Maga fueron una de las formaciones nacionales que, a lo largo de sus casi dos décadas de carrera, mejor supieron armar una colección de canciones con personalidad propia, equilibradas entre lo bonito y lo elaborado; entre lo emocionante y lo empático. Una banda que quizá todavía no ha recibido ese nivel de reconocimiento que su obra reclamaba. O quizá sí, y esa admiración lata tan disimulada como incombustible en el interior de sus seguidores, atesorando el legado del grupo sevillano como el activo que en realidad es.
Miguel Rivera, vocalista y principal artífice del proyecto, recupera ahora aquellas sensaciones en una gira titulada con acierto ‘Mi historia cantada’, en la que propone conciertos íntimos y cercanos con los que revivir escenas pasadas, mientras repasa (en agradecido orden cronológico) la historia de la banda, alternando así introducciones históricas y las preciosas canciones del combo andaluz. En la práctica, tan vigentes como antaño. Esa fue, exactamente, la conclusión desprendida de su paso por el zamorano Avalon Café, ante algo más de medio centenar de fieles que respondían con sentidas onomatopeyas de ilusión a cada tema presentado por el cantante.
Miguel Rivera apuntilló la prometida visita por la trayectoria de Maga, con su inconfundible voz tendiendo lazos hacia unos asistentes inmovilizados por el poder redentor del reencuentro, acompañado solo de guitarra y un looper con el que revestir ligeramente la propia ejecución. Una actuación de trazo limpio, con la impagable lírica propiedad del autor luciendo (al mismo tiempo) como alma y desarmante hilo argumental. Desde “Una piel de astracán” a “Desde otro lugar”, pasando por “Piedraluna”, “Agosto esquimal”, “Diecinueve”, “Un lugar encendido”, “La otra mitad”, “Sal y otras historias”, “Silencio”, “El ruido que me sigue siempre” –único tema de “Satie contra Godzilla” (Mushroom Pillow, 11) que, a día de hoy, se permite–, “Domingo” o “La casa en el número 3”.
Ni los más acérrimos podían haber imaginado la catarsis de sentimientos que iba a suponer esta nueva coincidencia en el espacio/tiempo con el andaluz. Tampoco la intensidad exhibida por ese nexo personal refrendado, a cada paso, entre artista y público. El concierto de Miguel Rivera en Zamora fue, en definitiva, un paseo por las nubes. Una noche de lágrimas y abrazos, agradecimientos por el poso, aplausos, y sentimientos reencontrados. Una velada, por supuesto, mágica.
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