Los huesos de madera de L’Auditori todavía rechinan. El público anda acomodándose. Pero él, ataviado con una boina bajo la que apenas se intuye su expresión, puntual como si en vez de germano fuese suizo, sale a escena sin prácticamente mediar palabra y pone sus metacarpos a bailar como si hubiese calentando media hora antes en la banda.
Empieza una primavera, una banda sonora dulce, que dura unos pocos compases y, con el silencio de un vehículo eléctrico, se desplaza a la otra parte del set. Sobre el escenario hay dos grandes cuadrados compuestos por teclados, sintetizadores, moogs y otra cacharrería. De golpe, azota con vehemencia e intensidad –mimetismo de la tromba de agua que cae en Barcelona pero que aún así no ha dejado ni un asiento vació en la sala– sus instrumentos. Teclas que se convierten en bajos. Marimbas cósmicas. Tecno selvático. Un viaje similar al que experimenta el comienzo de “All melody” (Erased Tapes, 2018).
Nils Frahm pone en marcha, en segundos, con la facilidad del que acciona el mecanismo de un mechero, algo que parece más difícil de manejar que un Boeing 747. Toda una retahíla de trastos que, dispuestos uno al lado del otro, ofrecen la calidad de un estudio de sonido. De su estudio:“All melody” es el resultado de meses de pruebas durante la construcción de su espacio de grabación en el edificio donde está ubicado el Funkhaus. Se agencia los aplausos de la grada con el silbato inicial: al momento, ya anda reventando sus propias producciones. Frahm no sólo hace despegar el avión, el tipo se pone estupendo durante las turbulencias.
Cualquiera podría pensar que su música contemporánea no son más que capas y capas. Una suma de texturas de la que tanto gustan los artistas del sello Erased Tapes. Pero si “All melodys” está en boca de todos (sin desmerecer lo que Nils Frahm había firmado antes con Ólafur Arnalds, Machinefabriek o FS Blumm) es porque la melodía, si no lo es todo, lo es casi todo. La complejidad no enturbia la fuerza emocional. Hay una línea de puntos fácil de reseguir. Como aquel juego infantil pero, cuando repasas, en vez de un simpático elefante, te aparece un paisaje ensoñador. Una aurora boreal, una tormenta, un desierto.
Eso le permite pasar de un sólo jazzie sobre una base a todo galope, algo que no le importaría llevar en la maleta a Laurent Garnier, a –como apuntaba la crítica de su nuevo largo en MondoSonoro– un experimento vitalista al estilo Rhythim Is Rhythim. ¿El resultado? Todo el mundo anda cómodo/incómodo en sus asientos. No es culpa de las butacas: las de L’Auditori son de lujo. Pero no hay terciopelo que pueda contener a la culebra que le atraviesa a uno la espina dorsal cuando el compositor alemán se pone bailongo; sin pretender hacer ciencia de ello, tal vez este martes se probase más en los ritmos de bombo a negras que en su directo a las tantas, y en el que también sobresalió, del pasado Primavera Sound.
Tras más de una hora de jugar con las máquinas, de manejar con técnica apabullante su inabastable set, Frahm toma el micro. “No puedo contaros una historia mientras preparo el siguiente tema. Así que os diré, simplemente, qué estoy haciendo. Enciendo esto. Apago. Enciendo… Y…”. Todos ríen. Unas palabras y el berlinés borra de un plumazo toda la bruma de sobriedad e intelectualidad del directo. Poco antes de la mascletá final, dice que le gusta mezclar sonidos “raros”, como el de la flauta, con otros “guais”, en referencia al piano. "Así son las relaciones humanas. Todos queríamos ser amigos del niño guai, el piano, y ahora igual ese niño tiene problemas por exceso de confianza. Y no sabe afrontar la vida. Y el que no molaba pues ha estudiado otra cosa y ahora mola. Es una historia larga; todo esto era solo para deciros que este sonido, el de la flauta, también mola". Risas de nuevo.
Frahm no da importancia de más a lo que hace. Pero acaba con la sala de pie, babeando tras el zarandeo estilístico, entregada al recital y vitoreando. Frahm es un tipo avanzado, que durante un buen rato te ha dejado vivir en su estudio, lleno de contemporánea y electrónica de la máxima vanguardia pero que, al volver de unos bises con una copa de vino en la mano, dice: “Me gustaría fumar. Tranquilos: llevo un parche de nicotina”. ¿Quién es Nils Frahm? Un niño, todavía tímido, que sigue jugando sólo con sus juguetes pero que, quiera o no, anda en la liga de molar.
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