El caso de DeWolff se corresponde con el de esa banda que, a golpe de extensa gira y profesionalidad, ha conseguido labrarse una sólida reputación sobre el escenario. Los holandeses probaron en su segunda visita a la ciudad que los halagos de anteriores ocasiones venían justificados, con una ejecución intachable en actitud e intensidad. El trío formado por los hermanos De Poel y el teclista Robin Piso presentó las composiciones de su último disco hasta la fecha, “Grand Southern Electric” (2014), con un ritmo endiablado mantenido intacto a lo largo de noventa minutos de lo más sudorosos.
El combo alberga una colección de canciones interesantes, pero es en su afanada puesta en escena donde da lo mejor de sí mismo, acrecentando cualidades hasta convencer con solvencia. La juventud de los músicos contrasta con el aspecto pretérito de su obra, con indisimulada devoción por el bues-rock (a las que añadir trazas de progresivo y piscodelia) de Led Zeppelin, The Black Crowes, The Doors o The Rolling Stones, en unas influencias absorbidas a conciencia y presumiblemente trabajadas en el local de ensayo hasta la extenuación. Es precisamente esa complicidad entre músicos la que resulta apabullante, con Pablo y Luka Van De Poel cumpliendo a la perfección como guitarrista/vocalista y batería respectivamente, aunque es Piso tras su añejo y espectacular órgano Hammond el que marca los tiempos con una interpretación estratosférica.
En realidad nada nuevo bajo el sol, pero la implicación de la formación y su virtuosismo puntúan al alza en temas resultones como “Dance Of The Buffalo”, “Crumbling Heart”, “Stand Up Tall”, “The Pistol” o “Restless Man”, que destilan efectividad a lo largo de extensos desarrollos. El grupo resulta incuestionable sobre las tablas, además de idóneo para disfrutar de su musculoso directo del primer al último minuto.
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