La capital castellana inauguraba el gélido mes de marzo con el concierto de Niña Polaca. O lo que es lo mismo: uno de los grupos más en forma del circuito alternativo nacional y parte de la programación especial del 30 aniversario del festival más largo del mundo, Valladolindie, en una co-producción con Moon Project que sumaba el apoyo de Vibra Mahou. Los madrileño-alicantinos comenzaron su espectáculo con puntualidad rigurosa, conocedores de que les esperaba una sala LAVA que lucía el cartel de todo vendido desde hace semanas. La expectación y ganas eran máximas, sensación latente en el ambiente con cientos de fans vestidos con camisetas y las caras pintadas con el nombre del grupo que se agolpaban en las primeras filas augurando una noche épica.
El grupo saltó al escenario y fue desplegando, progresivamente, las canciones de sus tres álbumes de estudio, centrándose sobre todo en “Que adoren tus huesos” (Subterfuge, 23). Clave en el concierto fueron las elevadas dosis de inmediatez y energía que desprenden Alvaro Surma, Alberto Rojo y sus secuaces cuando ejecutan sus composiciones, haciendo participes de la experiencia musical a los seguidores allí congregados. Un público al que colocan en primera persona, hablándoles de manera cercana y directa. Todo con el fin de conseguir una experiencia musical única y exclusiva, en la que sus incondicionales puedan ser testigos del su estado de gracia, con el combo haciéndose cada vez con un nombre más sólido dentro del panorama musical nacional. Un logro consensuado a base de sumar muchos kilómetros a sus espaldas y del buen hacer, tanto en estudio como en directo.
Bajo una acústica bastante mejorada con respecto a conciertos de otras bandas acontecidos en el mismo recinto, brillaron gemas sonoras marca de la casa como “Travieso”, “Mucho tiempo contigo”, “Nora” o “Madrid sin ti”, coreadas todas ellas con pasión y locura enfervorecida por el público agolpado en torno al LAVA vallisoletano. Una demostración adicional de que hay canciones que trascienden, de tal modo que sobrepasan al propio autor de la misma y pasa a formar parte importante en la vida de sus acólitos. De este modo, cuando llegó el momento de poner punto y final de la velada y tocaba enfilar de nuevo las calles, el público se reencontraba con típico frío de la ciudad del Pisuerga amparado por ese tipo de alegría inherente al espectáculo vivido.
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