El concepto de normalidad es bastante relativo. Sobre todo si tenemos en cuenta lo que se permite en ciertos sectores y lo que no. Por suerte, ya quedarán para el recuerdo aquellos recitales con sillas en los que la única interacción posible era dar palmas. Vamos recuperando la vida y al mismo tiempo sorprendiéndonos de todo aquello que merecía ese calificativo escasos meses atrás.
Un auténtico acto de resurrección se montó el pasado sábado en el terreno aledaño a la taberna Txiberri de Urduliz, una especie de frontón que sirvió para dar cobijo a los que deseaban regresar a ese tipo de conciertos que había antes de la pandemia. Con una nutrida respuesta de personal, el ambiente ya estaba caldeado desde primera hora de la tarde, no en vano los barakaldeses Tiparrakers ya se habían desfogado al mediodía. Un aperitivo antes de los platos fuertes que llegarían en escasas horas.
Desde Hernani vinieron Bamms, que le daban al punk con destellos de rock n’ roll con notable habilidad. Tuvieron que lidiar con cierta reticencia inicial del respetable, pues algunos todavía se comportaban como si allí hubiera sillas, otros, por el contrario, tenían ganas de marcarse los primeros bailes y no iban a desaprovechar la oportunidad. Estos guipuzcoanos tampoco inventaban la rueda, pero contaban con temas decentes como “Potion” o “Born To Die”, suficientes para captar la atención de cualquier aficionado al género. No estuvo mal a modo de entremés.
Mucha más carne en el asador echaron Turbofuckers, que estrenaban formación desde la última vez que les vimos, con Myriam a la batería, y que legaron un show demoledor a toda pastilla sin apenas respiro. Desde “Rock and Roll is dead” dejaron patente que se encontraban en una nueva etapa en la que incluso la voz de Iñaki Sixx adquiere distintos matices a los de antaño y hasta te encuentras con piezas en la línea del “Abandon” de Backyard Babies como “Cuando ya no quede nada”. Alcanzaron el punto álgido con la tremenda versión en castellano que se cascaron del “Dig Up Her Bones” de The Misfits, pero ese no fue el único homenaje de la noche, porque también adaptaron un “Heroes” bastante más cercano a Parálisis Permanente que a Bowie. Mola ese rollo escandinavo todavía presente en su ADN que les hace sonar guitarreros a tope o levantar mástiles a lo The Hellacopters. Que no lo pierdan nunca.
Si de verdad había un grupo adecuado para volver a la vida tras la pandemia, ese era Nuevo Catecismo Católico, ya que acostumbran a ofrecer descargas antológicas que perviven en la memoria del aficionado durante meses. Así ha sucedido la mayoría de las veces que les hemos visto y en esta ocasión no sería diferente, pues se trataba de uno de los primeros conciertos con la posibilidad de estar de pie, todo un lujazo tras un tiempo considerable de prohibición. Gonzalo y compañía empezaron fuerte con “Aquí llega Dios” y para cuando se arrancaron con clásicos de su trayectoria como “Noise! Noise!” o “Mezclando los problemas con alcohol” el vocalista ya se había pegado unos cuantos paseos entre la concurrencia. Eso está bien, que se recuperen las viejas costumbres.
Se definieron como “los Blue Oÿster Cult de Donostialdea” mientras no dejaban de caer piedras angulares de su discografía del tipo de “No soy un criminal”, cantada a ratos desde el público en medio de un furor descomunal. Y en “Tú y yo podemos comprenderlo” subió a las alturas ayudado por los fieles el activista del punk Javi Rubio. Esto sí que era la verdadera normalidad, lo contrario era un fraude. “Prefiero estar en el suelo” supuso otro colofón inmenso, con algunas partes cantadas por el bajista, mientras que en “Quarantine Blues” se unió a la fiesta Luiyi de Bullet Proof Lovers a la voz por unos momentos. Ya habían explicado previamente que en esta pieza habían contado con la ayuda del príncipe del power pop Kurt Baker, por lo que la colaboración estaba más que justificada. “Incontrolable” siguió elevando la cita a la estratosfera, con un personal que había dejado ya de lado la timidez inicial. No se admitían medias tintas.
“Necesitamos vuestro impulso que nos hará seres eléctricos”, dijeron parafraseando a Miguel Ríos antes de recibir “Killin’ The City” de The Flyin’ Spiderz. La cosa iba a un ritmo tan vertiginoso que apenas fuimos conscientes del paso del tiempo, hasta el punto de que para cuando nos quisimos dar cuenta abandonaban el escenario tras un “Odio la velocidad” que calentó pero bien las gargantas. “No estamos aquí por el dinero, sino porque os queremos, así que ya podéis gritar fuerte”, advirtieron a la concurrencia enfatizando la idea de que los bises no se conceden por gracia divina, hay que ganárselos y sudar la camiseta. Por fortuna, el jolgorio fue suficiente para que regresaran con “Detrás de tu mirada” y “Soy un aberrante”, con Gonzalo levantado del suelo cual ser divino. La masa conocía de sobra los salmos del culto, por lo que no podrían faltar los ritos fundamentales de la eucaristía. Como hemos dicho antes, se esfumó el concierto tan rápido que muchos todavía siguieron pidiendo más temas, pero ya sí que no habría más que rascar. Siempre mejor quedarse con las ganas que acabar saturado.
Hacía falta un acto de resurrección en condiciones, que nos devolvieran todo aquello que nos arrebataron en marzo de 2020. Es evidente que no será un proceso de golpe, sino paulatino, por lo que agradecemos cualquier avance, por pequeño que sea, hacia la luz. De momento, nos podíamos dar por comulgados.
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