De su anterior visita a esta, mucho han cambiado las cosas para el trío británico. Para la presentación de “Origin Of Symmetry” apenas se llegó a los tres cuartos del aforo de la sala de la calle Almogàvers y para la puesta de largo de “Absolution” hacía más de un mes que no se encontraban tickets ni para Barcelona ni para Madrid.Así que la expectación era la de los grandes eventos. De golpe y porrazo, Muse se han topado con un público que delira con cada una de sus notas y dado que el tercer largo de la banda es una obra más accesible, han ampliado en masa su espectro de seguidores. Son el grupo de moda, y había que verles. Pero que quede claro que el éxito no es exclusivo en nuestro territorio, de hecho, en el extranjero tocan en sitios tres, cuatro y hasta diez veces más grandes que el aforo que les acogió en la ciudad condal.Y Muse, conscientes de su propio fenómeno, han reorientado su concepto de directo hacía derroteros más grandilocuentes. Proyecciones, imágenes del propio grupo con cámaras por todos lados (célebres los momentos en los que enfocaban las manos de Mathew Bellamy mientras las deslizaba por el teclado del piano), un sonido atronador, luces hasta dejarte cegado, tarimas para el piano y para el bajista cuando se requería y todo ello controlado al milímetro. Han perdido parte del virtuosismo que les caracterizaba (han ganado en solidez) y ponía nerviosos a algunos y, aunque a mí me entusiasmaba, entiendo que ahora gusten más. Mathew Bellamy ya no se excede tanto en poses teatreras, y el repertorio ya es de los que quita el hipo. ”New Born”, “Plug In Baby” o “Muscle Museum” suenan a clásicos y las del último, con esos dos pedazos de singles que reservaron para la traca final, provocan una histeria de difícil descripción. Esa lluvia final de confeti, y el público mostrado en pantalla, desatando su felicidad, fueron el broche de oro a una noche inolvidable.

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