Que el FIB 2016 ha supuesto una recuperación en cuanto a la preocupante etapa reciente del festival es un hecho incuestionable. La selección musical, o las comparaciones con carteles de otras épocas, siempre son temas discutibles, pero está claro que han decidido tomar un rumbo que, al menos este año, parece haberles funcionado. Decantarse por cabezas de cartel de una potencia comercial indiscutible les ha hecho recuperar público; apostar por la música de baile ha sido un acierto; programar un buen puñado de artistas nacionales - que van desde el indie de mayor tirón hasta propuestas emergentes- les ha reconciliado con un cierto número de espectadores de casa y, además, ha quedado sitio para otras cosas. Las comparaciones con otros grandes festivales que hace unos años les ganaron la partida, o incluso consigo mismo cuando eran imbatibles, es una auténtica pérdida de tiempo. Tenían que encontrar su sitio, uno nuevo, y parece que han cogido el camino correcto.
La primera jornada del festival –desde que el FIB comienza los jueves- tiene el hándicap de que mantiene el segundo escenario en importancia cerrado. Aun así, el tirón de Major Lazer y la popularidad del rapero Skepta entre sus compatriotas británicos dieron fuerza a una jornada marcada por los sonidos sintéticos. Nosotros empezamos por John Grvy, que es la gran apuesta patria por el neo soul y el r&b y que demostró estar mucho más maduro y definido que en su anterior visita al festival hace un par de años. Tras Grvy, la fusión del funk, el synth pop y el desenfado de unos divertidos Perlita nos puso una sonrisa en la cara que desapareció con un show de El Guincho algo descafeinado. Quizá tocar de día en el escenario principal y con una puesta en escena totalmente austera hizo que a su show le faltase la empatía necesaria para transmitir el entramado musical que el canario ha creado en “HiperAsia”. Teleman fueron la propuesta de pop de calidad del día y cumplieron como el bocado más exquisito de la jornada, ya sea desde las guitarras cristalinas, como desde los sintetizadores sugerentes, los londinenses se mostraron brillantes. Todavía más si los comparamos con la rudeza del rock electrónico de los Soulwax de los hermanos Dewaele, demasiado densos y repetitivos. El rapero británico Skepta salió acompañado de dos MCs y dispuesto a descargar su rabia ante un público enloquecido, para ello apeló a los sonidos marginales que evocan su peculiar grime y a sus letras furiosas. Una furia que le encaminó a despotricar de las redes sociales y a salir del escenario de forma fulgurante tras apenas tres cuartos de hora. En el polo opuesto, el de la diversión sin pretensiones, se presentaron Major Lazer, es decir, la batidora tónica que se han inventado Diplo, Jillionaire y Walshy Fire. Por mucho que digamos que su fusión inmisericorde de electro house, dancehall, EDM, trap o reggae tiene un valor musical discutible, lo innegable es su resultado. La megafiesta que montaron con un espectáculo lleno de bailarinas, confetis y proyecciones fue tremenda, y poco importó el estilo en el que se movían, si las canciones eran propias, si eran un mash up o si sonaba “La Gasolina”. Tras ellos, con la adrenalina a tope, muchos de los presentes se quedaron a bailar y solo tuvieron que elegir entre sable, florete o pistola (DJ Amable, Marc Piñol o Mr Oizo).
