de las músicas globales. En el cielo estábamos y en el cielo seguiremos. Se abren en la noche dos ojos negros donde Cartagena al completo se quiere perder. Y nos perdemos y encontramos una y otra vez en su dulzura y poderío, de la brisa fresca y libre que hiere y sana en “A través de ti”, al quejío de marca divina que deja atrás todo miedo en “Niña de las Dunas”, pasando por esa letra popular que reluce como nunca en su boca, “Soy como el oro, mientras más me desprecias, más valor tomo”. Parece que la noche pudiera reventar de tanto arte en cualquier momento. El público respira y suspira al compás que marcan sus pestañas, pura autenticidad, simpatía y humildad en cada movimiento. De la telaraña cósmica de “El hombre de las mil lunas”, avisándonos antes de que: “Si os rompen el corazón, llorad, pero no mucho”, a ese irresistible balanceo que, ni la luna, que de emoción quiere ser llena antes de tiempo, puede zafarse con el vaivén atmosférico de “Péndulo”. Los teclados y sintes toman protagonismo, relevando a una omnipresente y magistral guitarra. Beyoncé de la mano de la Paquera por momentos. “¿Pa qué contar los lunares de tu cuerpo, / si tú pa brillar llevas tres lunas por dentro?” y adelanta por la derecha a Rosalía. Una “(La) luz” que serpentea entre el público como si de una estrella fugaz inapagable se tratara. Repique de palmas colectivo, las penas se borran y si Llergo se va, no vamos con ella. “A mis gitanos y a su legado, que no me los toquen”. Bandera romaní entre las butacas y una “Tu piel” a corazón abierto. Recta final con una “Nana del caballo grande” antológica y huracán que gira por seguiriya y nos centrifuga por dentro en “Me miras, pero no me ves”. El público en pie y la ovación es interminable. Desgraciadamente no hay tiempo para más, se encienden las luces y apaga el sonido… Pero a la voz no hay quien la pare y los verdaderos milagros, son los que se hacen carne: a capella y sin micro una “Nana del Mediterráneo” que será ya para siempre historia viva de La Mar de Músicas.
Llegamos al Auditorio Paco Martín del Parque Torres con la piel aún erizada y, ¿qué más se le puede pedir al día? De milagro a “Milagro”. Maria Arnal i Marcel Bagés abren con la pieza inicial de su sobresaliente Clamor (21) y todo se desarrolla como si un platillo volante aterrizara en el auditorio y de él salieran unos seres mágicos que nos envuelven en un trance que quiebra toda realidad. “Volver a empezar de nuevo, aunque el viento sople de cara, / si hay tempestad, ahora calma. / Volver a sentir el fuego, vivir como si fuera juego…”. Si no es difícil defender que estamos ante el disco del año, más fácil es aún decir que pocos directos te pueden atrapar y remover tanto como este. Los juegos de luces y sombras aumentan la ensoñación continua en la que nos sumergen de principio a fin del show, con Marcél y David Soler tejiendo atmósferas imposibles a las guitarras y sintetizadores, mientras Arnal y sus dos coristas inseparables flotan como sirenas espaciales, haciéndonos orbitar en un manto de armonías vocales, celestiales y fantasmagóricas, que crecen de sus bocas como enredaderas de neón infinitas en la noche. Así nos hacen rápidamente “Jaque” y caemos rendidos a sus pies, “escuchamos profundos y sentimos ese clamor”, el que habita ya para siempre en sus adentros y en los nuestros. Cartagena “deja la queja convertirse en sonido río vivo al respirar” y tiembla hasta el último cimiento del planeta en un “alza la voz” colectivo y abrasador. No hay pausa posible en este viaje sideral a flor de piel y seguimos levitando en la maravillosa “Cant de la Sibil·la”, para entrar luego en un continuo romper techos de emoción que deja quemaduras y cicatrices en la memoria: De una “La gent” en la que Maria parece estar poseída por el espíritu de la Björk más salvaje, a ese hermosísimo y doloroso “Ball del vetlatori”, para pasar en el siguiente aleteo, de la muerte, al renacer de “A la vida”.
