Apología del buen rollo

En tiempos de polarización y cuando demasiada gente parece permanentemente dispuesta a encontrar motivos para enfadarse, da la impresión de que poner en valor lo positivo, “las cosas simples y chiquititas”, es un acto casi subversivo. Es lo que hacen Juan e Ignacio, hermanos de madre venezolana y padre madrileño con su proyecto bautizado precisamente con la palabra que define a los gemelos en el país caribeño (aunque en el resto de Latinoamérica haga referencia a los morenos de piel y pelo).

Uno diría que por la muy buena entrada que se vio en la sala madrileña, así como por los comentarios internacionales que ha recibido en YouTube el vídeo de su hit “Un lugar” -cuyo mensaje parece haber calado bastante más que campañas enteras del ministerio para promocionar los encantos de nuestro país-, que la propuesta de Morochos conecta. Y al final, de eso es de lo que se trata.

Claro que en directo, arropados por una “pedazo de banda” de seis músicos sobrados que dominan casi cualquier registro -qué maravilla la fluidez musical y la contagiosa alegría del batería Micky Martínez-, todo es más fácil. Pero tampoco es cuestión de quitarles méritos. Como ellos mismos contaron entre canción y canción, fue el duro confinamiento pandémico lo que les llevó a componer sus propias canciones, tras verse obligados a regresar de Brasil, donde recorrían el país en furgoneta. Pues en apenas cuatro años ya tienen su público y las mejores perspectivas.

Sus canciones, directas y humildes, con estribillos para corear, rinden tributo precisamente a las cosas cotidianas que nos hacen felices: nuestro perro (o gato), lo que decía la abuela cuando nos terminábamos el plato (“Si quieres más, hay más”), el país que echamos de menos cuando nos vamos de viaje y todo está cerrado a las seis (“Un lugar”), una puesta de sol en Cádiz. A partir de bases acústicas de pop aflamencado, las visten y fusionan con vivos colores del Caribe y unas gotas puntuales de reggae o funk. La fiesta siempre por delante.

Y eso es lo que hicieron en la sala madrileña. “De dónde vengo tour”, presentación de las canciones de su nuevo disco, se apoyó en el buen sonido, su entusiasmo y la competencia de su banda. Cierto que en los momentos más tiernos e intimistas (o románticos, como dicen ellos), se echaba en falta la vitalidad (y musicalidad) del grupo, pero pronto volvía a ponerse en marcha la impecable maquinaria para que el respetable siguiera moviendo los pies. Tuvieron el buen tino, además, de ceñirse a una duración más que razonable.

Juan e Ignacio lo tienen clarísimo: ellos están aquí para cantarle a lo que nos hace mejor cada día, y el personal se lo agradece con entusiasmo. No es de extrañar que en el bis se juntaran todos en el centro del escenario como si estuvieran en el salón de nuestra casa en una fiesta flamenca de ésas que reúnen a la familia entre risas y alborozo.