Con el indie rock anguloso con tintes post punk y kraut de Cosmen Adelaida comenzamos la jornada del viernes. Estos madrileños dominan el ritmo, la melodía y el ruido y con la ayuda de Álex Marull a los teclados demostraron que su último trabajo “La foto fantasma” es un discazo. Tras ellos fuimos a ver a Hinds al Escenario Las Palmas, y pudimos certificar la madurez de un proyecto que quizá se puso en el foco antes de tiempo pero que, visto su éxito, ese hecho parece perder importancia. Se les ve mucho más seguras sin perder ni un ápice del desparpajo destartalado y naif que les hace tener tantos seguidores como detractores. Tras abandonar un escenario principal abarrotado, nos dirigimos a otro bastante vacío para ver a The Soft Moon. El concierto de la banda de Luis Vasquez fue uno de los más reconfortanes del festival; ya sea desde el post punk atronador, el darkwave afilado o cualquier recurso a su alcance –desde el shoegaze a la electrónica- la potencia de estos tipos es impactante. Cambiando completamente de tercio nos acercamos a la Carpa de Radio 3 para ver a Aries presentarnos su cálido y estimulante “Adieu or Die”, pero un sonido sumamente engolado nos hizo marcharnos al poco tiempo para no quedarnos con un mal sabor de boca ante una artista que no lo merece. Tras esa decepción en toda regla, tocaba el turno a dos bandas asiduas cada verano a nuestros festivales: Band of Skulls y The Vaccines. Ninguno de los dos ofreció nada nuevo; si bien mientras Band of Skulls resultaron algo monótonos con su colección de stoner y blues rock, The Vaccines crecen poco a poco en el arte de ser protagonistas de gran escenario a base de atacar los conciertos con hitazos. Nada más, pero nada menos. Otros que jugaron a ganar todas las manos fueron Juventud Juché, a los que no les importó mucho que el sonido continuara sin sonar brillante en la carpa. Pasan de sutilezas y son capaces de defender de manera efectiva “Movimientos” en medio de un terremoto.
Jamie XX era uno de los protagonistas de la noche. El jefe de máquinas de The XX se ha convertido en representante del buen gusto en la electrónica indie, tal y como demostró parapetado tras la mesa de mezclas y embutido entre dos torres de monitores. Sonó desde “Atmosphere” de Joy Division a remezclas propias y ajenas. Desprendió buen feeling vestido de house, dance o Uk garage. No invitó a la locura, pero desprendió elegancia. La locura llegó con unos The Chemical Brothers desatados en uno de sus mejores conciertos vistos en mucho tiempo. Con un sonido demoledor, unas proyecciones sumamente estimulantes –las clásicas- y el aderezo que supone ver a todo el mundo enloquecido, disfrutamos por igual de toda su colección de hits como de algunas de las buenas canciones que colaron de “Born in the Echoes”. Rowlands y Simons ejercieron sin problemas de conexión entre las viejas y nuevas generaciones de fibers.
El sábado tenía a Muse como absolutos protagonistas, y artífices del primer sold out en el FIB en mucho tiempo, pero antes de que llegara su concierto teníamos muchas más cosas por delante. Lo primero fue Cápsula reinterpretando el “Ziggy Stardust” de forma más que eficiente. Se llevaron el clásico de Bowie a su terreno rocoso con un concierto enérgico y sin apenas pausa, en el que lograron implicar a los miles de jóvenes que ya esperaban a Mat Bellamy a primera hora de la tarde. Ramírez Exposure en la Carpa de Radio 3 sonaron todo lo nítido que no lo había hecho nadie en jornadas anteriores, y pudieron demostrar la magia de ese pop naif de ascendencia anglosajona que rebosa en su debut “Book of Youth”. Sonido que también lució para los madrileños Baywaves con su pop psicodélico dulce e hipnótico.
En el tránsito al Escenario Las Palmas para ver a The Coral, vimos como Zahara arrastraba a parte del público nacional y les presentaba su variado nuevo trabajo “Santa”, acompañada –como suele ser habitual- por una banda formada por algunos de los mejores músicos del indie de nuestro país. The Coral han recobrado con “Distance in Between” el músculo de un rock ácido que recoge influencias desde los 70 hasta los 90 y que interpretan en directo como auténticos clásicos. Contundentes y eficaces, ofrecieron uno de los conciertos más serios de todo el festival, lo mismo que Echo & The Bunnymen. La banda de Ian McCulloch demostraron clase y enlazaron generaciones sin resultar nostálgicos –no tiraron de clásicos hasta casi el final -, porque la potencia de su post punk elegante sigue de una vigencia indudable.
