Máscaras y antifaces, pelos crespados, toneladas de rímel y lágrimas pintadas. Aunque no hubiera sido Carnaval, el desfile de atuendos y looks del público de My Chemical Romance hubiera sido muy parecido. Eso sí, en esta ocasión su última reencarnación estética –retrofuturista y marcada por los colores vivos- justificaba aún más la amplia paleta cromática de la pista.
Reinvención que no se limita a la imagen, por supuesto, y que, en lo musical, parte de su propio legado emo (les acompañaba en esta ocasión el teclista de The Get Up Kids, James Dewees), para escarbar en el rock de los ochenta y en el power pop más festivo y luminoso. El griterío ensordecedor de centenares, miles –parecían millones- de chicas adolescentes hizo prácticamente inaudible la introducción de su último disco. Pero que detalles accesorios como éste no nos impidan ver lo realmente importante: My Chemical Romance pueden ser a día de hoy un fenómeno teenager y una máquina de generar dinero respaldada por una buenísima promoción –vídeos que parecen road movies de cómic, innumerables portadas de revista-, pero detrás de los fuegos artificiales hay una banda capaz de mutar sin traicionar un sonido reconocible que deja entrever una cultura musical bastante más rica que la de muchos de sus coetáneos. Por no decir que su potente directo haría sonrojar a muchos grupos a priori infinitamente más duros. Aunque, por encima de todo, MCR tienen lo fundamental: buenas canciones. De la inmediatez eufórica de “Na Na Na”, la desacomplejada balada mainstream “Sing” o el brindis a Franz Ferdinand de “Planetary [GO!], hasta la generacional “Welcome To The Black Parade” o las redondas “Helena” y “I’m Not Okay”. No es “Danger Days...” su mejor disco, cierto, pero la ecuación sigue funcionando a pleno rendimiento. ¿Cuál será su próximo paso?
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.