A menudo la palabra “festival” se relaciona con incomodidad, masificación, precios altos y condiciones complicadas para el público, bien, pues aquí tienen un festival de tamaño medio que rompe con todos esos tópicos y más. Quizás por eso, este año consiguió uno de los Iberian Festival Awards, que se otorgan a festivales portugueses y españoles.
En la pequeña localidad de Loulé, en el interior del Algarve, al sur de Portugal, se puede encontrar este festival que lleva quince años abogando por la calidad en su programación y que se desarrolla en un espacio cuanto menos sorprendente. Y además a un precio más que popular. En Loulé cohabitaron tres principales culturas (la de árabes, judíos y cristianos), y de todas ellas hay preciosas muestras en su zona histórica. Este relativo pequeño espacio, repleto de callejuelas empedradas, plazuelas y jardines, se cierra y se convierte en el lugar por el que pasarán unas sesenta bandas, que se reparten por los diez escenarios emplazados en el espacio.
La primera sorpresa es que la entrada se hace por el precioso edificio del Mercado Municipal, donde muchas de sus paradas funcionan hasta altas horas como si fuera un día normal. También muchos de los pequeños comercios, restaurantes y bares de esa zona histórica están abiertos. Al salir del Mercado y perderse por las calles, te puedes tropezar con una veintena de cantantes a capella en un cruce de calles. Un trío de fado en un precioso claustro entre las pequeñas casas; un grupo de jazz en una “jaima” en un patio interior; mujeres haciendo bonitas cestas de mimbre en su propio domicilio abierto para que puedas apreciar su destreza; paredes de las calles que se convierten en lugar de exposición de macro-fotografías de grupos que han pasado por el festival; puestos variados de artesanía, food trucks, graffiteros pintando en directo grandes cuadros... Todo esto y mucho más (actividades para niños, poesía del mundo, performances callejeras, etc.) se encuentran dentro de las muchas ofertas culturales que ofrece el MED. Es cierto que esa buena fama del festival, hace que sus calles y plazas se abarroten, pero (y lo decimos por experiencia propia) puedes acceder hasta las primeras filas de cualquiera de los tres escenarios principales, sin apenas dificultad. Eso dice mucho de un público amable y muy receptivo a todo lo que le ofrece este evento. Pero centrémonos en la parte musical durante los tres días de festival.
La sorpresa del primer día fue justo quien lo abrió, Vurro (en la foto superior), un one-man band. Este músico habilidoso de Ávila actúa tras una mascara de cráneo de vaca y con sus respectivos cuernos golpea casi salvajemente los platillos, mientras con sus manos toca diferentes teclados y con sus pies varios bombos. Quizás da más espectáculo que música, aunque algunos temas -como “Vurro’s Boogie”- son realmente brillantes. Adjetivo aplicable también a la música de Miguel Araujo. Su directo es inapelable y por ello también fue premiado en esos ya nombrados Iberian Festival Awards, premio sin duda merecido. Fue capaz de seducir él solo con su guitarra y voz, o con la macro banda que le secundó utilizando arreglos de rock, dixieland o pop. Por dar pistas, digamos que se encontraría cercano a Pedro Guerra, tanto en poesía como en música.
Otro con potente banda fue el también portugués Sam Alone. Entre la crudeza de un joven ‘The Boss’ y la fiereza de The Clash, y con gran experiencia. Sus canciones para “soñadores y renegados” resonaron fuerte entre un público rockero que coreaba sus canciones. Diametralmente opuesta fue la fiesta de Los Mirlos. Está mítica banda es algo así como el Buena Vista Social Club, pero de Perú. Son uno de los precursores de la chicha, la cumbia peruana, ahora renombrada como cumbia amazónica o psicodélica, sobre todo por ese característico sonido de “vibrato” y “delay” de la guitarra. Sus clásicos hits conectaron fácilmente con el público y demostraron por qué ahora muchos los reivindican. A Bonga no hace falta reivindicarlo, por lo menos en Portugal. Fue el concierto más multitudinario de todo el festival, obvio, si atendemos a que es un valor seguro sobre las tablas. Bonga siempre ha sido un poeta incómodo por sus letras y lo sigue siendo a día de hoy. Con su voz entre rota y aguda, sigue emocionando. Y con su música, que bebe de sus raíces, expresa lucha, alegría, tristeza, amor y diversión a partes iguales.
