Sólo falló lo que no estaba en su mano. “¿Ha venido el Covid?”, preguntaba. Dios quiera que no. Aunque el bicho estuvo y estará en la experiencia inmediata de la música en directo. Lo suficiente como para hacer de los conciertos algo raro por momentos, un sucedáneo. Achicoria para los cafeteros, pero igualmente imprescindible a juzgar por el ánimo entusiasta de los centenares de personas que se dieron cita en les Nits del Primavera para ver a la Mala Rodríguez.
La misma grada que solo unas semanas atrás, en forma de anfiteatro y encarada al mar, hubiese rebosado durante el festival Primavera Sound, ahora andaba solo moteada de gente. Muy bailonga, eso sí. Y la pista, una media luna que ha vivido los cierres festivaleros más míticos, atiborrada de público, ahora vestía mesas, como para un espectáculo de magia. Mucho mérito salir y darlo todo como hizo La Tiguerita, teloneando, cuando todavía esas mesas andaban vacías, pues la gente repartía su tiempo entre alcoholes, geles –los hidroalcoholes ya son nuevo atrezzo en recintos musicales– y diferentes clases de espirituosos.
La joven repartió arrojo durante treinta minutos. Y sirvió para ilustrar una certeza más evidente que eso de que mascarilla con cerveza es un combo narcotizante: sin Mala Rodríguez, muchas Tiguerita no hubiesen alzado la voz, o hubiesen tardado mucho más en hacerlo. La Jerezana y su “Lujo ibérico” (00) abrieron un camino feminista, de orgullo de clase, andalusí y gitano sin el que mucha escena urbana no sería. E incluso en estos ‘espectáculos’ que ha permitido la nueva normalidad es sencillísimo ver que aquel disco es atemporal: “Tengo un trato” es un hostión de flow. Hace veinte años y hoy.
Si bien abrió con “Superbalada”, la Mala salpimentó el primer tramo del directo con míticas de su discografía, como “La niña”. Y también con proclamas por las mujeres, por los cuidados (la emocionante “Mami”, a capella”), también hacia su propio equipo. “No saben lo difícil que es hacer este show. Yo trabajo también para mi equipo; no sólo al revés”, compartía con el respetable.
Enseguida se vio claro que su lado más rap, más hardcore, quedaría relegado a momentos puntuales de su potentísima voz. Todo caminaría hacia una especie de ‘free party’ jamaicana, donde el sound system iría cortando las canciones entre bocinazos y efectos. Especial gracejo mostró el Dj de la jerezana en las hiladas, Unai Muguruza; apellido inconfundible, pero ha hecho camino propio a los platos.
Así, el dancehall se apoderó de la noche, como lo ha hecho de “Mala” (20), el último largo de la rapera. Los juegos de luces, el cuerpo de baile, los graves y los pelotazos dejaron de lado al puro hip hop. Y esas mesas de cabaret empezaron a incomodar. Lo que todo el mundo quería era sumarse a la rave caribeña.
Los 1,5 metros preceptivos pusieron coto a una fiesta que cada uno hizo buena en su cuadrado de seguridad. Pero que sin Covid hubiese sido multiplicada por cien: la Mala lo dispuso todo con extrema regularidad y efectividad para que así fuese. Pero la circunstancia es la circunstancia.
Después de despachar “Contigo” o “Dame bien”, lo más contagioso de su nueva discografía, Mala Rodríguez dijo hasta aquí. "No seas mala", le gritaban desde la grada para pedir bises. Pero ella había decidido que suficiente. Hora y media de ejercicio empoderado, directo, intenso y sensual. Mala. Lo decía en entrevista para este medio: si llevaba veinte años en el candelero era por haber hecho siempre lo que le salía del mismísimo coño. No iba a ser menos.
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