A la tercera fue la vencida. Mis dos anteriores experiencias con Marah no habían sido del todo fructíferas. La primera, hace ocho años en el Kafe Antzokia bilbaíno, resultó incómoda por la excesiva cantidad de público, y la segunda, en el Azkena Rock 2014 fue muy aburrida (todavía tengo pesadillas con los tediosos solos de violín del niño rubito).
Nada que ver con lo ofrecido esta vez. Se presentaban en Vitoria con la formación casi original, la más sólida, capitaneada por los dos hermanos Bielanko, y desde el principio se vio que la cosa prometía. Durante el concierto, abarcaron todas sus etapas creativas, picoteando temas de casi todos sus discos. Ni rastro de banjos, mandolinas o gaitas, lo que hizo que las canciones más folkies sonaran más cañeras que en las grabaciones.
Comenzaron con tres trallazos de rock clásico como aperitivo, a los que siguieron "Fever", de su primer trabajo, y la dylaniana "The Diswasher's Dreams", con la armónica de Serge echando humo, primero sobre el escenario y después debajo, rodeado de público, momento que aprovechó para soltarnos una especie de rapeado de lo más curioso. Casi a continuación, todo el grupo abandonó las tablas y se mezcló con la gente para ofrecer un miniset acústico justo enmedio de la sala. Pocas veces he visto en un concierto tantas caras de felicidad, los fans no daban crédito. No soy muy amigo de este tipo de concesiones, pero reconozco que en esos instantes se creó una conexión mágica entre artistas y seguidores. El resto de la actuación alternó momentos de bluegrass tabernario con sabor a bourbon y reminiscencias de los Pogues, neocountry elegante adornado con la sobriedad de una steel guitar cuyo sonido se apreciaba mejor en los pasajes más calmados, y pildoritas de aires pop, como la entrañable "Santos de Madera". Las tormentas eléctricas, con tres guitarras tronando desatadas, también se unieron a la fiesta organizada por los vozarrones de los Bielanko, "Christian Street", por ejemplo, apabulló con su salvaje energía y sus coros en estéreo.
Por cierto, los técnicos de sonido realizaron una gran labor, no debe resultar sencillo conseguir que semejante desparrame decibélico no agreda a los tímpanos y suene limpio y coherente. Tras dos horas de sudor y diversión, los de Philadelphia concluyeron su ceremonia del rock con una "Wilderness" disfrazada de jam session y tal vez alargada en exceso, pero que añadió la gota que faltaba para conseguir la catarsis colectiva. Con un bis de dos temas se despidieron a lo grande de la multitud, agradecida por las continuas muestras de cercanía y autenticidad. Feedback humano en tiempos de crisis.
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