Acaba la edición número dieciséis del Festival MED y la sensación es la misma que la del año pasado: asistir a este festival es un placer y rompe totalmente con la idea preconcebida de las incomodidades que pueda suponer el acudir a un evento urbano en el que actúan más de sesenta bandas. El MED es único en su género y entiendo perfectamente que haya obtenido diferentes premios como festival de tamaño medio, tanto por su organización como por la ubicación y por la calidad de sus propuestas.
El festival, por si no lo conocen, se sitúa en el casco medieval de la preciosa ciudad de Loulé, en el popular Algarve portugués. Los escenarios, cuatro principales y seis secundarios, están distribuidos por las plazas y calles empedradas que mantienen muestras de las tres principales culturas que las habitaron (árabe, judía y cristiana), aunque cualquier espacio es susceptible de ser utilizado por diferentes grupos de calle. En cuanto a la organización volvió a ser ejemplar y de una puntualidad impecable que el público (variado, desde jóvenes a familias; unas once mil personas al día) siempre agradece.
Sobre la calidad de las actuaciones, este es nuestro repaso de lo acontecido. Aunque nos excusaremos diciendo que es imposible ver todos los conciertos que ofrece el festival. Y más todavía si a eso le sumamos el que la programación incorpora además manifestaciones culturales relacionadas con las artes plásticas, la poesía, la animación de calle, la gastronomía, la artesanía y la danza, ampliada este año con cine y teatro.
El jueves la bienvenida al festival la tuvimos con Luís Galrito, un trovador que mezcla sabiamente las músicas de raíz de la región del Alentejo, con referencias urbanas. Respaldado por hasta cuatro guitarras acústicas, bajo y percusiones, tuvo el buen gusto de invitar a la voz privilegiada de João Afonso (sobrino del gran Zeca Afonso) que nos emocionó con temas como las encantadoras “Na Machamba” o “Entre Sodoma e Gomorra”. Esto ocurría en el escenario Castelo, dedicado este año exclusivamente a grupos portugueses. A su vez, en el escenario Chafariz, nuevo este año y que tenía zonas de césped donde podías disfrutar sentado de los conciertos, Moonlight Benjamin despertaba de la delicadeza con su fiero “voodoo rock & blues”. Ella viene de Haití, pero estudió jazz en París y regresó a Haití para iniciarse en el vudú. Tras varios discos, el pasado año sorprendió con su trabajo “Siltane” que descubría una faceta muchísimo más arrolladora. Ahora su poderosa voz está protegida por una banda francesa con dos vibrantes guitarras, bajo y batería que asisten con intensidad sus letras disidentes. “Moso Moso” o "Memwa’n” sonaron más contundentes que en disco y ya es decir.
Contraste de nuevo con dos figuras de la música portuguesa que han unido sus maestrías. Camané, una de las mejores voces del fado, y Mário Laginha, uno de los mejores pianistas. Juntos han recuperado una forma no tan habitual de interpretar fado acompañado de piano. Pocas palabras para definir su conjunción, pura delicia. Otro tipo de felicidad el que transmitieron Os Tubarões. Si no lo hemos dicho antes, lo diremos ahora, pero el Festival Med presta especial atención a los grupos lusófonos y su público los disfruta con entusiasmo. Así que había muchas ganas de ver este mítico grupo de Cabo Verde. Tuvieron su época dorada en las décadas de los setenta y ochenta, hasta su disolución en 1994. Pero volvieron en 2015 con el fin de hacer bailar a base de ritmos tradicionales como el funaná, la tabanka o la coladeira. ¡Y vaya si lo consiguieron en su concierto! Convirtieron el escenario Matriz, quizás el de más aforo, en una fiesta mayor y esto dicho con todo el respeto.
En otra onda totalmente distinta el maestro del oud, el tunecino Dhafer Youssef. Su amplio jazz de vanguardia que bebe de la música tradicional árabe, pero también de la música india y paquistaní, ensimisma en directo. Acompañado por unos músicos que son auténticos maestros en sus instrumentos (saxo, batería, percusiones y bajo), emocionó con piezas como “Humankind” en la que Youssef canta –o quizás sería mejor decir que gime–, con su emocionante voz (que fue grabada para ser usada como llamada a la oración. Un momento realmente estremecedor.