La rave de electrónica y pop alienígena sigue latiendo desde el centro de la Tierra en “Bienes” y en una “Canción total” en la que Maria nos sobrevuela una y otra vez. Y no, “no se puede huir si el incendio arde por dentro”, así que, por mucho que nos aferramos a nuestros asientos, danzamos como cometas sin control en “Tras de ti”, pasando por la adictiva sensualidad de “Fiera de mí” o en ese interior laberíntico de “Meteorit ferit”, en el que nos fundimos sin remedio… Y claro, nos derretimos encadenados con nuestras almas gemelas en esa verbena y galaxia de llamas azules hecha canción, “Tú que vienes a rondarme”. Un jueves perfecto que termina con “todo lo que no ves y es”, la magia de “Ventura” como broche de una jornada de ensueño.
Nuestro caluroso viernes naufraga entre vermut y cerveza helada, con el buen hacer de Juan José Robles y su banda poniéndole banda sonora a la brisa fresca (vida extra) en la terraza del Real Club de Regatas. Con melodías de Tiempo de espera (16) y su último In-Quietud (19) asentadas en nuestros oídos, recorremos las calles históricas de Cartagena y asumo mi adicción a las marineras.
La tarde es de Los Hermanos Cubero y de su honesto cancionero, centrándose en su flamante álbum Errantes telúricos (21). Bordan cada interpretación con la simpatía y maestría que les caracteriza, con colaboración sorpresa de Juan José Robles en el festín de cuerdas. De “La boda y el entierro”, a “Problemas a los problemas” o la infinitamente hermosa (menos sin Rocío, todo sea dicho) “Canción para un final, canción para un principio”. No faltan otros clásicos como “Trabajando en la MCA” o “Fabricando buenos tiempos” de Arte y orgullo (16), además de estrujarnos el corazón con piezas del imprescindible Quique dibuja la tristeza (18). Son muy grandes y lo que dibujan en el atardecer es una gran sonrisa.
Con esa alegría recorremos de la mano el puerto de Cartagena y nos chocamos de pleno con nuestro descubrimiento en esta edición número 26 de La Mar de Músicas: Silvana Estrada. Ya andábamos sobre la pista de la joven artista mexicana, pero en directo es una fuerza de la naturaleza que nos conquista en un parpadeo. Por ella nos vamos “Al norte” o al sur sin pensárnoslo dos veces. Con su sempiterno cuatro venezolano y bien acompañada a los teclados y percusiones, para las manecillas del reloj en una interpretación de “Para siempre” que corta la respiración, seguida de una bellísima “Sabré olvidar” y una versión del “Amor eterno” de Juan Gabriel que hace suya. Es de noche, pero su cara y su piel iluminan cada vez más y, con Jose Alfredo y Chavela bajo sus alas, vuela su voz en una “Marchita” en la que nos entrega el corazón a cada verso. Vencemos la distancia entre recuerdos que se evaporan y volvemos a “Casa” bajo una tormenta final de folclore y loops de voz huracanados, dando paso a un canto a la esperanza y el amor en “Se me ocurre”. Y sí, esta vez ganan los buenos. Ni la calurosa noche puede con ella: le encantaría poder abanicarse y tardan segundos en regalarle un abanico desde el público. Toca despedirse y nos guarda sus ojos y su amor en “Te guardo”, para terminar por poner al público en pie y hacernos bailar en nuestras sillas con “Tenía que ser tú”. Una cumbia que aún nos contonea las caderas y en las que nos habríamos quedado a vivir hasta el próximo verano. A la espera quedamos de poder devorar su inminente disco debut en solitario, Marchita (21).
