La noche del pasado viernes cayó fría sobre Pamplona, con nieve incluida. Y el Zentral Kafé Teatro se convirtió en el mejor antídoto para entrar en calor. Allí desplegó sus ritmos cálidos y letras optimistas el cantautor norteamericano Josh Rouse. El músico de Nebraska ofreció un concierto inspirado de inicio a fin por el soleado enfoque con el que acostumbra a enfrentarse a sus canciones. Lo resume en esta frase: “Songwriting for me is something I have to do to stay on the sunny side of life. It’s my therapy”.
Cerca de 300 personas se dieron cita en el céntrico café iruñés, un espacio recientemente inaugurado que ha revitalizado la escena musical de Pamplona por el aforo, la ubicación y, sobre todo, por el criterio de programación de grupos. Se convirtió en el emplazamiento idóneo para la actuación de Rouse. Su propuesta encajaba como un guante en las instalaciones de este establecimiento que combina las prestaciones de un bar con el encanto de un teatro.
Acompañado por el músico Xema Fuertes a la percusión, guitarra y voz, Josh Rouse dio cuenta de su versatilidad de hombre orquesta cantando y tocando la guitarra, el ukelele y hasta la armónica. Durante una hora y cuarto desgranó su ya extenso repertorio –más de 15 álbumes–, recurriendo sobre todo a sus discos “1972” (2003), “”Nashville”, “El turista” (2010) “Josh Rouse And The Long Vacations” (2011) y “The Happiness Waltz” (2013). También presentó su próximo trabajo, que se titulará "The Embers Of Time" y se editará el 7 de abril; avanzó el tema "Some Days I'm Golden All Night".
Las canciones del norteamericano son sensuales y de fácil escucha; con un sónico cálido a caballo entre el folk y el pop; con un pie en Nashville y otro en las islas británicas; con reminiscencias de la canción de autor de los sesenta y setenta; con un aire al primer Dylan o alcanzando la intensidad de unos Simon and Garfunkel. Rouse es un músico elegante, de pose relajada y voz clara. Junto a Fuertes, ofreció un show sugerente, aunque contenido, ante un público al que no le costó aplaudir pero que se mantuvo muy formal, sin terminar de entrar del todo. Con “Julie (Come Out of the Rain)” Fuertes abandonó las escobillas, se colgó una guitarra y mantuvo un diálogo a dos voces y doce cuerdas con Rouse. Y el primer momento álgido llegó con “Come Back”: Rouse se vino arriba, incrementó la intensidad de los rasgueos y el público respondió con palmas. Siguieron temas como “Lemon Tree”, “Slaveship”, “Why Won't You Tell Me What” o “Saturday”, con el que puso de manifiesto su sentido del humor afirmando que “es una buena canción para un día como hoy” –recordemos que era viernes–.
Parada y bis. El músico regresó al escenario solo y, a petición de varias espectadoras, se arrancó, casi a capella, con “Sad Eyes”, una de sus canciones más bonitas y melancólicas. Fue el momento más intenso de la noche. El más emocionante. Rouse culminó el tema crecido, tomándose las mayores licencias de la función. Y claro, el público lo agradeció. Reapareció Fuertes y juntos tocaron un par de temas más antes de que se cerrara el telón.
Josh Rouse ofreció una buen actuación, exquisita por momentos, aunque excesivamente medida. Sus canciones son preciosas y las interpreta de miedo. Pero, sobre las tablas, Rouse se muestra excesivamente frío y encorsetado, y apenas conecta con el público, a pesar de sus soliloquios en castellano entre canción y canción, fruto de los años que lleva residiendo en nuestro país. Le harían bien un poco de improvisación y actitud rock & roll. No es de recibo que sus canciones suenen exactamente igual en directo que en los discos. A Josh Rouse le sobra músico y le falta artista
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