Imagino que si eres seguidor de la nueva perla del soul-folk inglés que responde al nombre de Michael Kiwanuka ya te habrán llegado noticias de la solidez, rotundidad y precisión con la que se presentó en la sala Bikini de Barcelona el pasado miércoles 16 de noviembre. Supongo que sino pudiste conseguir una de las preciadas entradas, te estarás arrepintiendo de no haber despertado antes ya que se agotaron casi de inmediato. Pues sí, amigo lector, no te cabe más que llorar porque el concierto fue tan implacable como impoluto. Una falta de mácula a la que solo cabe reprocharle precisamente eso, que todo estuviera tan absolutamente medido y no hubiera ni una mínima salida del guión prefijado.
La banda con la que se acompaña este talentoso compositor se nota trabajada a base de interminables ensayos en los que la conjunción, el empaque y la rocosidad son objetivo y marca de la casa. Un colchón musical sobre el que la voz de Kiwanuka se alza para lucir majestuosa. Solo le faltó acompañarse por unas coristas femeninas para que su propuesta cogiera la dimensión de los más grandes y se acercara todavía más a lo expuesto en su último álbum de estudio. Un estatus que está en su mano lograr en un futuro que se me antoja no muy lejano. Canciones tiene de sobras. Solo hay que rememorar momentos cumbre de su concierto como la tierna intimidad que alcanza con una balada implacable como “The Final Frame” o la ternura folk de la suave “Home Again”, para acto seguido lanzarse a temas de corte más soul como ese “I’ll Get Along” que ha provocado que más de uno lo compare con Ben Harper o una “One More Night” que Amy Winehouse hubiera aceptado versionar en un abrir y cerrar de ojos.
Puestos a reprochar tan solo una queja. Dejarse en el tintero un tema de la altura de “Cold Little Heart” –que sí tocó al día siguiente en su concierto madrileño- duele, por mucho que nos regalara un esplendoroso y acelerado “Black Man In A White World” y cerrara el concierto con una coreada hasta el éxtasis “Love & Hate”. Se lo perdonamos porque la seriedad con la que se toma su oficio le lleva a dar lo mejor de sí mismo, aunque le reste capacidad para dejarse llevar. Quizás a medida que su propuesta crezca pierda cierto encorsetamiento y gane una espontaneidad y frescura que, junto a algún toque de locura y desenfreno, le podría sentar de maravilla. Al tiempo.
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