Otros que beben de las músicas tradicionales son Gaiteiros de Lisboa, también muy queridos por esas canciones de aires folk con mucha percusión y gaitas. Nacieron en 1991, pero la banda ahora es una mezcla de sangre joven y veterana, lo cual les hace más efectivos en sus directos, y lo demostraron.
Asimismo efectivos y sorprendentes fueron Metá Metá, que desde Brasil trajeron su bossa y samba y música popular brasileña, que en directo revelaron aristas de free jazz muy atractivas.
Aunque los más llamativos y contundentes de la noche fueron Orelha Negra. Empezaron tapados por una gran tela negra en la que proyectaban imágenes y hasta la mitad del concierto no se dejaron ver. Su mezcla de funk-soul resonó enérgica sobre todo por la intensidad del bajo y la batería, aunque teclados y Dj’s también aportaron rotundidad rítmica. Parte de su originalidad está en que no tienen cantante, así que utilizan samplers con voces clásicas a las que les dan ritmo para no parar de bailar.
El fin de fiesta del jueves fue para Sampladelicos, un dúo que presenta una novedosa propuesta a base de videos que mezclaban con percusiones y samplers. Esos videos son fruto de un trabajo de campo en los que buscan cantos y músicas rurales y de profunda raíz que ellos mismos graban. El título de su disco es bastante concluyente e irónico: “No nos dejes caer en la tradición”.
El viernes la fiesta la trajo la banda catalana La Pegatina en su primera actuación en Portugal. Son un torbellino en escena y crean locura colectiva allá donde van, eso ya lo sabemos, por eso la plaza se llenó de niños, abuelos, punks o público “normal” que bailó, saltó e incluso coreó a grito pelado “Mari Carmen” y “Lloverá y yo veré”, temas con los que acabaron su actuación mientras Rubén volaba sobre los brazos del público. Seguro que volverán allí muy pronto. Aunque fiesta hubo también con Asian Dub Foundation. De acuerdo que su sonido se estancó hace años, pero en directo sus clásicos siguen funcionando a la perfección. Y son conscientes de ello, de ahí que al tocar “Naxalite” dijesen: “este es un tema old school. Cuando lo compusimos muchos de vosotros no habíais nacido aún”. Pero desde la vuelta al bajo del Dr. Das suenan espectaculares. Presentaron temas de lo que será su nuevo disco, en los que siguen con sus denuncias y llamadas a la rebelión, pero “Flyover”, “Fortress Europe” o “Rebel Warrior” siguen siendo irresistibles cuando atruenan en el escenario.
Aunque la noche había empezado mucho más tranquila con el fino guitarrista Ricardo Martins, un músico que ha sacado de contexto la guitarra portuguesa. En formato trío, presentó sus propias composiciones que apuntan al barroco, el minimal y las músicas tradicionales al mismo tiempo. Esa misma noche también hubo dos mujeres protagonistas. Por un lado, la dulce y delicada Sara Tavares, con sus canciones balanceantes que beben del afro-soul, pero también de sus raíces caboverdianas. Había estado unos años alejada de la música pero ha vuelto tan encantadora como siempre. Por el otro e igual de sugestiva, Morgane Ji, nacida en Isla Reunión y ahora viviendo en Francia. Posee una voz guerrera y sensual, toca el banjo y destila carisma. Además su imagen es impactante con sus brazos repletos de pulseras y colgantes de colores. Arropada por una potente banda, cantó en francés, inglés o criollo y cruzó el maloya de su país de origen con rock y electrónica. Presentaba las canciones de su último EP, “Women Soldier”, con las que conquistó al público.
