El siete de octubre de 2021 llegaba el comunicado oficial que daba por terminada la trayectoria de Meltdown. Inmersos como estaban en la composición de su segundo LP, la pandemia torpedeó la línea de flotación de la banda, dejando al descubierto las diferencias entre sus partes sobre cómo gobernar un barco que decidieron atracar indefinidamente un año antes de hacerlo público. 365 días en los que, tras la salida de Sasu, los cuatro miembros restantes pararon la maquinaria por primera vez en siete años y llegaron a la conclusión de que el camino se había terminado, empezando a gestar una despedida a la altura de su legado para la que nos emplazaban en marzo de 2022.
La que en principio iba a ser una única fecha junto a los gasteiztarras Vibora, tuvo que verse ampliada dos semanas después ante la apabullante recepción que terminó con el papel a cinco meses vista. Planteada como una noche familiar de las de siempre, con varias bandas y shows más cortos pero intensos, los invitados para la ocasión iban a ser los madrileños Boneflower, una de las bandas amigas más especiales que se han cruzado en el camino, y los No Rights de Astigarraga, colegas y promesas locales con los que han coincidido desde el comienzo de sus correrías.
Estos últimos serían los primeros en subir al escenario del Dabadaba, con algo de retraso sobre el horario previsto por problemas técnicos con el backline. Mientras sonaba el drill de “Welcome to Brixton” de SR a modo de intro, un nutrido grupo vestido con sudaderas con el logo de la banda coreaba un “Zorionak Zuri” dedicado al bajista del combo. Se nota que juegan en casa, y en cuanto termina el cántico, Joanes exige que todo el mundo se venga adelante para acometer a puro beatdown “The Moon”, canción que abre su debut (“Unease”) y también los mares de un pit en el que empezamos a ver los primeros crowd-killings de la velada entre crossover y breakdowns. El grupo avanza como un mamut, primitivo, alcanzando el micro al público para apuntalar las barras mientras el cuarteto cimienta a base de growls y chops que caen como árboles talados bajo los hachazos de Martín a las seis cuerdas. La excitación va en aumento tanto encima como debajo del escenario, y Joanes pide al respetable que suba a dar comienzo al stage-diving, mientras Manex y Rufo mantienen el pulso de la sección rítmica y los riffs centran el groove en una suerte de southern slam onda Lamb Of God. Squeals entre los espontáneos que agarran el micrófono, acercando la propuesta al grindcore desde debajo de las tablas, mientras sobre ellas nos atrapa en el mosh el thrash vía Anthrax y cada break nos lleva más y más cerca al death(core) de la soleada Florida. Derivan en nu metal tribal como ya hicieran Sepultura y la tribu responde a la llamada, a la cual acuden solamente dos mujeres, que no se dejan amilanar por la testosterona siempre presente en las primeras filas de este tipo de saraos y rondan los monitores como estandartes de la necesidad de un pogo inclusivo en géneros como el Oi! o el HxC. El bajo cae como el martillo de diez toneladas de los Machine Head circa “Burn My Eyes” mientras llegan al primer parón del set con una versión de Sucide Silence, en la que todo el personal disputa enfebrecido el puesto de Mitch Lucker (DEP) y me vienen Ktulu a la cabeza por unos momentos que aprovechan para poner a toda la sala a cantar por el cumpleaños de Manex, para acometer la segunda mitad de su actuación con la rabia de quien presenta un nuevo single y otro tema inédito consecutivamente, tras meses de parada obligatoria. He de confesar que nunca los había visto en directo, y que su “stoner beatdown” (según su propio Bandcamp) no es cercano a lo que suena en mi reproductor desde los primeros tiempos de BMTH o Parkway Drive, pero suenan muy muy serios, compactos como un puño. El stage-diving sigue en auge mientras el primer circle-pit cae amenazante al son de unos “arf! arf!” con ecos a Knocked Loose que llevan a Joanes a tirarse al pit para gritar cuerpo a cuerpo con su gente. Cuerpos que reivindica en igualdad al dar su discurso de agradecimiento final, para atacar “The Tower” (tema que también culmina su álbum) como cocodrilos en los pantanos de NOLA, con la pesadez de Down o Superjoint Ritual dando paso a la ligereza del “Hello” de OMFG que los acompaña por los altavoces al backstage entre ovaciones.
