El Papa Juan Pablo II fallece tras una larga agonía en el Vaticano. En una sala de conciertos del centro de Granada –ciudad algo más fría e inhóspita que Roma-, Mercromina, una de las bandas fundamentales del llamado indie (surgida de los seminales Surfin´ Bichos) se despide para siempre del público andaluz. Ambos acontecimientos, separados tan sólo por una hora de tiempo, tienen no pocos aspectos en común (el principal: helaron la sangre de la gente en una noche que se recuerda larga, extraña y confusa). Así, el concierto de despedida del cuarteto de Albacete fue casi como una elegía en primera persona, la crónica de una banda que supo sobrevivir a su propia leyenda (Chucho, la otra mitad de los Surfi´, sigue en activo) y que venía anunciando su final desde hace más o menos tiempo (incluso su último disco, “Canciones desde la montaña más alta del mundo”, grabado antes de tomar la decisión, sonaba a despedida). En Granada sonaron contundentes, fascinantes y enfermizos, como el cadáver del Santo Padre expuesto en la sala Clementina; sus canciones, disfrazadas de amabilidad (Joaquín Pascual no canta, susurra) esconden confesiones gélidas, historias de aventuras imposibles narradas de una manera inhumana. Nadie sabe si el catolicismo acabará con la muerte del Papa pero al acabarse Mercromina, se acaba una de las grandes bandas que existían en España, un país no tan lejano a Roma.
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