A los escoceses les hemos dado por amortizados (yo el primero) varias veces. Primero fue cuando sus discos empezaron a flojear tras sus insuperables primeros trabajos y se convirtieron en previsible carne de festival; después, cuando miembros del grupo empezaron a bajarse sospechosamente del carro, dejando solos a Alex Kapranos y al hierático (y tremendo) bajista Bob Hardy. Al final, lo que ocurre es que el tiempo pasa y nos aburrimos de (casi) todo. También de los grupos. Les pasa incluso a los que tienen un trabajo tan curioso como hacer canciones y girar con ellas. Porque pocas bandas con el punto justo de calidad y comercialidad pueden dar un espectáculo tan convincente como el que los de Glasgow ofrecieron en el recinto madrileño. Tampoco hay que subestimar lo que puede pasar cuando gente adecuada entra en un grupo, aportando dosis nuevas de ilusión y renovando la química.
Claro que a estas alturas de la película, Franz Ferdinand lo tienen tan claro como para hacer una gira justificada por su disco de grandes éxitos “Hits To The Head”, retrasada por la pandemia. Visto lo visto en un WiZink con sólo la pista habilitada, la verdad es que tiene todo el sentido del mundo. El hoy quinteto es una máquina engrasada que reinterpreta con nervio esos clásicos -casi la mitad del concierto es material de sus dos primeros discos- con un pie y medio en la enésima reinvención de la new wave. La espléndida y jovial batería Audrey Tait, el guitarrista Dino Bardot y el teclista-guitarrista Julian Corrie aportan sangre nueva y musicalidad, sin restar mordiente a unas canciones que suenan tan frescas y afiladas como el primer día. El factor X lo pone un Alex Kapranos de aspecto juvenil que se sabe protagonista de la función y se contonea sobre su pasarela todo lo que puede y más, mientras sube y baja de las plataformas diseminadas por el escenario, sobrado de voz. La sobria y elegante puesta en escena, con esos amplificadores gigantes bajo los que pone el nombre de cada músico, es otro acierto: todo funciona como un mecanismo de relojería y con la dosis justa de humor en favor de lo que da sentido a todo el show: las canciones.
Sus paisanos de Glasgow Medicine Cabinet mostraron buenas maneras con su curiosa síntesis de sonido C-86 y aires noventeros. La rubia cantante Anna Acquroff parece haber tomado buena nota del carisma del fibroso Kapranos, que desde el primer segundo muestra no haber perdido un ápice de su magnetismo. Pero son esos himnos bailables que justifican salir un miércoles por la noche -nunca se sabe qué puede pasar, y que la banda saca adelante con vigor y convicción -el sonido impecable ayuda mucho: felicidades a su técnico-, los que te rinden desde el primer minuto: ”The Dark of The Matinée”, “Glimpse of Love”, “The Fallen”, “Ulysses”, la progresiva “Always Ascending”, “Do You Want To” o “Take Me Out” -delirio entre el público con los tres guitarristas alineados al frente- nos recuerdan que sí, que el pop puede ser tan cerebral como visceral, que se puede hacer muy buena música comercial.
El bis culmina con la frenética “Michael” y un “This Fire” extendido al infinito en el que el público, rendido desde hacía tiempo y bailoteando sin descanso, participó a conciencia. Así que, volviendo al principio, me retracto: resulta que Franz Ferdinand no están tan enterrados. Tanto es así, que ya tengo curiosidad por ver qué hacen en su próximo disco. Qué cosas.
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