Tras la banda de Liverpool por fin llegaba el gran reclamo de la noche y el festival. Unos Muse que pueden ser criticados por grandilocuentes o excesivos, por practicar un rock de estadio ególatra o mil cosas por el estilo, pero que han arrastrado a acercarse a Benicássim a bastantes miles de personas. Su espectáculo es imponente, su sonido apabullante, no escatiman en pirotecnias y dan a su público todo aquello que esperan. Para eso les han traído ¿no? Mientras tanto, en el Escenario Visa The Kills derrochaban sensualidad y carisma con ese rock oscuro, pero atractivo, en forma de post punk de nuevo milenio.
El mismo misticismo, pero con diferentes argumentos y armas que transmite Soledad Vélez con su nuevo trabajo. Un disco en el que se torna sintética, pero no pierde un ápice del carisma que caracteriza su música. Antes del cierre final, Bloc Party y Neuman se repartieron el interés del público por coincidencia horaria. Miestras que Kele Okereke y los suyos continúan diluyendose como un azucarillo, Neuman se aferran a un rock épico que ha retomado sus mejores cauces con la simplificación de la banda. Ahora mismo tienen uno de los mejores directos del indie rock nacional. Como es habitual, la noche la terminamos bailando, esta vez con el house para grandes masas de Disclosure. Este dúo de Surrey ha sabido llevar a un público más amplio este estilo con gran inteligencia, sumándole sin complejos UK garage o deep house, pero también synth pop, r&b o cualquier apoyo dance que les haga arrasar en todas las pistas de baile. En este concierto no contaron con la enorme colección de grandes colaboraciones a la voz de sus grabaciones, pero nos pusieron a bailar a todos.
La jornada de mayor repercusión había pasado, pero nos quedaba un exquisito domingo, quizá de menos tirón comercial pero con un menú magnífico. Empezamos por dos grupos californianos; primero unos Tijuana Panthers que demostraron suma destreza a la hora de reinterpretar el garage pop sixties, y después unos fieros y juveniles Fidlar que pusieron el escenario principal patas arriba. Empezaron con “Sabotage” de los Beastie Boys y de ahí hasta el final con “Cocaine” fueron pura adrenalina a base de punk pop, garage lo fi o hardcore melódico. Jess Glynne nos bajó las pulsaciones con el r&b disco que arrasa en las radio fórmulas británicas y Mac DeMarco nos puso la sonrisa en la cara con su folk pop destartalado, su indie rock descacharrante y con las divertidas payasadas que perpetra junto a su excéntrica banda. La cosa ya se ponía más seria con un Chucho de retorno con nuevas canciones y un montón de clásicos imperecederos. Son una banda que no falla y que queremos que esta vez se quede, al menos tienen pinta de pasarlo bien juntos. El plato fuerte de la noche era un Kendrick Lamar en pleno estado de gracia y en la cima del hip hop. Salió al escenario con el único complemento de una pequeña banda de acompañamiento y el rótulo de “How much cost a dollar?” a su espalda, y sin nada más se merendó a una audiencia entregada. Mucho más clásico y austero que otros compañeros de generación, tiró de funk y jazz para vestir unas rimas dulces pero contundentes, de contenido duro y reivindicativo. No necesita mucho más para ser uno de los más grandes en mucho tiempo y ahí quedarán para siempre “To Pimp a Butterfly” o incluso “”Untitles Unmastered” para atestiguarlo. Este fue posiblemente el mejor concierto del festival, o al menos lo fue para el que firma esta crónica.
Para terminar esta edición no había nada mejor que unos Massive Attack imperiales, que hicieron retumbar las sudorosas, oscuras y atrayentes cadencias del mejor trip hop primigenio en un concierto en el que no faltaron la proyección de lemas reivindicativos de los temas más candentes –Brexit, Siria, globalización…- o de noticias escogidas para la ocasión.
Dejaron patente que el Bristol de los 90 no queda tan lejos y menos cuando se empeñan en remodelar la fórmula suburbial que les ha metido en la historia. En este concierto se hicieron acompañar por la sabia nueva de Azekel y unos Young Fathers que habían tocado un ratito antes, además de una maravillosa Deborah Miller cuya voz nos despidió de esta nueva edición del FIB con “Unfinished Sympathy”.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.