El color naranja se ceñía sobre el atardecer barcelonés y teñía las nubes del cielo en la montaña de Montjuïc. Aunque lejos de ser las protagonistas de la previa del concierto en el Palau Sant Jordi lo fueron las colas kilométricas que se formaron en las cercanías del estadio (sold out desde hacia meses). Dentro de aquellas largas filas de fans, se saboreaba una mezcla de desconcierto y emoción. Desconcierto por el tremendo lío que se montó por las colas de entrada, ya que, al mismo tiempo, en el Sant Jordi Club, tocaba Fangoria. Y emoción de los fans para ver a su grupo, el que hacía más de seis largos años que no pisaba tierras catalanas. Tenía que merecer la pena.
“Bona nit, com esteu!” fue la primera carta de presentación de los británicos, mientras las caras de felicidad ya se habían encendido. Y si el griterío ya había sido inmenso a su entrada al escenario, cuando su líder Marcus Mumford saludó al Palau en catalán, los decibelios subieron hasta estremecer. “Guiding Light”, el segundo tema de su nuevo disco “Delta”, fue el elegido para iniciar su noche sobre el escenario. De hecho, un escenario colocado al centro de la pista del Sant Jordi, que les daba la capacidad de estar rodeados de sus fans acérrimos. Cosa que nos daba a entender la cercanía que querían transmitir los londinenses de buen principio.
Si la emoción ya había sido tremenda con su aparición, cuando empezaron a sonar los primeros acordes de “Little Lion Man”, los pies de los asistentes ya se despegaron del suelo y los brazos se alzaron para tocar el techo del estadio con uno de sus grandes hits. Pero hay que ser francos, la diferencia de recibimiento entre los temas más antiguos y los más modernos era muy notable. Parece que su último disco, que en algunas ocasiones parecía estar a medio camino entre el rock de estadio y tener destellos del sonido de los Imagine Dragons, no ha calado tan hondo como “Sigh No More” (10) o “Babel” (012).
Lejos de arrugarse, Marcus Mumford fue el gran protagonista de la noche. Con su voz grandilocuente, tierna y potente caló en el pecho de todos los asistentes. Sorprendió con sus muchos comentarios en catalán como el de “bona nit”, “aquesta cançó és new” o hasta con un “felicitats Barcelona per guanyar la lliga”, dibujando una sonrisa a todos y creando una sensación de conexión agradable con el público. Pero el show del líder de los Mumford no solo fueron palabras. En “Ditmas” decidió bajar del escenario, empezar a correr entre el público, subir las gradas del Sant Jordi, bajar otra vez entre el público y llegar ‘surfeando’ por encima de la gente hasta el escenario. ¡Y cantando! Un espectáculo. Además, los británicos regalaron un cover precioso al público. Tocaron “Blood” de los australianos The Middle East, una canción bellísima que fue muy bienvenida. Un detalle más que acertado.
Después de su primer adiós, llegó su único bis de la noche. Aparecieron todos los integrantes del grupo ante un único micrófono en círculo en medio del escenario. Habiendo pedido silencio previo, volvieron a mostrar su faceta más íntima cantando dos temas totalmente en acústico, “Cold Arms” y “Forever”. Finalizaron su gran concierto con su himno por antonomasia, “I Will Wait”, que llenó de alegría todos los corazones del estadio, y con “Delta”, la canción homónima del último disco.
Lejos queda aquel banjo, aquellas segundas voces o el sonido predominante de la guitarra acústica que desprendía Mumford And Sons. Aquel sonido profundamente folk que nos transportaba a una granja perdida, al olor de la madera mojada por la mañana y a las camisas de cuadros. Aquel folk con el que triunfaron. En cambio, han elegido el rock de estadio, de las masas, que como vimos con el que no les va nada mal para llenar el Sant Jordi entero. Aunque la sensación de que fue en aquellos primeros años donde robaron el corazón a más de uno persiste, no desaparece.
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