Sábado: oscuridad arrasadora
El sábado empezó con todo lo alto con Pile. El cuarteto de Boston transitó con gran autoridad técnica y sonora por los terrenos agrestes y complejos de Slint, Come o Polvo, pero con un punto más melódico (sobre todo, en lo vocal), demostrando que los norteamericanos no tienen rival en esto del post-todo.
En las antípodas estilísticas, y en el mismo escenario, Frankie Cosmos, primera actuación en España, dejaron buen sabor de boca. Las encantadoras miniaturas de indie pop naíf de Greta Kline y compañía funcionaron perfectamente ante un público tan nutrido que a los jovencísimos músicos les costó soltarse, abrumados ante la respuesta. Cuando los neoyorquinos lo consiguieron, todo fue sobre ruedas.
Queens Of The Stone Age
Queens Of The Stone Age, en escena tras una intro con la voz de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia y la música siniestra de La naranja mecánica -perfecto contraste-, estuvieron a la altura de lo que se esperaba, pese a un sonido algo enlatado que fue mejorando según daban salida a su set list. El rock recio y agreste de Josh Homme y sus muchachos se fue apoderando del recinto según se ponía el sol. El frontman se las tuvo tiesas durante casi toda su eléctrica actuación con los miembros de seguridad, a los que reclamó, de manera cada vez más expeditiva, que dejaran entrar al público en la zona frontal acotada (ciertamente, cuesta entender la decisión de separar una parte de la zona delante del escenario, y no sólo por razones estéticas o de simetría). El pequeño conflicto no le impidió poner toda la carne en el asador en canciones de la intensidad de If I Had a Tail, The Way You Used to Do o You Think I ain´t Worth a Dollar But I Feel Like a Millionaire.
Homme, imponente planta, todo clase y chulería, tuvo el detalle de dedicarle canciones a Bowie (la juguetona Make It Wit Chu), Depeche Mode y NIN, demostrando por enésima vez su elegancia y melomanía. Una demoledora toma de A Song for The Dead, algo así como la apoteosis de su sonido desértico, puso el broche de oro a un excelente concierto de rock, que tuvo hasta su solo de batería. Como en los viejos tiempos.
Depeche Mode
Depeche Mode hicieron básicamente lo que se puede esperar de ellos en 2018. Que no es poco, teniendo en cuenta las canciones que atesoran. Es posible que el carismático Dave Gahan esté cada día más cerca de su personaje en aquel vídeo de It´s No Good, con esa sana actitud de no tomarse muy en serio. En todo caso, compensa sus puntuales carencias vocales (el contraste con Martin L. Gore es, a veces, duro) con un inagotable despliegue físico. Los británicos hace mucho tiempo que están como peces en el agua en el formato de rock de estadio, y aprovecharon su dominio de los tiempos, con un repertorio in crescendo, que dejó para el final interpretaciones decentes de las joyas de la corona, acompañadas puntualmente por fascinantes proyecciones: Stripped, Personal Jesus, Never Let Me Down Again, Enjoy The Silence y de postre una gozosa lectura de esa pequeña obra maestra del synth-pop que es Just Can´t Get Enogh, con la que pusieron patas arriba al personal (Gahan puntualizó con acierto que muchos de los presentes ni habían nacido cuando salió). Si el volumen del aplauso del respetable fuera el baremo para fijar el concierto del festival, los de Basildon estarían ahí ahí.
Pero claro, luego salieron Nine Inch Nails. Y jugaron a otra cosa. Los que tenemos cierta mili, sabemos que en un festival de estas dimensiones se pueden ver siempre conciertos decentes, buenos y también excelentes. Ahora bien, actuaciones como las de Trent Reznor y compañía, un prodigio de visceralidad bien encauzada, no son tan fáciles de disfrutar. Arrollaron desde el primer minuto, ejerciendo de desafiante trituradora de géneros catalizados por el espíritu indomable del punk (o post-punk, por la apertura de miras), a partir de un sonido espectacular y potentísimo, sin artificios ni colorantes: otra vez se ponía blanco sobre negro la importancia decisiva de la calidad del sonido, independientemente del recinto. Ya pueden ser canciones excelentes las que se interpretan, que si lo que nos llega es pobre, no sirve de nada. No sólo eso: un sonidazo como el que sacaron NIN y sus técnicos es parte esencial de su propuesta.
Nine Inch Nails
Un educadísimo Reznor confesó que estarán una temporada larga sin venir a Europa -podría ser para siempre, avisó-. Los que tuvimos el privilegio de estar en su despedida europea asistimos a una apabullante celebración de todo lo que hace grandioso al rock por encima de cualquier etiqueta. Una banda en estado de gracia liberó un aquelarre de ritmos de demolición, ruido blanco y bajos sintéticos que te traspasaban. Pusieron en estado de trance (y a bailar en ciertos momentos) a una parroquia que se había reducido considerablemente: debe ser que una parte del personal no está preparada para ciertos niveles de oscuridad no domesticada. March of The Pigs, Shit Mirror, God Break Down The Door…todo sonó imperialmente sucio y peligroso. Hubo también tributo a un Bowie (I´m Afraid of Americans), cuyo hueco, con el tiempo, no deja de agigantarse. La cosa no podía ser mejor, y entonces llegó el bis en carne viva de Hurt. La imagen del perfil sudoroso de Reznor haciendo suya de nuevo la canción que popularizó Johnny Cash con su descarnada versión, fue el momento del festival. Al menos, el mío. J.C.P.
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