Viernes: riffs desatados y clase
El viernes, la organización minimizó los problemas más serios del primer día. La entrada al recinto era mucho más ágil, y se podía comprar una bebida en un tiempo razonable, sin dejar de ver medio concierto. Kevin Morby había desplegado clase y sobriedad en el escenario más grande, Real Estate habían planteado un concierto elegante aunque poco festivalero en Koko y At The Drive In, de negro riguroso, se hicieron fuertes con su energía concentrada y mala leche en el escenario Madrid Te Quiere. Una energía que, no obstante, casi siempre estuvo por debajo del sonido, algo confuso y artificial. Un Cedric Bixler-Zavala desafiante (saludó con un impagable “mocosos, cabrones”) y empeñado en cargarse el pie de micro y hacerse daño (y a uno de los cámaras) lideró a una banda que se mostró engrasada y en buena forma, aunque su propuesta no tenga ya tanta pegada como en el año 2000; cuando aquél Relationship of Command hizo estragos entre los acólitos de lo que sería la escena post-hardcore, algunos de los cuales a buen seguro estuvieron en las primeras filas sudando de lo lindo.
At The Drive In
Goat Girl dieron uno de los conciertos más frescos de todo el evento, y corroboraron todas las buenas impresiones que ha dejado su reciente debut. El jovencísimo cuarteto londinense (sexteto, si sumamos a la violinista y un discreto teclista enrolados para la ocasión) se sobrepuso a los molestos acoples empeñados en boicotearlas y despachó su disco prácticamente al completo. Su garage-punk desaliñado brilló e hizo bailar y corear al público internacional reunido que disfrutó a tope de sus virtudes con píldoras de dos minutos como The Man o las dos partes de I don´t Care, en un show tan breve como bien resuelto.
Jack White
Una multitud imponente que ya abarrotaba el recinto celebró la salida de Jack White con su banda al escenario. En su etapa futurista-progresiva, el de Detroit, convertido ya en icono del rock (y personaje único casi de otra era), combinó con fluidez y buen tino el material expansivo de su nuevo disco (Over and Over and Over), con perlas más espartanas y directas de su catálogo. Incluyendo algunas de los añorados The White Stripes: Hotel Yorba y The Hardest Button to Button. Una plataforma funcionaba como escenario entre retro y de 2001 para una banda de lujo formada por dos teclistas, un bajista y una (soberbia) batería: Carla Azar, de la banda angelina Autolux. Por supuesto, en el centro de todo estaba nuestro hombre, que no debe ir mal de autoestima, y sus múltiples guitarras, con las que liberó sus riffs rockeros asilvestrados y esos punteos deliberadamente estridentes que son su sello. En su noble misión de revitalizar las esencias del blues y el rock en el nuevo siglo, White se dejó la voz y el alma sobre las tablas, para concluir con un Seven Nation Army cuyo inmortal riff, como hilarantemente viene sucediendo en los campos de fútbol de medio mundo, fue coreado con ganas y gracia por el personal. Una especie de celebración intergeneracional que muestra lo que ha calado la obra del norteamericano en el imaginario popular. No hay muchos que puedan decir lo mismo.
Arctic Monkeys
Arctic Monkeys dejaron que, si hablamos de los grupos británicos de su generación, nadie les tose en cuanto a clase, carisma, personalidad y canciones. Y eso que llegaban con su discutido y audaz nuevo disco, cuyo carácter sosegado y atmosférico (algunos dirían que plano, o disco en solitario camuflado de Alex Turner) no ha acabado de convencer a todo el mundo. Falsa alarma, en todo caso, en lo que se refiere a su directo. Un vocalista pletórico, que lleva a la perfección su cada vez más acentuado papel protagonista de playboy maldito de la Costa Azul -pecho al descubierto y cadena al cuello-, se puso en modo crooner, incluso cuando la banda, arropada por una escenografía elegante y un puntito decadente -terciopelo rojo en el fondo-, atacaba algunas de sus joyas más eléctricas, y el concierto no decayó. Temazos como Brianstorm, Teddy Picker, Do I Wanna Know o I Bet You Look Good on the Dancefloor, siguen encendiendo al personal gracias a unos muchachos que no se han olvidado de su lado salvaje. En definitiva, intercalaron sus clásicos con el material de lounge espacial de Tranquility Base Hotel & Casino, sin que aquello sonara excesivamente forzado. J.C.P.
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