El caso de Mujeres no deja de ser curioso. La banda lleva en activo desde que en 2009 publicasen aquel (inspirado) debut homónimo en el que apostaban por el inglés y tronaban más garageros que nunca. Y, sin embargo, han sido capaces de conectar verticalmente con nuevas generaciones; tanto con esos aficionados que los han abrazado como suyos, como con bandas de guitarras surgidas a posteriori como La Paloma, Cala Vento, Camellos o La Plata, que en mayor o menor medida pueden haber tomado la música de los catalanes como punto de toque. Al mismo tiempo, y en lo que es un flujo de doble dirección, esta nueva hornada parece estar retroalimentando a los propios Mujeres, que mantienen así la vigencia del discurso y encajan con naturalidad en esa corriente que apunta al actual resurgir del indie-rock de pedales y alma macarra.
Una excelente noticia, en cualquier caso, que tiene como consecuencia directa que el trío rozase el lleno absoluto en una plaza grande como es La Riviera madrileña, con público de diferentes edades luciendo devoción (y camisetas del combo) en la defensa en directo del reciente “Desde flores y entrañas” (23). Un flamante disco publicado al amparo del ya indispensable sello Sonido Muchacho, militancia que también puntúa en positivo cuando de dar lustre se trata. De una u otra forma, Mujeres es uno de esos grupos que nunca se permite fallar en directo, y puede que el recorrido de su propuesta sea reiterativo y algo machacón, pero sobre el escenario lo clavan y, de paso, manejan una colección de estribillos/himnos ante los que poco se puede argumentar. Sencillos, directos e irresistibles. Ni más, ni menos. Su paso por orillas de Manzanares derivó en otro triunfo en forma de comunión masiva con su público (ese cada vez más fiel y pasional), tras contar con todos los ingredientes necesarios de un concierto de rock a la antigua usanza: pogos, instrumentación explícita, peña volando, canciones coreadas a voz en grito y puño en alto, y una secuencia ininterrumpida de más de veinte aceleradas seleccionadas.
Nada nuevo en el horizonte, en efecto, pero es, precisamente, en torno a ese aspecto añejo que se resiste a caducar y continúa siendo funcional en extremo donde germina el placer de cada reencuentro con el grupo. Una fiesta, en definitiva, al ritmo imparable de los himnos juveniles desarrollados por una banda no tan juvenil, del tipo de “Besos”, “No puedo más”, “Rock y amistad”, el himno “Tú y yo”, “Un sentimiento importante”, “Al final abrazos” con la colaboración de Adiós Amores –que antes habían cumplido de sobra en su papel de teloneras tirando de los temas incluidos en “El camino” (23)–, “Aquellos ojos” o “Vivir sin ti”. La versión del “No volveré” de Kokoshca ejerció como glorioso cierre de noventa minutos tan familiares como (de nuevo) satisfactorios, con los que Mujeres demostraron mantener la pegada en todo lo alto.
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