Sobre el terreno, Boneflower tenían la peor papeleta de la tarde. No sólo eran los menos conocidos por la audiencia (aunque podíamos ver merch del grupo, como el del cantante de Outlines (DEP), congregándose durante su soundcheck), si no que tuvieron que lidiar con un pruebatoca motivado por el viaje desde Madrid y los compromisos laborales. Tras una intro ambiental a cargo de Eric y su pedalera (ampliamente alabada durante los sucesivos parones instrumentales dispuestos para afinar), se desatan con las dos primeras canciones (“Saltpeter” / ”Vestiges”) de su último larga duración, con la rabia de quien tuvo que cancelar la gira europea de presentación de “Armour” (junto a State Faults nada menos) durante el estado de alarma y se halla ante su segundo concierto desde entonces. “Nothing feels the same”. Violentos como unos Oathbreaker, el despliegue físico y las arrebatadas puñaladas al aire con sus mástiles no ayudan a un sonido lastrado por la falta de prueba previa, pero para cuando llega “Perennial”, tanto el trío, como Markel a los mandos de la mesa, han encontrado la tecla y suenan poderosos. Crescendos post-rock y breaks hardcore que derivan en estallidos de (post-)black, a pesar de que su cantante ha abandonado su ya clásica camiseta de Urfaust con las mangas cortadas, para abrazar aesthetics maturecore con ese punto hooligan de Joe Talbot. Una imagen que va más acorde con la personalidad actual de una banda que, si bien ha crecido bajo el paraguas de ese post+screamo a lo Viva Belgrado, se encuentra en un punto similar a los de Córdoba; recién editado un split (“Dolor”) en el que además de virar al castellano, coquetean con el indie en sus tres temas. El primero de ellos llegaría tras un pasaje dream pop lo-fi que me recuerda al “Tired Of Tomorrow”, y “El Hospital” entra como si Amenra hubieran hecho lo propio en Daba (fun fact: figura como “doom” en el setlist) para encaminar su dinámica hacia Toe, con esa lírica que transpira melancolía generacional cercana a la treintena y una cierta timidez en la voz al afrontar por primera vez su faceta poppie. Ya asentados tras empezar atropelladamente, demuestran lo buenos músicos que son hilvanando contundencia y melodías punk (emo forever), con detalles técnicos de Jaime a la batería en la línea math japonesa y Desán contenido y contundente, en un segundo plano al fondo contra la pared, como la sombra del ahorcado de su camiseta de Nails. Retorno al old school screamo (la vieja escuela es la única escuela) con “City Lights” y lagrimilla con el himno “Unfading”, saltando a los blast beats y trémolos de “Starless” como aquellos Harakiri For The Sky que telonearon por estas tierras. La constante necesidad de afinaciones (guiños a Touché Amoré a las baquetas) delata la complejidad que han ido adquiriendo sus composiciones con los años, más propensas a escuchar. Más de headbanging que de pit. Eric canta “El Escondite” (“indie” en el setlist) con más convicción esta vez. “Aunque la casa queme que no se vea el humo”. Se despiden, y lo hacen recordando cómo Meltdown también estaban presentes en la despedida de Outlines en Ourense (Jesús, Julio, Ferre… presentes y emocionados), cerrando el círculo con la dupla “Land And Sand” / “Aching Absence” y dejando los corazones preparados para la que se avecinaba. “Now let it die”.
