Vivir la historia
ConciertosMori

Vivir la historia

8 / 10
Luis M. Maínez — 01-06-2021
Empresa — Rusia IDK
Fecha — 28 mayo, 2021
Sala — Auditorio Conde Duque / Madrid
Fotografía — Daniel Urrea

En noviembre de 2020 en Ídolo, la fiesta que se celebraba en la Sala Alevosía de Madrid, Mori daba su primer concierto profesional. La sala estaba llena hasta arriba, apenas se podía llegar a la barra para pedir. Mori empezaba su trayectoria ascendente con un sold-out.

Las cosas han cambiado mucho. Hace mucho que no nos agolpamos para pedir una cerveza, la Sala Alevosía anunció su cierre poco después de que Ídolo dejase de celebrarse por las restricciones vividas en el último año y Mori ya no aparece en el escenario solo, con un ordenador en el que ni siquiera tenía el beat original de “q no”, la canción que sirvió para que se diera a conocer como artista. Ahora Mori sube con los Baywaves al escenario y la versión de “q no” es tan bonita, mucho más elaborada pero sin perder la magia, que es la única canción con la que me he emocionado de verdad en los conciertos post-covid.

Mori tiene algo que lo diferencia y él es consciente. Por eso en su nueva propuesta escenográfica (que muy probablemente sea arquitectura efímera y, por lo tanto, no podamos volverlo a ver), cortesía de Marta Ochoa de Casa Antillón buscaba extrañar visualmente desde la sencillez y la belleza. La sensación era la de Mori cambiando de fase en directo, entrando en una mucho más experimental y artística, en la que las canciones no se parecen demasiado a lo que se escucha en los streaming. En este nuevo momentum Mori crece y hacer crecer a su público. La gran parte del concierto fueron canciones inéditas, pero eso da absolutamente igual. También que haga más de medio año que no saca nada nuevo. Mori ha conseguido no depender de la sensación de repetición y reconocimiento en la gente que paga para verle. Al contrario, como los grandes jazzman, como a las estrellas más imprevisibles del deporte, uno acabará yendo a ver a Mori para ver con qué nos sorprende esa noche, qué es capaz de inventar.

Pero la sensación más interesante que tuve cuando salí del Conde Duque fue la de estar asistiendo a algo histórico. Quizá no para toda la música española, ya que, como suele suceder, la experimentación aboca a la soledad, pero sí para el artista. El tener tan grabado su primer concierto sirvió para establecer fácilmente una comparación con éste. El crecimiento escénico –como intérprete– de Mori es tan grande y lo que provoca en el público es tan curioso, que cuando se retiró del escenario y (ah, las tradiciones) le pedimos que hiciera un bis, Martín (porque cuando no interpreta no es tan Mori) preguntó que cual queríamos y el público eligió una inédita que no conocía, de la que apenas se distinguía alguna palabra y que duraba quince minutos entre los sintetizadores y el guitarreo de unos magníficos Baywaves.

Lo bueno de los directos es que revelan lo que Spotify no puede. Mori ha demostrado que, por encima de todo, tiene el talento para convertirse no solo en un cantante exitoso, sino en un artista que trasciende la música como forma de expresión.

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