Una luz eterna
ConciertosMetallica

Una luz eterna

8 / 10
Iñigo Blanco/Adriano Mazzeo — 15-07-2024
Empresa — Live Nation España S.A.U.
Fecha — 12 julio, 2024
Sala — Civitas Metropolitano, Madrid
Fotografía — Dara Chriss

Cuarenta y dos años de carrera inagotable, once álbumes de todos los colores a sus espaldas y setenta y dos temporadas frescas para presentarnos. Metallica han aterrizado en Madrid con el mastodóntico “M72 World Tour. No Repeat Weekend” para tocar las noches del 12 y el 14 de julio en el Estadio Cívitas Metropolitano.

(Viernes 12 julio)

Tanto da si conociste a Metallica hasta unos pocos meses por la popular serie “Stranger Things”, hace semanas en Fortnite o si ya llevabas parches de “Kill ‘Em All” en el instituto, aquí todo el mundo es bienvenido. Más de sesenta mil personas acudieron fieles a la primera de las dos noches de los norteamericanos en Madrid. Tras el déjà vu inicial con “It’s A Long Way To The Top (If You Wanna Rock’n’Roll)” de AC/DC pasadas las nueve de la noche, sonó el sempiterno “The Ecstasy Of Gold” de Ennio Morricone para dar la bienvenida al grupo al escenario. Empezaron a toda velocidad con “Creeping Death”, para continuar con la demoledora “Harvester Of Sorrow” de un lejano “...And Justice For All”. Una vez más, Metallica consiguieron mantener el interés de su setlist incorporando sorpresas como “Cyanide” antes de continuar con “King Nothing”. Quedó claro una vez más que Metallica pueden combinar thrash, NWOBHM y hard rock en apenas media hora y que todo suene coherente y potente.

Iniciaron la presentación de su más reciente disco con “72 Seasons” y “If Darkness Had A Son”, a las que siguió “Sangria Brain”, una obviable improvisación a cargo de Kirk Hammett y Robert Trujillo para la ocasión. Pero Metallica supieron encauzar y remontar rápidamente el show con “The Day That Never Comes”, sin lugar a dudas uno de los momentos álgidos del show, convirtiendo esta canción de “Death Magnetic” (08) en un himno de estadio. Con las ocho torres de videopantallas ya a pleno rendimiento, arremetieron con la tercera de sus nuevas canciones, “Shadows Follow”, posiblemente la más celebrada de su último álbum.

James Hetfield sigue siendo el perfecto maestro de ceremonias del metal y Lars Ulrich parece estar en su mejor momento de la última década. Kirk Hammett se mantiene, con su eterna sonrisa, en su papel de héroe de la guitarra y Robert Trujillo, el chico nuevo que lleva más de veinte años en la banda, es el pegamento ideal para ponerlo todo en su sitio. Aunque este último destaca cuando, recordando al malogrado Cliff Burton, se luce tocando la memorable y emotiva “Orion” como apertura de la siguiente parte del show. Una parte que empezó muy fuerte con “Nothing Else Matters” convirtiendo el Estadio Metropolitano en un karaoke gigantesco. A estas alturas del espectáculo, nos había quedado claro ya que Metallica habían vuelto a la capital mucho más en forma que en sus últimas visitas a nuestro país.

En las pantallas, unos pesados martillos empezaron a marchar con violencia como preámbulo de auténtico heavy de la mano de “Sad But True”. “Si queréis heavy, Metallica os darán heavy”, avisó Hetfield, antes de empezar el tema. Tras la introducción del álbum “Master Of Puppets” (86), “Battery” arrasó con todo y “Fuel” entró bien para rescatar el álbum “Reload” (97) por única vez en la noche. Para el último arreón, Lars Ulrich escogió “Seek & Destroy”, inundando el recinto de la nostalgia punk thrash de sus inicios y de gigantescos balones hinchables de playa sobre las cabezas del público. Cosas de los conciertos de estadio del siglo XXI. Con “Master Of Puppets” llegaría el colofón, poniendo el estadio del revés y cerrando un repertorio de quince canciones diseñado por igual para deleitar a los fans de toda la vida y a los oyentes ocasionales, todo ello con aplomo y una energía fura de toda duda.