Difícil tarea ponerle palabras a una despedida, como más adelante demostraría el propio Sasu. Más aún cuando dices adiós a una forma de vivir, con todas las caras que han hollado ese camino junto a ti formando un mar que navegar por (pen)última vez. “La carretera es la vida”, decía Kerouac, y esos mismos rostros evidencian esa misma viveza, urgentes incluso antes de empezar la partida; mientras el quinteto es una unidad que no sabe a dónde ir, excepto a todas partes. Sentimientos en el aire, pie en el monitor, y Meltdown se lanzan a la guerra. “Vivalaguerra”, decían otros ausentes, y esta noche es una celebración vital. “Izarren Hautsa” es la primera parada en la senda (“I can hear our end louder”), partido ganado y primeros micrófonos al aire para que los pulmones bombeen la sangre de nuestras venas. Más metal que core, los pasajes melódicos resultan una suerte de Thursday con breakdowns, mientras que la disonancia de Julen y Amunda nos sigue llevando al pozo de los Poison The Well. Se siente que no han dejado nada al azar para esta etapa cumbre, hasta el propio setlist del cantante es una hoja de ruta de canciones y emociones en forma de palabras, con la intención de poner orden a la pasión y no saltarse ninguna estación en sus afectos. Lo que sí salta, es el Dabadaba (“nuestra casa”) por los aires, se arma el circle-pit y hay que ponerse armadura para la batalla. “Limits” es prueba fehaciente de que hasta las ovejas negras pueden reventar un Resu (“time to break, to find my way”) y empezamos a ver las primeras miradas húmedas en la sala. Tristeza y orgullo a partes iguales. “Gears” imprime una marcha más a la maquinaria y empieza el desfile de invitados: Oier (Exile To Decadence / Dawn Of Mankind) y Jesús (Outlines) se dejan la garganta por la causa, abrazando el micro y a sus hermanos como sólo puede hacerlo quien ha pisado el mismo asfalto y ha formado parte de la hermandad del hardcore. Se acuerdan de ella y de la ayuda supuesta en el primer parón del set: Yaw, Cohen, Jousilouli (Matxet se sumaría al día siguiente, representando), Mogambo… “Vida ante los ojos”, pronuncia Sasu antes de demandar “un puto circo de pit” para “Rip Out My Eyes”. “I am building my own dream”. Soñar despiertas como forma de vida, porque otra vida es posible. Y lo sabemos. Crossover thrash y breaks de subirte los calcetines hasta la rodilla, como no cesa de subir el número de personas que desfilan junto a los de Hernani, con la necesidad de dejar su impronta o de llevarse una suya propia de vuelta al hogar. Amigos de la infancia, músicos… Familia, al fin y al cabo. Gente de toda la península: Sevilla, Madrid, Barcelona, Ourense… El círculo ya es un abismo, y alguien emerge con una zapatilla perdida en la mano. Zapatilla es lo que imprime Pablo, con unos coros ahora hardcore melódico, ahora Mutoid Man / Cave In, mientras Bittor sostiene todo desde la retaguardia, drops y samples a claqueta. “¡Ahora sí, hasta la muerte!”. “Hollow Chest” hincha nuestros pechos. Feels. Tras una mini-intro bien basada, Joanes (No Rights) vuelve a berrear en el primer tema que compusieron allá por 2013. Siempre fueron “Underdogs”, pero la respuesta de la gente los ha hecho ganadores en todas las apuestas. Técnicamente impecables a pesar de confesar que vienen con cuatro ensayos, el breakdown con el que acaban este acto es histórico, y se atreven envalentonados con “This Is Now Forever” por primera vez en directo. “Que ahora dure para siempre”. Un bajo bailongo, aires a Turnstile y fraseos rapeados que anuncian nu metal. “¡Quiero ver la mesa!”, y todo se vuelve codos, rodillas y riffs. “Skulls Of Stone” chocan como los Mastodon del “Remission” con coros post-hardcore. Sasu se aferra al pie de micro. Ha llegado la hora. Tensión post-rock contenida para liberar las lagrimas. “Mila esker, nos vemos en la vida”. Fundido a negro para seguir el protocolo de los bises y rearmarse. “¿Sirve para algo?”. Es palpable que sí. Faltan palabras, y las encuentran en el reverso del setlist. “Maite zaituztet”. Dos palabras. Era exactamente eso. Dos acordes del “One Step Closer” de Linkin Park y no queda un ladrillo en pie. “La vida sigue”. La muerte es ya promesa. Eric (Boneflower) se encarama para aportar el emo, Sara Zozaya la sensibilidad y el desgarro, y Celia (protagonista del videoclip de “Death Is A Promise”) la intensidad, a hombros de Julen para terminar flotando de espaldas en el océano de emociones. Siempre fue por el viaje, nunca el por el destino. Ahora ya es para siempre.
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