No era una noche cualquiera. Febrero se desperezaba con el viento sacudiendo las calles, como si respondiera a las corrientes y los riscos de esa región de Irlanda tan presente en el último disco de Núria Graham. A la misma hora que se presentaba “Marjorie” (El Segell, 2020) había mil otros conciertos y saraos en Barcelona, como cualquier otra noche de jueves; pero parecía que todo el mundo estaba en Apolo. Cada alma pendiente de contener el aliento para escuchar el primer acorde de la artista de Vic.
Lleno absoluto, un primer paso sobre el escenario y por fin el latido de “Connemara” dio el inicio perfecto a un concierto de esos de los que sabes que te vas a acordar. Un principio tan vaporoso y sentido como la propia canción, que en realidad es toda una despedida de los paisajes de una vida. La ansiosa crepitación de aplausos correspondía con ganas a la confianza con la que la catalana y sus cuatro músicos habían hecho acto de presencia. Después de la dulce “Hazel”, Núria respiró un momento y saludó por primera vez a su legión de ‘benparits’. Reconoció que lleva días insoportable, nerviosa y expectante por que llegara aquella noche, y arrancó a cantar de nuevo mientras dos haces de luz se cruzaban por su rostro, dejando el resto de la sala en tinieblas. Con ‘Do you wake up a little while everyday?’ todo volvió a resplandecer y los ánimos se elevaron a la enésima. Y es que es inevitable que las cabezas se agiten con esos versos ingrávidos y el bote épico, espectacular, del estribillo de este corte favoritísimo de lo nuevo de Núria Graham. Más tarde, aclaró a quien no lo supiera que el nombre del disco se debe al de su abuela, a la que nunca conoció. Graham comentó muy segura que este es el disco con el que se siente más identificada, y reconoció estar muy agradecida por vivir una noche que, como ya estábamos sintiendo, no se repite cada día. “Heat death”, con su estribillo álgido y melancólico nos meció hasta sus notas más altas, alcanzando unas cotas de perfección interpretativa que sobrecogían. Mientras daba otro sorbo, Núria bromeó con hacer cantar al personal como en los conciertos de estadio, e insistió una vez más en que se soltaba diciendo paridas porque estaba nerviosa. Pero en cuanto volvía a agarrarse al mástil y se aplicaba en sus versos, allí no quedaba rastro de nervios: casi nadie se atrevió a corear el juguetón estribillo sin letra de “Smile on the grass”, porque bastante teníamos con abrazarnos a nosotros mismos, cada centímetro de piel erizada.
Abundando en su anterior álbum, “Does it ring a bell?” (El Segell, 2017), le tocó el turno a ‘Cloud fifteen’, aquel single ultra-seductor con un arranque arrebatado que, cosas del directo, dio con el único tropiezo del recital: una entrada en falso por un pequeño fallo de afinación. Sirvió para demostrar que Núria y sus músicos son humanos. Pero, como ella misma canta, la Graham se podía sentir ‘the queen of the place’, porque allí reinaba por encima de todas las cosas. Los focos laterales bañaron de nuevo su silueta mientras afloraba una de sus canciones más viejas (si es que se puede hablar de algo viejo en el universo-Graham) y queridas , ”Christopher”, y la estática en el aire se volvió paranormal en ese contraste rítmico de los pálpitos del bajo de Casadesús con las elevaciones emocionales del estribillo. Con la marcha espectral de ‘The stable’ se congregó una magia que nos hizo temblar las piernas al tiempo que nos frotábamos los ojos viendo como la sombra que proyectaba la artista sobre los balcones de Apolo crecía y crecía, para ofrecer una metáfora demasiado evidente y generosa como para no aprovecharla. Sí, Núria Graham es gigante.
Hubo despedidas, retornos y más despedidas, éxtasis sobre corrientes de teclados y punteos en ‘Another dead bee’. Hubo mil aplausos que, con todo, fueron pocos, y la noche concretó su acto final acabando de la única manera posible, con la canción que da título al disco y rememora la figura de aquella abuela que, desde otra vida y otros parajes, conecta con el mundo de introspección contemplativa de la artista de Vic. La música cesó, se encendieron las luces y tocó regresar a las aceras ruidosas. Pero estoy convencido de que la sombra de la artista sigue allí, creciendo sobre el balcón de una vieja discoteca.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.