De atardeceres dorados y abrazos acústicos trató el inicio de la jornada del 13 de junio en las Noches del Botánico. Tras su gira de 20º aniversario, McEnroe aterrizó en la capital para repasar aquellos temas que se quedaron fuera del tour conmemorativo. Rugieron las flores con su “indie pop” calmado que hizo brotar, como si de una metáfora ensayada se tratara, un arcoíris entre Tormentas y Asfalto en Madrid.
El grupo vizcaíno rindió homenaje a la banda de Morrissey con "Cuando suene This night" y, aunque no conseguí encontrar a aquella chica con la “camiseta rota de los Smiths” en la pista, el público acogió este himno con cariño y mucho mimo en forma de coros y balanceos. Lezón logró, entre risas por su nuevo look con sombrero, convencer a sus fieles para bailar un penúltimo "Gracia" que dio paso al ya clásico "La electricidad". Y así, entre incendios, semáforos y frases, McEnroe pasó la corriente a Los Estanques y Anni B Sweet.
McEnroe
Bajo nubes rosadas y un cielo violeta, más de una decena de encapuchados se colocan sobre un escenario a oscuras. Megafonía anuncia que, por primera vez en las Noches del Botánico, el show sería grabado. Euforia entre los asistentes que, ilusos – me incluyo – por un momento pensamos que sería un concierto normal.
De todas aquellas figuras misteriosas encubiertas, una voz se alza, solitaria, sobre el Jardín Botánico de Alfonso XIII: “He bebido tanto que…”. Una Anni B Sweet que, en portada junto con Íñigo Breguel (Los Estanques), lidera el ritual que acaba de dar comienzo. Entre las túnicas de la zona derecha de la tarima, se comienzan a intuir sutiles susurros de cuerdas. ¿Desde cuándo hay violines en Los Estanques? Para cuando este primer tema conecta con su inseparable "(…Estoy) Muerto de sed", aquel lugar ya no es un escenario sino un templo; y nosotros, los testigos de una ceremonia guiada por un auténtico equipo mágico de violines, sí, pero también de chelos, trompetas y trombones.
No puedo negar que acudí a esta cita con cierto temor: con un disco de estudio sobresaliente, las posibilidades de que el sonido en directo no fuera el esperado eran altas. Sin embargo, pronto la brigada de mantos azules con capucha que había frente a mí, me demostró que la fusión del grupo cántabro y la cantante malagueña es capaz de mucho más que sintetizadores y distorsiones. Quizá la voz de Anni B Sweet no tuvo la fuerza que esperaba tras mis trescientas veinte escuchas del álbum, aunque la energía de Andrea Conti a la batería y la precisión de Íñigo, maestro de ceremonias, al teclado, compensaron toda debilidad.
Ese poder, respaldado por un bajo indispensable al servicio de Daniel Pozo y una “orquesta” hechizada, consiguió que la clausura de "Tu pelo de flores" se transformase en un apocalipsis divino. El quinteto de cuerdas plantó detalles únicos en una versión exquisita de "Yo me voy de aquí", que dio paso al íntimo arranque de la estrella de esta burbuja en la que ya todos flotábamos: "Brillabas". Y, en efecto, la psicodelia de Los Estanques destelló en una noche en la que el público se deshizo ante aquel rito de elevación. El resto de las piezas de "Burbuja Cómoda y Elefante Inesperado" fluyeron una detrás de otra con un diseño de iluminación medido al milímetro y una ejecución en la que se palpaba mucho ensayo y detalle.
El teclado, convertido en ocasiones en órgano, nos “llevó al cielo”, “si es que existe”, para conducirnos a los dos temas finales del álbum. La minuciosidad de la producción del disco se hizo realidad, una vez más, en las sucesivas explosiones de "Vuelve a oscurecer". Tras este regreso a la penumbra, ya por fin – con una hora de concierto a sus espaldas -, la formación se presentó y habló por vez primera en el altar embrujado.
La secta improvisada de túnicas celestes inauguró entonces un apéndice de temas propios de Los Estanques ("Carne de Cañón", "Clavos de papel"…) y de Anni B Sweet ("Buen Viaje"). Todo ello, estilado al puro estilo de esta combinación mágica creada entre los artistas. Melodías atrevidas que derrumbaron toda barrera entre jazz, rock e incluso pop operístico, con las teclas de Íñigo como pegamento. Un caos psicodélico sobre el que, en el momento del espectáculo, solo fui capaz de apuntar una palabra en mi libreta: “promete”.
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