El Monkey se supera año tras año y eso empieza a dar hasta un poco de vértigo. Los afortunados (cada año más, por cierto) que acudimos al Puerto de Santa María en el fin de semana largo de octubre salimos de allí siempre con una sonrisa, una mochila llena de descubrimientos y la certeza de que el año que viene volveremos a formar parte de una experiencia única. También con la sensación de coitus interruptus de no poder ver ni a un tercio de los grupos, dada la mastodóntica oferta del festival. Ahí también reside su gracia, la elección de los trayectos y la intervención del azar. Este fue nuestro itinerario.
Viernes 9 de octubre
Empezamos nuestro periplo con dos bandas gaditanas (hubo abundantes y de alta calidad) contrapuestas pero que comparten managers, descaro y expectativas. Detergente líquido nos trajeron, a pesar de los problemas de sonido, su pop canónico, de letras sencillas y lírica urbana, entre el surrealismo cotidiano y la crisis doliente de los treintañeros de esta generación, no sé si perdida, pero sí poco estabilizada. Por su parte, El lobo en tu puerta (foto inferior) nos mostró la otra cara, más la del desquiciamiento que la de la poca estabilidad, la del aullido, el grito y la actitud. Brutales, contagiosos, heterogéneos, rudos, geniales, presentaron su arsenal explosivo compuesto de nitrato de blues enloquecido y hardcore suicida y sureño repleto de theremin, pedales, armónicas y sudor.
I am dive son otro rollo, más limpio, más sereno, más para el paladar que para el estómago. Aunque sus múltiples referencias son reconocibles (de Slowcore a Sigur Ròs pasando por Peter Von Poehl), su estilo, tan personal como efectivo, inundó de capas y atmósferas para bailar con los ojos cerrados, los oídos abiertos y los pies quietos.
Problemas eléctricos hicieron que en el Mucho Teatro se acumulara una hora de retraso que afectó al dúo murciano Crudo Pimiento. Fueron de menos a más, ya que al principio tuvieron problemas para conectar con el público por una acuciante falta de volumen que se tornó contraproducente para con su propuesta radical, sensorial y diferente, siempre entre la América profunda y el casticismo enfurecido, la elegancia desenfrenada y la fiereza musical desmedida.
Lo que tampoco tuvo sentido de la medida fue el show de los madrileños Rosvita, un auténtico espectáculo para los sentidos y un bonito homenaje a lo festivo e inteligentemente intrascendente. Un concierto arrollador en el que nos presentaron al público su cuarto larga duración “Mítico mítico” y al que el público solamente pudimos corresponderle con nuestro respeto eterno y entusiasmo absoluto. Uno de los conciertos del festival, sin duda.
Toundra también mantuvieron el listón muy alto en uno de sus despliegues habituales de post-rock perfectamente ejecutado, movimientos disimuladamente coreografiados y desarrollos complejos, matizados y envolventes, que transitaron por su últimos 3 discos, con especial foco al de este año. Dejaron paso a Holögrama, dúo de San Fernando, convertido en trío aquí con la presencia de David Cordero (del grupo Úrsula, y hermano de Julio vocalista de El lobo en tu puerta), que sorprendieron con un concierto extraño y experimental donde los drones y sintetizadores tomaron más protagonismo que su propio repertorio, dejándonos una sensación diferente y agridulce.
Sábado, 10 de octubre
El sábado decidimos empezar sumergiéndonos de cabeza en el muro de sonido del supergrupo gaditano Gentemayor. Un ruido monumental, melódico y creciente que traspasaba los límites de la plaza Alfonso X y se colaba en los bares aledaños donde lugareños y visitantes degustaban productos locales. Derrocharon presencia y diferentes niveles de abstracción sónica metalera de alto octanaje ante la estupefacción de algunos niños que poblaban incautos el céntrico lugar. De allí a las Bodegas Osborne, donde estaba situado el campo base de actividades y mercadillos, para disfrutar de otros de esos conciertos que dejan huella indelebre. Cómo vivir en el campo (CVEEC para los amigos) confirmaron que son son mejores en directo que en disco y eso que en disco son muy buenos. Enérgicos, dominando en todo el momento la situación (que no era fácil al principio, con poco público y con ganas de siesta) y desgranando un repertorio sólido y variado que incluso les sirvió para derivar “Oro Graso” hacia el “Everybody talkin´” de Harry Nilsson en un inesperado y genial giro final.
Luego pequeñas incursiones en grupos menos originales pero ideales para bailar, despertarnos y recordar también el sentido lúdico que ha de tener todo festival. Tanto los murcianos The Purple Elephants (blues, psicodelia y rock apto para todos los públicos) como Franela (variopinto supergrupo en homenaje a Neil Young) la liaron bastante a pesar de coincidir con los escasos momentos de lluvia.