Después de tanta intensidad, qué mejor que los ritmos balanceantes de los italianos Mellow Mood para relajarse. El grupo de los hermanos gemelos Garzia demostró que su propuesta es cada vez más internacional. Es cierto que en Europa cada vez hay más grupos que, con el reggae por bandera, están consiguiendo más adeptos a la causa rastafari, pero a ellos se les agradece especialmente la efectividad de sus canciones y de sus directo. Y no nos olvidemos de su mensaje positivo, que empuja a no dejarse manipular y que proclama el respeto. Pero aún quedaban The Turbans para volver a revolucionar al personal. Con músicos procedentes de Turquía, Bulgaria, Israel, Irán, Grecia e Inglaterra pusieron al numeroso público a bailar con su rítmica e imposible mezcla de gipsy, klezmer, flamenco, gnawa, etcétera. Liderados por el guitarrista Oshan Mahony, su puesta en escena se basa en un constante dialogo musical entre todos los músicos y en cual incitan a participar también al público. Lo mismo tienen un duelo divertido de guitarras que un espectacular solo de triangulo, pero siempre sin dejar de mandar mensajes contra el racismo y la xenofobia o a favor de la contra-información. Repasaron su exitoso disco homónimo sin dejar que bajara el ritmo, convirtiéndose en unos de los triunfadores del primer día del festival.
El viernes caímos literalmente enamorados de Selma Uamusse, mozambiqueña que ha colaborado con infinidad de artistas (desde Rodrigo Leão al grupo de afrobeat Cacique’97. Apoyada por un trío de batería, teclista/guitarra y percusionista, su repertorio se basó en su precioso primer disco en solitario, “Mati”, un compendio de canciones íntimas y al mismo tiempo rítmicas en las que brilló su voz dulce y poderosa (“Baila María”, “Ngono Utane Vuna Kudima”). De alguna manera nos recordaba a la gran Fatoumata Diawara y dejó claro que tiene muchas tablas tanto por su forma de conectar con el público como por su espontaneidad (bajó a cantar y bailar con la gente). Oiremos hablar mucho más de ella. Seguro. Otros con gran experiencia fueron Dead Combo. Banda liderada por Pedro V. Gonçalves y Tó Trips, dos excepcionales guitarristas portugueses que, junto a saxo, contrabajo y batería, facturaron una música principalmente instrumental y muy cinematográfica. Con casi una decena de discos a sus espaldas y colaboraciones de lujo como las de Marc Ribot, Mark Lanegan o Howe Gelb, su directo resulta de lo más curioso. Se sientan uno frente a otro mientras van desgranando su emocionante propuesta con ecos ambient y también de spaghetti-western. Su actuación fue muy vitoreada por el numeroso público. Y de la pasión a la locura. Conocía la música del quinteto brasileño Francisco el Hombre, pero su puesta en directo fue toda una sorpresa. Vestidos todos con una especie de mono naranja y con la batería en medio del escenario, no pararon quietos casi ni un momento e interaccionando constantemente con el público. Presentaban su reciente trabajo “Rasgacabeza” que ellos mismos definen como “muy raro”, en el que hay trazos de punk, rock y electrónica, y que en directo resulta muy enérgico y divertido. Se inventaron un “wall of death”, redefinido como “wall of love”, para que la gente corrieran a abrazarse, con muy buen resultado. Dejaron un mensaje para Bolsonaro en su tema “Bolso Nada” y también reivindicaron el empoderamiento femenino con el relajado “Triste, Louca ou Má” que acabó con todas las mujeres delante del escenario. Una muy agradable sorpresa.
