Por muchas razones, sentimos que la legendaria ruta de la madera alicantina es el entorno ideal para disfrutar de un concierto de Nueve Desconocidos. No solo porque haya sido durante décadas el reducto oficial de la ciudad encargado de acoger los proyectos más underground del rock, el metal, el punk y el garage patrio, sino porque, como oriundo de la zona, Ares Negrete nos contagia desde que toma posesión del escenario la energía propia de quien se siente verdaderamente como en casa.
A pesar de este hecho, incomprensiblemente no es demasiado habitual ver al cantante traer el lóbrego marchamo de su sonido a la terreta –de hecho, hasta diríamos que esta puede ser la primera vez que Alicante acoge formalmente un concierto de Nueve Desconocidos, lo cual tiene mucha miga. Pero fuere como fuere, la anomalía queda saldada tres años después de habernos ofrecido su debut con “Primer Disco de Nueve Desconocidos Llamado Nueve Desconocidos” (21) y uno desde que firmara con “Toque de Ánimas” (23) su respectiva reválida, regalándonos ahora una velada para el recuerdo de sus paisanos, marcada por todos los lugares comunes de su música y por una consolidación evidente de lo que hace no tanto considerábamos una propuesta emergente.
Luego de haberse enfrentado a algunas de las salas más destacadas de la geografía nacional e incluso de haber actuado frente a audiencias internacionales, cualquiera podría pensar que jugando esta vez como local Ares bajaría la guardia. Pero nada más lejos. Consciente de lo importante que se sentía esta fecha en su calendario y del arropo que le dio sentirse rodeado de familiares y amigos, el artista alicantino nos regaló sin altibajos la mejor versión de sí mismo, sin exceso de nervios y arengándonos a participar en su particular aquelarre ocultista con desmedida entrega.
En los años que el proyecto lleva cogiendo forma, Ares ha logrado desbloquear con meritorio acierto una destacada conquista en lo que respecta a la forma y el fondo de su sonido, dejando atrás los arquetipos del post-punk y maridando su etiqueta con toda clase de ingredientes que hacen ahora de su fórmula un territorio sólido y valiente. Solo así logra salir indemne de temeridades como la de empalmar uno de sus hits con más solera (“Todos mis cristales”) con una versión muy personal del “Celos” del Junco, demostrando que aquello de la interdependencia de los géneros queda ya muy lejos.
Así, y flanqueado por su hermana a los sintetizadores (Antea Negrete) y su madre al bajo (Dámaris Poveda), el joven Ares hizo acopio de una absoluta falta de complejos estilísticos, metiendo en un mismo cóctel elementos propios del rock industrial más acometedor (“CKV”), del rock gótico más sentido (“Quemarlo Todo”), del synth-punk más bailable (“Humo Negro”), de un brillante tecnopop a la OBK (“Laberinto de Pasiones”) y hasta de la psicodelia cañí y quinqui con denominación de origen (“Me pongo colorada”).
El punto en el que se corta la tangente de esta circunvalación tan excesivamente ecléctica es en ese anacrónico saber hacer del cantante, capaz de suplir sus limitaciones vocales con un sobrealimentado ingenio de referentes e influencias que incomprensible y maravillosamente terminan rimando para guste y disfrute de los presentes. ¿Es bakalao? ¿Es punk? ¿Es rock duro? Es cuero, es rejilla, es lamento y es fantasía. Un tesoro levantino más del que presumir.Un montante que no deja de sumar nuevas vertientes a su todo y que gracias al evidente cariño y pasión que su responsable depone en lo que hace, nos convence de que cualquier cosa es posible. Eso es Nueve Desconocidos.
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