Mientras el resto del país se agitaba, preparándose para volver al mismo punto, algo grande sucedía para unos pocos en el patio del Conde Duque. Unos pocos si lo comparamos con uno de tantos macrofestivales de verano, pues no es ni mucho menos mala la salud de la música negra en nuestro país ni escasos sus seguidores. El Black is Back! Weekend va de otra cosa. Festival de carácter urbano a medio camino entre plato para paladares exquisitos y celebración de la música global para todos los públicos. Un fijo por merecimiento en el calendario del fanático del soul, que en su cuarta edición llegaba con un cartel de quitar el hipo.
Al acierto de la nueva ubicación, lo suficientemente amplia y cómoda, se sumaba una disposición de cartel similar y accesible durante sus dos jornadas, sin riesgo a saturar al personal. Y también una buena y variada cerveza. Allí el profano disfrutaba tanto como el entendido en un ambiente con mucho estilo. Tatuajes, vestidos, camisas hawaianas y, afortunados ellos, varios niños rondando por la pista, agradeciéndolo seguro sus oídos. Como no podía ser de otro modo, brillaron James Hunter Six, James Taylor y su hammond y, por encima de todos, el gigante del soul Charles Bradley (Foto), sorprendiendo y mucho propuestas como las de los neoyorquinos Escort y la de JC Brooks & The Uptown Sound, desde Chicago. Disco, rap, agresividad y carisma, pruebas perfectas ambas de que hablamos de una escena viva y no anclada en el simple revival.
Una selección de bandas nacionales rompía el hielo al comienzo de ambas jornadas, con el sol cayendo y poniendo todo de cara a las estrellas de la noche. Era el caso de los exquisitos Blueperro, la banda formada por Luca Frasca , Héctor Rojo, Pipo Rodríguez y Jorge Santos, aglutinadora de música afroamericana de raíz, que inauguraba el festival con su habitual buen gusto y sin excesos, solventando algunos problemas técnicos con tablas y su “Everybody Loves You”. El sábado haría lo propio TT Syndycate, en este caso tirando de salvaje rock & roll y garage, dando paso a una increíble Sister Cookie. Habitual en nuestro país gracias al trabajo de FOLC Records y salas como Fun House, la cantante londinense y su banda regresaban para hipnotizar al público con su mezcla de rock & roll con aires de jazz. Para enmarcar su visión del “I Put A Spell On You”. Volviendo al sábado, disfrutábamos también con The Groovin' Flamingos, divertidos y variados, viajando con naturalidad del rhythm & blues a la banda sonora o a los sonidos latinos. A continuación, sincero y festivo homenaje al recientemente fallecido Prince de la mano de The Raspberry Beret Band. No faltó la canción que da nombre al grupo ni, obviamente, los mecheros con “Purple rain”.
Cumplidor con los horarios, el festival avanzaba ágil cada noche hacia el momento de los cabezas de cartel. Turno el sábado para ese homenaje viviente al órgano hammond que es James Taylor. Un viaje apasionante con momentos para tocar con Herbie Hancock o vestirnos de "Starsky & Hutch". El domingo, su lugar lo ocuparía un veterano del rhytm & blues como James Hunter. Tirando de clásicos como “Chicken Switch” y debido a su carácter reposado, el británico es único para hacer parecer sencillo lo inalcanzable. Tras él, llegaba el momento más esperado de esta edición, Charles Bradley. Se palpaba fácilmente en el ambiente, repleta la pista a pesar de avanzar la noche del domingo. Retrasos en el escenario, algo que parece no estar listo. Nervios y más y más expectación. Uno se pregunta cómo es posible tal veneración previa a un cantante, ya desde la propia lejanía con su banda de acompañamiento, escuderos de lujo esperando e introduciendo al jefe con todo lo que tenían a su alcance. Minutos después, y escuchando a este genio del soul cantar “Lovin' You, Baby”, cualquiera hubiese ido voluntario a desplegar la alfombra roja. No se trata únicamente de un increíble derroche vocal, afortunadamente no es tan fácil como eso. Bradley parece tocado por un ángel y convierte como pocos un inofensivo concierto en lo más cercano a una experiencia religiosa. Teatral y distante, pero transmitiendo y llegando de algún modo a lo más profundo. Así, como se supone que debe ser, lo que creíamos lejano y únicamente en los libros de la historia del rock.
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