Nunca podremos acusar a Martí Perarnau de no llevar sus ideas hasta el final. Se equivoque o no. El músico catalán, un romántico entre pragmáticos, encontraba en la electrónica una renovadora fuente de inspiración de infinitas posibilidades. Convertida en sus manos en un nuevo instrumento para darle el giro ansiado a su carrera, a fin de escapar de la frustración y de la ansiedad por el éxito. Sobre esos cimientos se levantó "¿Hay alguien en casa?" (Kartoffel Kollektiv, 2019), el cuarto disco de Mucho. Un disco diferente que no podía tener una gira convencional. Plagado de programaciones, sintetizadores y unos textos más autorreferenciales y combativos que nunca.
Con estos antecedentes y Daft Punk en el pensamiento abría anoche sus puertas el primer “Mucho Noir Club”, una mezcla de sesión y concierto que revierte el esquema habitual y la misma relación con el público, desubicándolo para generar otro tipo de experiencia. Tal y como se nos prometía, la música ya sonaba desde el mismo momento en que se abrían las puertas y bajábamos las escaleras de la sala El Sol. Por entonces, Perarnau y los suyos ya estaban en el escenario, separados del público por una mampara semitransparente sobre la que se proyectaban visuales con mensajes y diferentes formas geométricas. Jugando con las bases, entusiastas y ensimismados, sin dirigirse a los asistentes. Solo eran las nueve de la noche pero, como si se tratase de una sesión de madrugada, la idea consistía precisamente en no centrar la atención en el escenario y sí en la propia pista, causando una extrañeza general en los primeros compases que fue deshaciéndose al ritmo de la música. Más de una hora de sesión en la que el hasta entonces trío retorcería samples y ritmos cogiendo incluso prestadas canciones tan dispares como "Malamente" de Rosalía y el "Because" de The Beatles, desmenuzando sus famosos coros, como llegados de ultratumba.
El ambiente fue adaptándose acorde a lo que los músicos ofrecían desde el escenario, pero las ganas de canciones empezaban a ser indisimulables entre el público, que había agotado todas las entradas para no perderse el estreno de este nuevo show. Nada que lamentar, el momento había llegado. Daban poco más de las diez de la noche cuando, tras una anárquica deconstrucción del "Money for Nothing" de Dire Straits, Ricky Falkner agarraba el bajo y Xavi Molero se sentaba a la batería. Dos Egon Soda para completar la banda y dar comienzo a un concierto del que ya pudimos ver un avance en el pasado Tomavistas. Mucho queman etapas coherente y rápidamente, y en este caso tocaba centrarse casi exclusivamente en las canciones de su último disco. Con mínimas excepciones como "Fue" o "El león de tres cabezas", bastante en la línea de todos modos con el repertorio más reciente. Así, la banda empezaba a repartir sin piedad el nuevo material, desde la alucinada 1985 a "El enemigo ahora vive en todos nosotros", con trazas del "Harder, Better, Faster, Stronger" a modo collage. Manteniendo alta la pegada, la banda continuaba con Nunca pegarías a un hombre con gafas o "Las ventanas se encienden", reservando para el final el pseudo rap, beligerante e incómodo, "Putochinomaricón".
Como explica el periódico-manifiesto repartido al final del concierto, diseñado por Emilio Lorente, Martí Perarnau abraza con pasión y hasta las últimas consecuencias la electrónica que le arrebataron en su juventud, cuando el estigma social era más fuerte y nos separaba estilos musicales con criterios artificiales. No es del todo un concierto ni deja de serlo, queda inaugurado el Mucho Club Noir.
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