Perlita era otro de los nombres que no paraban de sonar en los corrillos del festival, así que decidimos acercarnos a la insigne casa de Happy Place para ver como mucha gente se quedaba fuera expectante. El trío formado por los hermanos Perles y Calde Ramírez no defraudaron a un público entregado a su parafernalia y a sus parafilias: italodisco, palmas, vocoder, cacharritos varios y cachondeo máximo. Una fiesta masiva y feliz y una de las ruedas a seguir entre los nuevos grupos emergentes.
Y si hablamos de fiestas, tuvimos una de disfraces y sentimientos encontrados con Fumaça Preta. Con su tropicalismo fumeta y revivalista y su garaje inundado de serpientes de cascabel y reliquias de otros tiempos más propicios para la libertad creativa, de la otra y musical. En el debe cierta tendencia a lo impostado. En el lado bueno los recuerdos en la forma a Os Mutantes y en el fondo a The Sonics.
Terminamos la noche con The Limiñanas, otro combo internacional como de otro tiempo, pero con un espacio diferente. Estos no acuden al disfraz sino a un especie del “delorean” desde el pasado que mira hacia el futuro. Espectacular puesta en escena y espectacular combinación del pop melódico francés con la suciedad fronteriza norteamericana aderezada con elementos kraut y con una batería tan orgánica como arrebatadora.
Domingo, 11 de octubre
Tras una visita rápida en la plaza a Carmen Costa, grupo mexicano masculino con nombre de mujer y con un rock mainstream juguetón y más que solvente, nos fuimos a ver a una chica con nombre de grupo: Jayu. Nos encontramos con una cantautora chilena de 19 años, de voz estremecedora y letras impropias de alguien de esa edad. Acompañada de un bajista, un guitarra y una caja de ritmos llenó la intimidad de la recoleta sala El niño perdío con su sorprendente primer álbum entre la fuerza de Natalia Laforcaude y la frescura pop de Julieta Venegas.
Para seguir con el pop delicado y exacto teníamos a Pájaro Jack, una banda que ha dado un salto de calidad con su último disco y que tuvo el refrendo en una actuación medida, contundente y brillante. La actitud no es solo tirarse por los suelos, sino también saber mantenerse en pie, y los granadinos demostraron que de eso van sobrados, que a su discurso no les hace falta aspavientos porque está repleto de calidad y entusiasmo.
El concierto de El Niño de Elche duró una hora pero se quedará con todos los que estuvimos para siempre. Una rara avis, inclasificable, humano y todopoderoso, con una voz que lo abarca todo y una forma de ver la vida que todo lo cuestiona. Acompañado de Raúl Cantizano y de Darío del Moral (Pony Bravo) dio un recital en todas las acepciones de la palabra, demostrando que el compromiso político no es incompatible con la música sino que a veces (o casi siempre) es intrínseco y necesario.
Tuvimos que correr para llegar a Disco Las Palmeras, otro grupo que no desprecia lo político sino que lo sublima bajo las diferentes capas de su shoegaze virulento, infeccioso y contundente. Mereció la pena y el calor de una sala improvisada (La Martina sustituyó a última hora a El Muelle del Vapor) que se llenó de cuerpos que se retorcían espasmódicos ante la magnífica puesta en escena de “Asfixia” y de algunos clásicos insustituibles como “La casa cuartel” o “A los indecisos”
Luego ya de noche dos artistas muy especiales hicieron dos conciertos más especiales todavía. Julio de la Rosa salió vestido al escenario aunque desnudo de polvo y paja, solo una guitarra, su característica forma de moverse, entre la timidez y el histrionismo, y un repertorio que no se lo salta ni el galgo que más salte. Canciones únicas para un artista distinto. Mikel Erentxun por su parte nos dejo a todos con la boca abierta. Con el acompañamiento de Joaquín Pascual a los teclados y de Paco Loco a la caja de ritmos, Mikel arremetió con/contra su repertorio más conocido como un kamikaze loco que opta a ir a un mundo mejor que tal vez no exista. Existió ya que la experiencia de deconstrucción y reconstrucción estuvo más cerca de lo brillante y lo atrevido que de los fallido o lo caprichoso, por lo menos para el que esto escribe.
Para terminar el festival, la gran sorpresa de este Monkey Week y la confirmación de un gran grupo en un gran momento. Los primeros, los chilenos Vuelveteloca que presentaron su nuevo disco “Pantera” en siete canciones que transitaron en círculo todo el horizonte irrefutable de lo auténtico, lo talentoso y lo trabajado. Maravillosos e inmisericordes, se ganaron el respeto y la admiración de todos los que aún andábamos por allí . Los segundos, Grupo de Expertos Solynieve (foto de arriba) volvieron a demostrar que lo que parecía empezar como una anécdota se ha convertido en uno de los proyectos más sólidos e irrefutables del panorama patrio, y que en directo canciones como “Estoy vivo de milagro (Fandangos de Glasgow)” o “La reina de Inglaterra” le dan sentido a la vida.
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