Málaga de Festival, la antesala del Festival de Málaga, vuelve a la carga y nos sitúa en esa encrucijada donde la cultura y el cine se rozan, reflexionan y funden, pariendo nuevos lenguajes, poéticas y significados en órbita permanente al arte audiovisual. Y si el eje discursivo de esta edición es “Un mundo en liquidación” que todo lo diluye, etiqueta y vende, Málaga de Festival pone el foco del debate en dos líneas esenciales que parten de ese entorno efímero: “La fortaleza de la convicción”, los valores sólidos y característicos que compartimos, trincheras para escapar de las modas que nos cosifican; y, por otro lado, “La recuperación emocional”, una invitación a la reflexión de cómo afecta este cambio y vaciado continuo al ánimo social, con el creciente y palpable desencanto individual y colectivo acelerado por la pandemia, afectando gravemente a nuestra manera de relacionarnos sentimentalmente e interactuar/participar en sociedad.
El pistoletazo de salida a las múltiples actividades culturales de esta vibrante edición, llega con el concierto inaugural, de la mano de unos de los artistas más estimulantes e interdisciplinares de las últimas décadas, Niño de Elche. El camaleónico ex-flamenco presenta su espléndido último trabajo, “FLAMENCO. Mausoleo de celebración, amor y muerte” (BMG, 22), en formato trío para la ocasión: a su derecha sobre las tablas, Mariano Campallo, y a su izquierda unos de sus más fieles compañeros de aventuras y fechorías vanguardistas, Raúl Cantizano, ambos al toque. Con el majestuoso Cine Albéniz rebosante y un halo de misterio extendiéndose en forma de humo por cada rincón, encontramos a Francisco Contreras, “Niño de Elche”, sentado en la silla flamenca central del escenario como una estatua griega; traje de chaqueta blanco, rajado por las mangas, sin camisa y descalzo (dirección de arte, Ernesto Artillo), en silencio y sin pestañear, ante la mirada expectante del público. Entran los dos tocaores, trajes oscuros, y tras ocupar sus sillas de mimbre, caen también en el hierático hechizo y se convierten en mármol. Suenan las dos primeras pistas del álbum, con el tridente sin mover un solo músculo, guitarras flamencas y garganta esculpidas en los claroscuros del tablao, primero esas seguiriyas “Plañideras” a tumba abierta, con la siempre emocionante y desgarradora Angélica Liddell, y luego “Soleá madre”, en la que Paco comparte surcos y quejíos con ese otro ángel mutante y flamenco que es Rosalía. Ahora sí, el trío despierta del encantamiento y el mármol se hace carne, pasión y dolor en la hermosísima interpretación de “Bamberas del enamorado”, para terminar por encender la mágica fragua a pleno rendimiento en esa amarga alegría de una boda gitana timburtiana, “Alboreá in artículo mortis” en la que Cantizano y Campallo tejen los ritmos fúnebres que Refree inmortalizó en el estudio, con Paco arañándonos por dentro en cada sentido lamento, hasta arrancarse entre palmas y “los convidaos rompen a llorar y con alegría cantan la alboreá”. Primera gran ovación (serán continuas) de la noche y, con la garganta ya al rojo vivo: “Era tan grande mi sufrir, que a voces llamaba a la muerte”. Otra inmensa interpretación de “Soleá bailable”, en la que, como no podía ser de otro modo, echamos en falta la presencia de ese otro interestelar animal escénico y alma gemela, Rocío Molina.
Cogemos aire mientras Paco se dirige al público, dando las gracias por la asistencia y al festival (organización de diez, con Cristina Consuegra a la cabeza), además de presentarnos un poco el disco que trae bajo el brazo, “FLAMENCO. Mausoleo de celebración, amor y muerte”, cimentado sobre esas formas radicales de lo jondo que tanto le gustan, “los rescoldos de un flamenco muerto” y, a partir de esas voces y susurros esenciales, “construir algo nuevo”.
Agradecido, nos brinda esos preciosos cantes de ida y vuelta con el amor infinito y eterno de “Guajiras del alma”, para volver a revolucionarnos el pulso con el poderío de “Farruca amarga”, palo que domina como nadie. Ya no hay pausa y la luz de Cádiz conquista Málaga con “Alegrías y flores”, diabluras vocales marca de la casa incluidas, en un tirititrán de giros mil que vuelve a poner al teatro en pie y hace que algún que otro purista se caiga de su butaca o de la cama, allí donde esté. Seguimos celebrando el baile entre el amor y la muerte con la bellísima “Sevillana de los tres”, a fuego lento y acelerando los latidos de la sala, para que vuelvan a resplandecer las guitarras en “Canto por no llorar”, haciendo añicos toda pena y sufrimiento a base de pura luz. Mención aparte a la minimalista y cuidadísima puesta en escena, con un dominio interpretativo y teatral total, donde los silencios suenan y se sienten hasta el infinito y más allá, y todo bañado por una iluminación (Azael Ferrer, diseño lumínico) y sonido (Emilio Pascual, diseño sonoro) sobresaliente.
En la recta final, con esa marcha fúnebre en la que las guitarras mutan a tambores, nos rendimos y envuelve el canto doliente de “Saeta gitana entre dos hombres” y fragmentos de “Los Campanilleros”, pieza que grabó junto a Los Planetas (Fuerza Nueva), rezumando espiritualidad espacial y azufre a partes iguales, con instantes a capella y exorcismo vocal final en el que luces, sombras, guitarras y quejíos eléctricos relampaguean más allá del bien y el mal, alcanzando otro de los éxtasis y cumbres experimentales de la velada.
Se retiran los tocaores y tras un largo silencio, Paco, el ex-flamenco más radicalmente flamenco del momento, se vuelve a erguir y canta a corazón abierto “El último fandango”. Sin aliento nos deja y desaparece en la oscuridad. Revienta en aplausos el Cine Albéniz en pie al completo y, tras volver a escena los tres músicos, nos regalan unos cantes a viva voz, con ese final de los finales (regado por los irónicos y continuos “¡flamenco!” de Cantizano y Campallo, jaleando a Paco y contagiando al público que los repite) y Antonio Mairena bajo las alas: “Aquel que se va, va diciendo en el silencio: ¡Qué grande es la libertad!”. Bonita coincidencia que el espectáculo de Rocío Márquez y Bronquio, “Tercer cielo”, también comparta y se hermane en su cierre con ese grito liberador de Mairena… Ojalá (deseo personal y compartido) las voces del ilicitano y la onubense confluyan de nuevo artísticamente… los grandes están llamados a encontrarse.
Por lo pronto, una vez más, nos rendimos a la evidencia: Niño de Elche, sin necesidad de llave de oro o llaves maestras, sigue su propio vuelo y abre, paso a paso, todas las puertas del arte a su antojo.
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