Los de Londres convencieron plenamente en su visita a Madrid. Aunque su nuevo disco Love What Survives (Warp, 17) ha pillado con el pie algo cambiado a más de uno, por su abierto viraje a terrenos más pop, alejándose de esencialismos electrónicos (no mencionaré otra vez la etiqueta), su actuación demostró que el mayor activo que tienen es precisamente la falta de prejuicios, la búsqueda constante y el gusto a la hora de integrar diversas influencias. Tantas (electro, ambient, kraut, post-punk y, en realidad, post-casi todo), que sería estéril enumerarlas.
Nos solemos enredar en etiquetas más o menos abstrusas para explicar con palabras los sonidos, lo cual tiene su lógica. Pero al final, lo importante no son tanto ni las etiquetas ni los géneros aislados en compartimentos estancos, sino si la música en cuestión funciona. Y la suya lo hace. Además, con personalidad. Especialmente en su reciente encarnación en directo, donde apoyados por dos excelentes músicos, dan rienda suelta a su potencial con la dosis justa de precisión y nervio. Sus composiciones tienen una luz especial y aunque no se internan demasiado por densidades oscuras, eso no quiere decir que su propuesta sea ligera.
La velada comenzó con el show unipersonal de Jam City, quien calentó el ambiente con sus ritmos sincopados, solos de guitarra procesada y melodías tiernas. No despertó demasiada atención. El cada vez más nutrido y ecléctico, mayoritariamente juvenil, público, parecía reservarse para el plato fuerte, y así fue. La banda, en formato cuarteto (el estupendo y preciso Marc Pell a la batería y Andrea Balency a las teclas), emergió tras unas adecuadas formas geométricas abstractas, entre un arsenal de sintetizadores analógicos (los MS-10 en el centro de la función), y equipados con bajo, guitarra muy puntual y batería. Mezclar de forma natural sonidos sintéticos e instrumentos asociados al rock, en tiempo real, sin depender tanto de samplers y sonidos pregrabados (aunque los hubo, esencialmente vocales), no es fácil. Se puede caer en el pastiche indigesto; pero también puede tener resultados deslumbrantes (¿no es cierto, James Murphy?). Y esa mezcla orgánica y bien entendida es la receta que desde hace tiempo, ahora más acusadamente, están cocinando Kai Campos y Dominic Maker, que se han hartado de decir (incluyendo la reciente entrevista en MondoSonoro) que con su nuevo disco la idea era tirar todo lo que les había funcionado en sus dos primeros trabajos.
Por lo visto en la casi abarrotada sala madrileña (¿quién dijo que no había público para tanto concierto?), su público ha asumido con total normalidad su radicalismo creativo. La banda, cuyo set estuvo fundamentalmente basado en los temas de su nuevo disco, alternó precisión quirúrgica en los desarrollos de texturas de sintetizadores con músculo rítmico y la intensidad necesaria en joyitas como el trepidante single Delta. Se lo pasaban en grande sobre el escenario, intercambiando fluidamente funciones (fundamentalmente el bajo y sintetizadores), transmitiendo buen rollo y agradeciendo la calidez del respetable. Hasta se permitieron reinterpretar alguna de las canciones que les pusieron en el mapa hace ya unos años (Before I Move Off, Field), aunque está claro que ya están en otra cosa. Por lo visto en Madrid, da toda la impresión de que han alcanzado ese raro equilibrio entre exigencia artística y accesibilidad popular. Tendrán bastantes cosas que decir en los próximos años.
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