Si la noche no podía ser más bonita, llega Silvia Pérez Cruz con mil lunas llenas en los bolsillos para demostrar, una vez más, que no hay límites en el firmamento. El “Que me van aniquilando” del Despegando (77) de Enrique Morente con el que abre, solo micro en mano y dejando atrás toda sombra, ya justifica el precio de cualquier entrada y hace que rebose de luz toda grieta. Toma asiento en su nave espacial y recorre ese fascinante género imposible que brilla y eclipsa soles en Farsa (21). Eléctrica en mano, pedales, percusiones y teclados como cuadro de mandos y únicos compañeros en un viaje que nos conduce, canción a canción, a otros planetas lejanos y latidos interiores, crecientes y menguantes al son que marca su voz. Nos bambolea en el aire con “Plumita”, en ese sueño que vuela y permanece, nos araña la piel a “Grito pelao” o electrificando boleros en “Estimat”, e invoca estrellas fugaces (no tardan en aparecer y dejar un fogonazo verde azulado en la madrugada) a ritmo de “Tango de la vía láctea”. Deconstruye, estira y encoge el silencio a su antojo en “Sound of silence”, hace suspirar a Miguel Hernández allí donde esté con “Todas las madres del mundo” y, mientras pinta de “Verde” esperanza todo horizonte, suena el tono de un móvil entre el público, lo tararea y lo funde en la canción, insertándolo en cada estrofa. Genia y figura.
La luna casi revienta de llena que está, pero aún se hace más grande cuando Silvia anuncia sorpresa y comparte a capella “Tonada de luna llena” con Silvana Estrada, seguida de “Mañana” y otro fugaz fogonazo de fuego verdoso que deja su cicatriz en el cielo de una noche inolvidable.
Ana Arsuaga nos abre el apetito del sábado presentándonos su proyecto en solitario como Verde Prato, de nuevo con la brisa del mar en la terraza del club de regata como mejor amiga, creando vaporosas y envolventes atmósferas con su voz, silbidos, palmas y teclados. Baja del escenario y con las manos en la espalda, como una sirena o venus de Samotracia (que terminará por volar y marcharse con alas de neón bajo ritmos trópico-electrónicos), nos mece sin micro con una “Neskaren kanta” que corta el aire y nos deja con ganas de más.
Si el pasado domingo tuvieron que cancelar los murcianos Maestro Espada su concierto, por dar positivo unos de sus miembros en covid, la misma mala suerte corre hoy con Arde Bogotá.
Aprovechamos la tarde y recuperamos fuerzas para lo que se avecina. Seguimos buscando la marinera perfecta y nos bañamos en el mar de músicas de Cala Cortina.
Ese deseo de Battiato de “Voglio vederti danzare” se hará realidad (mascarilla y cerca de la silla) en la recta final y festiva de esta exitosa y segura edición. En el patio abierto del CIM la bola de espejos la pone Rigoberta Bandini y sus músicos que, con mucha expectación entre los presentes, nos escatiman en energías y lluvia de hits continua, versión bailonga de un “Corazón contento” incluida y coreada por todos.
El fin de fiesta llega con los siempre incombustibles y cada vez más grandes sobre un escenario Fuel Fandango. Su personalísima fórmula de electrónica, raíces flamencas y ritmos africanos no tarda en poner patas arriba el Auditorio Paco Martín, con Nita y Ale fundiéndose y quemando las naves junto a su banda en cada interpretación rompe pistas.
Lo de Nita es poderío natural, un huracán de flores por allí donde taconea. Así nos pasan por encima, imparables, como caballos en la niebla. Del terremoto de “Salvaje”, a “Despertaré” o la apoteosis de “Nature”. Hay tiempo para bajar las revoluciones, pero no la intensidad, en la emocionante versión de “La llorona” y una DJ session con Acosta haciendo saltar chispas a los mandos. “Mi danza” y nos despedimos agradecidos de este sanador y seguro oasis que La Mar de Músicas nos ha regalado en su 26ª celebración.
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