Una vez agotados físicamente, pudimos relajarnos con la deliciosa voz de la portuguesa Márcia. Ya fuera ella sola o con banda, sus canciones con mensajes poéticos y a veces también de lucha, sonaron inmejorablemente. Sin ánimo de comparaciones, la situaríamos en la línea de nuestra Silvia Pérez Cruz, pero quizás más cercana al pop. En Portugal está en un momento de gran popularidad, sin duda merecida. Quizás Anthony Joseph no sea tan popular, pero su actuación también fue resaltable. Este poeta, novelista, músico, conferenciante y profesor universitario de Trinidad y Tobago, pero residente en Reino Unido, siempre ha estado comprometido con la defensa de los inmigrantes y de las minorías raciales en general. Lo muestra tanto en sus libros y como en sus canciones. Su banda, compuesta por habilidosos músicos, navegó por un envolvente jazz de avantgarde, mientras él hablaba, recitaba, rapeaba o cantaba. Pero supo dejar que sus acompañantes se lucieran, como en la cruda y extensa “Dig Out Your Eye” de su reciente disco “People Of The Sun”. Lo dicho, sobresaliente.
Tras la elegancia de Joseph, lo poco que vimos del rock tuareg de Kel Assouf se nos antojó algo atropellado. En formato trío, guitarra-voz, batería y teclado, la resolución fue contundente, pero con pocos matices. No nos dio tiempo a más, porque el espacio frente al escenario Matriz estaba a rebosar esperando a Marcelo D2. El MC brasileño venía presentando su nuevo trabajo, “Amar é para os fortes”, su décimo álbum que tiene un formato conceptual, pero su setlist tomó temas de toda su obra. A pesar de que iba con un pequeño bastón, que a veces tiraba al suelo enfadado por depender de él, estaba súper contento de tocar en Portugal. Custodiado por un trío, bajo, batería y piano-teclado (el gran Pablo Lapidusas), lanzó sus mensajes sociales y de lucha. Cantó la pegadiza “Febre Do Rato” de este último disco y dijo “cuanto más fascistas, más resistencia” para empalmarla con “Resistência Cultural” que en ese último disco cantó con Gilberto Gil. También cayeron “A Maldicao do samba”, “A Arte Do Barulho”, “C.B. Sangue Bom” -que hizo en su momento con will.i.am (The Black Eyed Peas)- o la coreada “Desabafo”. Todo ello mientras el público cantaba a gritos muchas de sus rimas y en una pantalla al fondo se podían ver escenas urbanas de jóvenes brasileños (quizás tomadas del documental que él mismo ha dirigido sobre su último trabajo). El suyo fue otro de los conciertos memorables del festival de este año.
Para cerrar la noche, al menos la nuestra, Gato Petro. El pasado año no pudieron actuar a causa de la lluvia y, aunque ellos continuaron tocando, finalmente se canceló el show ante lo peligroso del momento. Así que era de recibo que regresaran como compensación a su entrega. Y lo volvieron a hacer, me refiero a entregarse. Gata Misteriosa desde Mozambique a la voz, Lee Bass de Ghana a los beats y sintetizadores, el senegalés Moussa Diallo al djembe y dos bailarinas incombustibles llevaron sus ritmos al limite. “Pirao”, “Moçambique”, “Tempo”, “Barulho” y la infalible “Dia D” mezclan kuduro, kwaito y funk carioca y convirtieron el espacio del escenario Cerca en una autentica pista de baile. El año pasado no pudieron tocar, pero este año se desquitaron.
Desde Guinea Bissau, las balanceantes melodías de Eneida Marta ejercieron de inicio ideal para el tercer día de festival. Se acompañaba de una banda amplia y sus canciones de aires africanos eran de fácil y agradable escucha. Además su voz con la ayuda del cristalino sonido de la kora, fueron ideales para esa hora de la tarde. Pero tras ella esperaba uno de los platos fuertes del festival, Dino D’Santiago. Quizás fue el que más público congregó y del tipo más variado. Si bien ya era muy conocido, el que Madonna dijera de él que había sido clave en la grabación de su último disco, ha disparado su popularidad. Su puesta en escena fue cuanto menos especial. Dino ocupaba todo el escenario y detrás suyo solamente tres chicas vestidas de blanco, lanzando bases y tocando percusiones. Su repertorio se basó en su último trabajo “Mundu Nôbu” que además de ese nou-soul que le caracteriza, recupera ritmos tradicionales de Cabo Verde como la morna o el funaná. Temas como “Como seria” o “Nova Lisboa”, que se han convertido en verdaderos himnos en Portugal, fueron coreadas a pleno pulmón y si Dino pedía agitar las manos, aquello se convertía en un campo enorme lleno de brazos arriba. En breve estará tocando en La Mar de Músicas de Cartagena y seguro que pronto lo hará en otras ciudades españolas.