Metallica consiguen crear una atmósfera en la que todos vivimos un sentido de pertenencia muy especial, haciendo de su show algo transformador y especial. A eso cabe sumarle un repertorio sobrado en temas eternos, claro. Pese a las dimensiones de los recintos, el precio excesivo de las entradas y demás cuestiones que nos presenta la industria musical actual, Metallica siguen generando una conexión cercana y honesta con sus fans. En la primera de sus dos noches en la ciudad no sonaron clásicos como “For Whom The Bell Tolls”, “One” o “Fade To Black”, pero sabíamos que esto era parte del juego y que quizás sonarían en la segunda cita con sus fans. En todo caso, lo que brilló en el Estadio Metropolitano fue una auténtica y verdadera luz eterna. Iñigo Blanco

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(Domingo 14 julio)

Hace tiempo que Metallica redimieron todos sus profundos baches estratégicos de mediados de los noventas y desde el momento en que Robert Trujillo comenzó a ser una pieza fundamental en el funcionamiento del grupo. Si bien los últimos tres discos tienen momentos destacables, está claro que el grupo pasó ya por su máximo pico creativo. Pero hay algo mágico en la carrera de la banda de metal más grande la historia cuando pisa el escenario, en este caso, un entarimado híper diseñado que representa un ímpetu indisimulable en el grupo: el de ser los malditos dueños del juego.

Puedes ir a ver a Metallica con el corazón electrizado de expectativas o quizá lo hagas con cierto escepticismo. Pero la realidad es que cualquier conjetura se desarma cuando –tirando sin dudar toda la carne al asador– el grupo comienza con una versión tan caótica como arrasadora de “Whiplash”. Sabemos de “Enter Sandman” y de cómo ese hit –que, por momentos, podría ser una parodia del metal con su riff básico y ritmo cuadrado– cambió el género para siempre, y afortunadamente también sabemos de este bulldozer infernal extraído del primer manifiesto de la banda de Hetfield, contendiente de ese riff cortante, violento y definitivamente revolucionario. Por poner un ejemplo, estos dos temas podrían trazar una parábola sonora que explicaría el fenómeno Metallica, al menos a nivel sonoro.

Volviendo a lo que sucedió en el Civitas Metropolitano el domingo por la noche, con “For Whom The Bell Tolls” y “Ride The Lightning” pegadas inmediatamente en la lista de temas, el sonido se convirtió en una bestia de la que no se puede escapar, un monstruo que desata adrenalina como reacción en cadena en decenas de miles de fanáticos. El alma speed metal del tema que da nombre al segundo largo del cuarteto quedó siempre opacado por “Master Of Puppets”, pero realmente tiene poco que envidiarle y cumple una función biológica fundamental en el desarrollo del sonido Metallica. Tras su vanguardista breakdown directamente heredado de Black Sabbath, llega uno de los solos que confirmaban que Kirk Hammet era ya en 1984 un fantástico storyteller de las seis cuerdas.

Tras un extraño homenaje a Miguel Ríos y de bajar la intensidad (emocional, no de bpms) con temas del último largo “72 Seasons” (el speed metal puro y duro de “Lux Æterna” que tributa a la primera etapa de la banda y la progresiva “Inamorata”), lo cual favoreció a hecho de observar con más detenimiento el excelente diseño de pantallas y el cómo el grupo se desplaza por la escena estando en “todos lados” –logrando dotar de una necesaria cercanía al show–, la cosa se pone más seria que nunca y nuevamente nos preguntamos cómo semejante bestialidad de repertorio corresponde a una banda iniscutidamene mainstream. Es que “The Call Of Ktulu”, “Moth Into Flame” (quizá su mejor tema desde la llegada de Trujillo), pero sobre todo el súmmum de intensidad que consiguieron con “Fight Fire With Fire” y “One” –curiosamente decorada con mile de gritos por el gol que le daría a España una nueva Eurocopa– terminan el show en modo soundtrack, mostrando la cara y la cruz del urgente arte de una banda que, después de más de cuarenta años desde su nacimiento, no parece dispuesta a entregar la merecida corona de reyes del metal que ostentan a ninguna otra banda del planeta tierra. Adriano Mazzeo

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