Del 5 al 8 de diciembre, Sevilla acogió la que se anunciaba como la última edición del festival Nocturama. Una cita que en sus veinte ediciones ha logrado aunar ruido con elegancia, pop con alevosía, techno con fandangos y escriba aquí su combinación favorita. Decían que esta vez sería la final y definitiva. No sonaba creíble, pese a que no era la primera vez que circulaban estos rumores por los aledaños de la Alameda y que 2024 está siendo "el año de las despedidas", así que quisimos acercarnos a comprobarlo. O al menos, vivirlo.
Como define la RAE, el “punk” es un “movimiento musical aparecido en Inglaterra a finales de la década de 1970 que surge con carácter de protesta juvenil y cuyos seguidores (punkis) adoptan atuendos y comportamientos no convencionales”. Si cambiásemos Londres por Sevilla, y la década de los 70 por la de los 2000, la respuesta sería el “Nocturama”. Y los punkis pasarían a llamarse “nocturamers”. Quizás por eso me resulta tan difícil iniciar estas páginas y darle una coherencia a lo que quiero expresar. Porque si agosto no es un mes (como rezaba el eslogan de este certamen que acaba de cerrar sus puertas para siempre) Nocturama sí ha sido un festival que, durante 20 ediciones, ha nutrido del buen gusto musical de sus creadores a varias generaciones de una ciudad tan contradictoria, bipolar e inverosímil como Sevilla. Y quizás por eso tenía que nacer ahí. Quizás por eso tenía que despedirse mientras al otro lado de la ciudad se paseaba la Macarena. Quizás por eso no supe qué responder cuando planteé escribir un texto sobre su final y desde la revista me preguntaron si quería hacer una crónica o un artículo, porque no existe forma de que hable de los conciertos del Nocturama sin valorar el efecto que este festival ha tenido en mí durante esos años, igual que no podría aplastarme el corazón sin comentar los últimos descubrimientos del Nocturama.
Como contaba Julia de Arco en el fin de fiesta, mientras leía el escrito de uno de sus principales artífices, David Linde, en este “país” de texturas y rimas sonoras que siempre ha sido el Nocturama nos hemos enamorado y nos hemos dejado. Hay quien se ha casado, hay quien ha tenido descendencia y hay quien ha ido a los conciertos sin escapar de la casilla de salida que, como se sabe, era la barra en la que se-villanos y se-villanas se encontraban para disfrutarse y encontrarse. Algunos nos hemos emborrachado hasta caer de la bici y rompernos la cabeza (seis puntos de sutura, sus señorías) y regresado al día siguiente con el cuero cabelludo cosido y las mismas ganas (o más) de la noche anterior, pero también hemos visto a Nacho Vegas empezar un especialísimo bolo sobre el césped -que no sobre el escenario, eso vendría después- del patio del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) o a Martirio celebrando sus penas en su jolgorio. O hemos descubierto a María Guadaña. O, como este último año, a Ruido Clavel.
Ana Chufa & The New Deal
Fue este dúo liderado por la voz y percusión de Helena Amado (Oh Sister!) y las guitarras abrumadoras de Pedro Rojas-Ogáyar el primer proyecto encargado de abrir las últimas páginas de Nocturama. Cerca del escenario de la sala Malandar, se sentó Pedro G. Romero, comisario de un proyecto que sí, tiene “comisario”, y también por eso se ha convertido en una apuesta firme y sorprendente que aúna copla, teatro, flamenco, electricidad y esa mirada de Amado, dueña de unos ojos tan grandes como un cabaret que terminarían clavando al suelo a los asistentes. Tras la nueva pareja, una de las clásicas: Guadalupe Plata. No importa cuántas veces pasen por Sevilla. Siempre convocan el baile, el ruido, la bestia, las ganas. En la calle veinticuatro, ha habido un asesinato. Y en la Sala Malandar no vimos viejas matando gatos, pero algunas ancianas sí acabamos bailando con la punta del zapato con la sesión de super Marieta Djyé, otra que no da pinchada sin hilo. Eso sería el jueves. El viernes, Ana Chufa & The New Deal abrieron el escenario del Cartuja Center con un contundente directo y cantando versos a su Baby Blue, al quien ya echaban de menos y le pedían volver como hablándole al festival del que formaban parte: I miss you, miss you, miss you, come back son, Baby Blue…
Quien sí volvería al certamen de La Suite fue Antonio Luque, un Señor Chinarro con una banda extraordinaria y renovada hace poco con la incorporación de las deliciosas cuerdas eléctricas de Israel Diezma, un músico que hace fácil lo difícil. Y un Luque que hizo el amor a su hinchada entre hits de siempre y barba hirsuta. Tras él, la sesión Dj de Juano Azagra, uno de esos héroes locales que no tienen capa pero sí vinilos y, en vez de una fortaleza de la soledad, una tienda de discos. No se entiende a Nocturama sin Juano. Y no se entiende a Juano sin Nocturama.
Israel Fernández y Frente Abierto
El sábado, el que firma -que todavía no cultiva la bilocación, pero sí otro tipo de biactividades- tuvo que elegir entre las nuevas olas que llevó el colectivo Brecha (Korashe, Rezelo y Joselito Ke) para La2, otra nave estelar de la Sala X, o las propuestas flamenco-techno-punk que invadirían el Teatro Alameda. La decisión pudo haber sido distinta e igual de exitosa, pero la moneda cayó en la segunda. La siempre ingobernable Rocío Guzmán y, después, la tríada formada por Israel Fernández, Lela Soto y Frente Abierto desmontaron un auditorio que no sabía muy bien qué iba a ver y salió buscando cervezas para calmar lo que acababa de vivir entre corales, platos, zanfoñas, contrabajos, muchos palos y todas las guitarras. Y es que Sevilla es muy punki. Y el flamenco hace tiempo que empezó a serlo.
El domingo, fin de fiesta. El inabarcable pop del pasado y del futuro de Julia de Arco y un emocionante (por demasiados motivos) concierto de Salvar Doñana -y El Palmar, antes de que sea tarde- dio paso a las palabras de Linde y al aplauso largo a Violeta Hernández, maga de Nocturama, reina de los teatros. Hubo cava y hubo lágrimas. Y fotos. Y risas. Y una Chica Unicornio que nos dejó bailando, bailando, amigos, adiós en una sala Malandar llena del silencio loco. Era la noche que terminaba el Nocturama, el festival que hizo de agosto un país. Y de Sevilla, lo que es: una rareza underground. Veinte años no son nada y lo son todo, pero eso sólo lo sabemos quienes hemos sido “nocturamers”. Y es que hay cosas que no se pueden contar, como cantó Nachín en el (ya sí) desaparecido Nocturama.
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