Tiempo para ver a Marinah. La ex Ojos de Brujo definió muy bien su aventura musical con el título de su último disco: “Afrolailo”. Una etiqueta que combina los aires afrocubanos junto a la rumba y también el reggae. Esa es la base de unas canciones que en directo animan a bailar y que fueron bien recibidas por un público que aún recordaba el paso de su antigua banda por el festival hace unos años. El tremendo grupo que trajo seguía a pies juntillas sus evoluciones en el escenario. “Guayo”, “Saca La luz”, “Medio Pan”, “Esperanzah” o “Dime quién” funcionaron ante un público que sigue valorando su trabajo.
Siguiendo la noche “latina”, Orkesta Mendoza. La banda de Sergio Mendoza (Calexico) que nació casi por casualidad tras un tributo a Pérez Prado, ha evolucionado hacia ese indie-mambo con efluvios de la familia de bandas de Tucson-Arizona, pero con el objetivo de hacer bailar y disfrutar. He tenido oportunidad de verlos en varias ocasiones y sus temas siempre funcionan, “Cumbia Volcadora”, “La Caminadora” o sus personales versiones de clásicos como el mambo “Qué le pasa a Lupita”, “Me gusta boogaloo” o el “Caramelos” de Los Amaya, tienen efectos inmediatos en la audiencia. Especialmente motivado estaba Raúl Márques porque es portugués y hasta salió a tocar su trompeta entre el público. Fue otra de las bandas que han dejado mejor recuerdo en el MED 2019.
Y nuevo cambio radical con el portugués Omiri. Un autentico genio, tanto de los instrumentos como de las máquinas. Su propuesta se basa en grabaciones de campo de las más recónditas aldeas que él graba con video para luego loopearlas, añadirle bases y además tocar encima de ellas, todo hecho en directo. El resultado es un folk-electrónico espectacular y muy de pista de baile.
Teóricamente esa noche latina se debería haber completado con los mexicanos Los de Abajo, pero suspendieron su actuación un par de días antes. Así que los organizadores tiraron de agenda y llamaron a los madrileños Alamedadosoulna que acudieron al rescate. Ya habían pasado por el festival hace unos años con gran éxito, así que eran certeza de fiesta y así fue. A pesar de que actualmente están en impasse, su gran experiencia les bastó para armar un buen espectáculo. Su constante movimiento en escena y su batería de éxitos, “Por favor”, “Camaleón”, “Sobrao”, “Optimista” y la infalible versión del “Killing In The Name” pusieron a bailar al personal hasta casi agotarlo.
Pero si aún quedaban fuerzas, los encargados de exprimirlas fueron Tshegue. Nacidos de la unión de la cantante congoleña Faty Sy Savanet y del productor y batería franco-cubano Nicolas “Dakou” y con tan solo dos Ep’s han llamado la atención de múltiples festivales. Junto a grupos como Kokoko!, BCUC, Throes + Shine o los mencionados Gato Preto, todos con un directo explosivo, están creando una escena que alguien ha definido como afro-futurismo, pero que bien puede etiquetarse como tribal-afro-punk. O sea bases y percusiones contundentes y unas voces cantadas, rapeadas o gritadas de letras combativas. Además con un dominio total del escenario. Así se puede definir lo que hicieron Tshegue que subían, bajaban, cortaban o estiraban los temas como si de una sesión de DJ’s se tratase. Pero es que “Muanapoto”, “When You Walk” o la poderosa “Survivor” son temas difíciles de no bailar, además Faty Sy demostró un gran carisma jugando constantemente con la reacción del público, que se puso literalmente en sus manos. Se les adivina un gran futuro.El mismo que tendrá este excepcional festival que cada año se supera.
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