Ver a Nacho Vegas en directo siempre me plantea la misma pregunta, ¿es posible disfrutar en directo de alguien con una voz tan limitada? Y la respuesta vuelve a ser un rotundo sí. El cantautor se impone a las limitaciones de su garganta por varias razones, algunas esotéricas, como presencia escénica y carisma, y otras puramente materiales, véase que Vegas siempre ha tenido un gran ojo para rodearse de grandes músicos, como se volvió a demostrar en La Riviera, y, por encima de todo, que es un gran compositor de canciones.
Además, es uno mucho más completo de lo que se suele pensar, y es que en su caso siempre se hace hincapié en sus letras y en su compromiso político, pero la música de Nacho Vegas es mucho más que eso, siendo uno de los tipos que mejor cuida la producción y el sonido de sus discos, además de un melodicista consumado, capaz de entregar varios estribillos de esos que funcionan igual de bien con "sha la la las" o con versos de Rimbaud. Eso sí, con la primera canción que sonó en el concierto de Madrid, "Belart", las dudas volvieron a aflorar. La canción es notable, confirmando que a Vegas le sigue apasionando Nick Cave, pero la voz del asturiano desafinaba y la química no parecía fluir.
Pues bien, en esta ocasión eso solo duro una canción, a partir del segundo tema fui capaz de meterme en el concierto y disfrutar como los fieles que coreaban la mayoría del repertorio. "Detener el tiempo" es la única canción del concierto que suena a Dylan, aunque más que al del "Blonde On Blonde" lo hace al de la cara pintada de la gira Rolling Thunder Avenue. Como el Premio Nobel, el asturiano se ha rodeado de una banda de lujo y, tras la amistosa separación con León Benavente como banda de acompañamiento, ha vuelto acompañado a la perfección con unos Joseba Irazoki y Juliane Heinemann especialmente brillantes. La segunda destacó sobremanera con sus coros durante toda la noche, como los que elevaron la delicada "Ser árbol".
La versión en bable del "Summer's End" es bastante buena, y demuestra la evolución de un tipo que comenzó su carrera con un grupo nombrado en homenaje a los Pixies y que ahora anda poniendo en un altar a Prine, Townes Van Zandt, Willie Nelson, Fabrizio De André y, por supuesto, Nina Simone. "El don de la ternura" es otro de los grandes momentos del concierto, con el maravilloso arreglo de cuerdas sonando y dejando claro que este "Mundos inmóviles derrumbándose" del año pasado puede que sea su disco más destacado desde "Desaparezca aquí".
A pesar de estar basada en el "Devil Town" de Daniel Johnston, "Ciudad Vampira" vuelve a traer ecos de Prine y Van Zandt, será el banjo, otra de las canciones que mejor sonaron en la Riviera, con el público haciendo los coros en un tema agridulce que, sin embargo, es capaz de levantar los ánimos (cualquier cosa que permita gritar en alto "matar fascistas", lo hace). Por su parte "Esta noche nunca acaba" es otro recordatorio de que Joseba Irazoki es un guitarrista estupendo, capaz de mejorar cualquier canción que toque. La reciente "Abnegación" vuelve a traer al Vegas más combativo ("Ferreras folla con Inda y es viral...") sin olvidar un estribillo luminoso.
"Ramón In" es la canción en la que más se expone el cantautor desde los lejanos tiempos de "El ángel Simón", queda claro, por la reacción del público, que se ha convertido en un nuevo clásico de su repertorio. No todo ralla al mismo nivel y en "Cómo hacer crac" las limitaciones vocales vuelven a hacerse evidentes, en este caso puede ser también porque es una de las canciones más flojas de un repertorio, por otro lado, casi sin tacha. Hacia el final suenan dos canciones que son recibidas con explosión de júbilo en la platea, "La gran broma final" y "La pena o la nada", la mejor canción de su disco colaborativo con Bunbury, cuyo refrán final "entre el dolor y la nada, elegí el dolor" queda retumbando en la sala mientras Vegas y su banda abandonan el escenario.
Nadie se mueve, casi todo el mundo es consciente de que le quedan en la manga, como a los magos y trileros, los dos ases más resplandecientes de su repertorio, la descarnada "El ángel Simón" y la melodía más perfecta de su repertorio, que desata el karaoke final, "El hombre que casi conoció a Michi Panero". Un final apoteósico para el concierto de un caballero (¿o era un chaval?) que se podría decir que ha hecho del fracaso un éxito.
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