También obtuvieron una excelente respuesta los portugueses Melech Mechaya, que se movieron entre el klezmer más bailable y el más selecto. Son cinco músicos virtuosos, experimentados y con mucha calle también, que se sienten como en casa en cualquier escenario. Lamentablemente, su actuación se vio interrumpida por la lluvia, que empezó lenta pero insistente. En otro de los escenarios, Gato Preto se resistían a dejarlo aunque se mojaran, y el público tampoco quería que se fueran a pesar del agua. Lee Bass manejaba los beats y sintetizadores mientras Gata Misteriosa cantaba, rapeaba y bailaba. A veces aparecía un percusionista con un djembe o una impresionante y poderosa bailarina danzando enérgicamente. Juntos llenaron de kuduro, baile funk o kwaito el escenario y, aunque empezó a llover con más intensidad, no quisieron dejar al público sin su dosis musical. Al final la organización los hizo parar, pero se bajaron del escenario y se marcaron un tremendo tema, bailando, con la percusión y cantando a capella. Admirables.
El sábado Riding A Meteor nos invitó a viajar con su música –y unos visuales de lo más etéreo- a lomos de un meteorito perdido por los misterios del universo. Decían que su música estaba entre Pink Floyd y Porcupine Tree o entre Genesis y The Mars Volta y aciertan. También sutil y encantadora fue la actuación de Teresa Salgueiro. Dejó Madredeus, pero su voz sigue siendo igual de fascinante. Además ahora tiene un grupo a su medida y, por lo visto en el festival, un público numeroso y muy fiel. Espectadores muy cómplices también los del octogenario Bitori y su imparable acordeón, quien dio una buena muestra de lo que es el funaná de Cabo Verde junto a Chandro Graciosa y su banda. El funaná fue un ritmo que las autoridades portuguesas, en las últimas décadas de dominio colonial, prohibieron cantar, tocar y bailar debido a sus características “salvajes, eróticas y subversivas”. Ahora es una música muy bailable que fue celebrada por todo tipo de público.
Aunque la sorpresa del día la dieron los polacos Hañba!, banda de folk aceleradísimo a base de acordeón, bombo, tuba, banjo y voz, es decir, instrumentación tradicional, pero actitud totalmente punk, capaz de revolucionar a cualquiera. Lo dieron todo y el público les respondió con la misma excitación.
En parecida onda comprometida, pero en otra dimensión sonora están 47 Soul. Ellos mismos afirmaron que su música es para derribar muros y en contra de las fronteras, sobre todo las palestinas. Dos jordanos, un sirio y un palestino que combinan el hip hop y la electrónica y que beben del dabke, que popularizó Omar Souleyman, y que en directo es tremendamente rítmico. Música para bailar, pensar y luchar. Aunque los que acumularon más público esa noche fueron los franceses Dub Inc. Hicieron valer su experiencia en el escenario y demostraron por qué son uno de los grandes nombres del reggae-ragga. La combinación de sus dos voces es una de sus originalidades y su música mestiza, abierta, libre y positiva atrapó a todos sin remisión. Lo contrario que les pasó a Ifriqiyya Électrique, que, a medida que avanzaba su concierto, se iban encontrando con menos público. En escena tres cantantes tunecinos en el centro, flanqueados por una bajista y un guitarrista europeos. Mientras las voces iban desarrollando cantos tradicionales repetitivos que inducían al trance, se mezclaban con el bajo y la guitarra que parecían beber del krautrock y el post-punk más denso, todo junto y a un volumen excesivo. Además con un fondo de imágenes que, en alguna secuencia, incluía el degollamiento de un cabrito. Excesivo para un público familiar que se iba tapándose las orejas y prefería acudir al concierto de Tribali, originales de Malta pero con músicos de diferentes países. Didgeridoo, sitar, djembe, bajo, batería y una cantante de múltiples matices para una música global que bebe de África, Europa e India.
Aunque el fin de fiesta lo puso la Dj Selecta Alice con una impresionante sesión de pura world music con apertura de miras. Fue de Gogol Bordello a Salif Keita pasando por la música cubana sin que decayera el ritmo. Además había mucho público con considerables ganas de bailar y de que no se acabara nunca este encantador festival. Espero ya a que llegue el año que viene.
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