Masego I, el rey en su rollo
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Masego I, el rey en su rollo

9 / 10
David Navarro Luján — 09-02-2024
Fecha — 06 febrero, 2024
Sala — Razzmatazz 1, Barcelona
Fotografía — Christian Bertrand

Ni soy Guy Talese ni nadie remarcable ha pillado un resfriado, pero si tenemos en cuenta que la salida de Razzmatazz durante la medianoche del pasado martes 6 exhaló una atmósfera antártica -siempre en comparación con la hora y media de pirotecnia musical que se produjo dentro del local- el que pilla el moco es el cronista, yo, con los tímpanos desertando sus funciones y el silbido del saxofón impregnado hasta la amígdala, aun preguntándome como narices lo ha conseguido.

El “fenómeno” Masego no es ningún secreto. Del genial multiinstrumentalista jamaicano se ha apreciado, capturado y reseñado su arte ad nauseam, mediante vídeos o colaboraciones, rulando en redes y directos, inmortalizando así sus solos en saxofón, sus gafas de sol y un carisma que raya diamantes y evapora el plomo. Aún con esas, y creyendo que gozaba de inmunidad tras años viéndolo y escuchándolo tras la pantalla, he llegado a la conclusión que nadie está preparado ante el alud de seducción y talento que supone ver al bueno de Masego en directo.

Esto va de solos y teclados por el suelo, de humaredas cannábicas y rosas volando del escenario, con la fanaticada aullando sus letras y las pasarelas superiores de la Sala 1 de Razzmatazz con el semblante de una viga llena de obreros en los años 30: apretados, con los pies colgando y expectantes. Estando ahí arriba, cómodo para tomar apuntes y desde un picado agradecido, palpé nervios entre los asistentes, segregados en parejas y sibaritas solitarios. La rumiada, compuesta de besos y adjetivos tan pomposos como “sinestésico” o “versátil”, solo presagiaban la crónica de un conciertazo anunciado.

Sobre las 20:05 el escenario emitía una fuerte luz azulada y la gente enloqueció; de la oscuridad emergió una figura femenina esbelta, Tanérelle, que era la cantante que teloneaba a Masego y se estrenaba ante el público barcelonés. Vestida con un mono negro adiamantado y poseedora de un pelo afro sideral, más propio de la Foxy Brown de Pam Grier que de una cantante en ciernes, hizo los entrantes y cargó la sala de sugestión y erotismo durante casi una hora, mediante un potente rango vocal contenido y una cadencia en sus movimientos que dejó embrujado el espacio.

No pasaron ni 10 minutos entre la salida de Tanérelle y la puesta a punto del escenario, en el cual, pese las pantallas, las luces y las palmeras de pega, aún no se veía su mítico saxofón. “Que te juegas que sale con él colgando del cuello” escuché por ahí. Y, efectivamente, así salió: vestido en tonos caquis, pantalones militares, gorra y gafas de sol, además de unas relucientes Air Jordan verdes que hacían temblar la tarima, con el dichoso saxofón colgando del cuello destellando ante el juego de luces del concierto.

Se quedó inmóvil, y, claro, con ese imponente metro noventa y una pose que irradiaba la presencia de un titán, la gente lo vitoreó como un mesías. Mencionó “Barcelona” ante la consiguiente histeria fanática, pero no se dejó querer demasiado y empezó como un tornado: cantó “Queen Tings”, “Old Lady” y después presentó a los músicos que lo acompañarían en el concierto, otros dos multiinstrumentalistas rodeados de infinitos teclados y una humareda que ya interpretaba su propia música.

Más allá de la tracklist del concierto, que oscilaba entre los clásicos y algunos temas más recientes, la cita brilló por ser el “Show de Masego”. En un alarde de comerse-el-escenario, el cantante jamaicano hizo moonwalks por doquier, lanzó ramos mientras cantaba su clásico “Mistery Lady” además de ponerse un delantal, simulando ser un chef, porque he felt like cookin’; Se sentaba ante el público, apelándolo todo el rato; tiraba billetes falsos mientras cantaba Nayhoo, además de bailarle sugerentemente al soporte del micrófono y cantarle el cumpleaños feliz a una fan que, como pueden imaginar, se disoció del espacio por la emoción.

El acabose fue cuando el artista, en el clímax de la cita, subió al escenario a un músico callejero que se encontró por Barcelona esa misma mañana. Embrujado por su guitarra Gibson Les Paul, Masego le regaló el protagonismo para que tocara los acordes de la mítica “Tadow”, clásico canónico del cantante, para goce del público. Pese los visibles nervios de un muchacho que ya tenía anécdota para las cenas familiares, se ganó al público y lo corearon.

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El concierto, por otro lado, no dejó de sorprender. Entre las canciones tarareaba y versionaba brevemente clásicos como el “Crazy” de Gnarls Barkley o el “Toms Diner” de Suzanne Vega, con un ritmo y un flow con una clara denominación de origen. En un momento dado, las luces se volvieron penumbra y la pantalla principal enfocó un plano cenital de la batería, para que su mismo ejecutor regalase al público un extenso solo que se acercó más a un preciso reloj atómico que al que percute un instrumento. Ya en el final, y aún dirigiendo el solo, Masego reaparecía ataviado con la bandera jamaicana y una corona encima del micrófono, para quitarse por primera vez las gafas tras casi hora y media de espectáculo. Solo alguien con la confianza hasta la troposfera puede autoproclamarse rey, pero solo alguien como Masego puede convencer unánimemente a todo el mundo de que tiene la razón.

La guinda del pastel llegó cuando volvía a rescatar “Tadow”, esta vez protagonizado por su famosísimo solo de saxofón, y despedirse así de un público que, pese estar exhausto, daba la sensación de que podría pasarse toda la noche en esa burbuja que fue Razzmatazz el pasado martes. “Dale cualquier instrumento y te lo sabrá tocar” me dijo una chica que tenía al lado. Aunque esa sentencia es improbable, lo dijo con la convicción del que cree y la seguridad del que sabe. Y apostaría cualquier cosa a que las más de 2000 personas que acabaron llenando la angosta sala barcelonesa hubieran jurado lo mismo, tras ver como Masego se coronó por encima del ruido y, al menos también para quien escribe estas líneas, del tiempo.

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