Jueves: psicodelia rítmica y honestidad rockera
Con el público aún digiriendo los graves problemas de acceso al recinto, Eels convencieron desde un clasicismo bien entendido. Tan socarrón como respetuoso con el pasado. La melodía de Rocky recibió a Mark y su uniformada banda, trío clásico con argumentos que libera el lado más blues de nuestro hombre y reinventa algunos de sus clásicos. Se atrevieron con dos versiones a las primeras de cambio (The Who, Prince) y disfrutaron tanto como nosotros con su despliegue de gusto, química y buenas canciones, oscilando del rock añejo, al delta del Misisipi, la delicadeza indie y unas gotas de oscuridad. Nada revolucionario, pero una fórmula que sigue (y seguirá) funcionando sobre cualquier escenario.
El contraste del indie-blues juguetón de Eels con Fleet Foxes fue sideral. Son mundos diferentes. No es ningún secreto que la prestigiosa banda de Seattle, que venía de tocar en Euskadi dejando cierto regusto funcionarial, ejecuta un folk contenido y preciosista, con apuntes psicodélicos, al que, sin embargo, no favorece el formato de gran escenario de festival a plena luz del día. Aún así, estuvieron precisos y bien arropados por un sonido nítido con el que llegaban las armonías vocales y los matices de flauta y el cello. Dicho lo cual, si en la tercera canción estás añorando las canciones de Simon & Garfunkel, tenemos un problema. Aunque se dice que han perdido su momento, creo que nada se le puede reprochar al sexteto, en realidad. No es que rehusen a poner más carne en el asador: o entras en sus exquisitos bucles de languidez acústica o hay poco que hacer.
Fleet Foxes
La expectación era muy grande por ver a Tame Impala. Era la primera actuación del grupo en casi un año, en palabras del propio Kevin Parker, que prometió no dejar pasar tanto tiempo nunca más. Con un despliegue de luces psicotrónicas abrumador y ante un gentío ya muy respetable, los australianos navegaron a gusto entre las texturas electrónicas, el pop sintético y otras muchas referencias que aglutinan hábilmente bajo el paraguas de la psicodelia, con gran autoridad y elegancia. La banda estuvo impecable, con mención especial al batería que no habría desentonado junto a Frank Zappa. El magnífico concierto de los de Perth no se resintió de su generosa duración, ni cuando apostaban por los sintetizadores, ni cuando pasaban a la versión más pop. El respetable bailó y hasta coreó algunas frases de sintetizador, prueba definitiva de que la propuesta de Parker, con la robustez rítmica como eje, ha calado y, de momento, carece de límites.
Tame Impala
La actuación de Pearl Jam en el escenario principal dejó el resto del recinto bastante huérfano de público. Una suerte para los que pudieron pasar a disfrutar de los shows de Actress y Gold Panda en el escenario The Loop enfocado a los sonidos electrónicos. A medio camino del live y la sesión de DJ, Darren Jordan Cunningham impactó con su peculiar visión de dubstep, con bajos tan gruesos convulsionaban todo el cuerpo, pasajes industriales no aptos para todo el público y giros inesperados con los que homenajeó a los clásicos y a las chicas de su ciudad (ese himno que es el West End Girls de Pet Shop Boys). El live de Gold Panda, mucho más amable y encantador se solapaba con el enésimo triunfo de Carolina Durante, en esta ocasión en el escenario MondoSonoro frente a un nutrido grupo de fieles que se entregaron al pogo y a la fiesta. Es verdaderamente alucinante la evolución meteórica de un grupo que cuenta a estas alturas, con apenas un año de existencia como grupo, con un puñado de himnos como Cayetano, La noche de los muertos vivientes o, la última en sumarse al lote, El himno titular, su canción dedicada a la Selección Española de fútbol que ese mismo día la mediática Amaia había cantado a capella en sus rrss. Imposible acertar donde se encuentra el techo de Carolina Durante ahora mismo...
Pearl Jam
Pearl Jam, plato fuerte de la primera jornada, enarbolan la bandera del rock honesto y sin aditivos, más allá de las etiquetas grunge de sus inicios. Se lo pueden permitir, porque pocos grupos rivalizan a día de hoy con los de Seattle en ese terreno de la sobriedad contundente y sensible que retoma el testigo de las grandes bandas históricas. No tocaban en Madrid desde hace la friolera de once años -venían de reventar el Palau Sant Jordi de Barcelona con una actuación memorable-, y en Madrid Eddie Vedder y compañía dieron un concierto soberbio, apoyados por la impecable realización en directo de las cámaras que les grababan (primero en blanco y negro, después en color). Las dos horas se nos pasaron volando.
Además de mostrarse sobrado con sus cuerdas vocales, Vedder hizo honor a su fama de buen tipo, brindando con el público con una botella de vino, leyendo una carta en esforzadísimo castellano y mostrando su complicidad hacia las mujeres del público, que, en su visión optimista, “harán un mundo mejor”. Bajo un montaje de luces sobrio y elegante, la banda se benefició de su química, apoyándose en algunos cortes de lo más aguerrido y punk de su repertorio pero, sobre todo, de la vigencia de clásicos de su primera etapa, con los que alcanzaron momentos de alto voltaje, en especial cuando Vedder hacía crujir su Telecaster: Corduroy, Even Flow -el carismático vocalista recordó que la tocaron en la sala Revólver 26 años atrás para unos pocos cientos de personas-, Animal, Rearviewmirror. No desentonaron joyitas más recientes como Sirens, de su último disco. Destacó de nuevo el formidable trabajo del guitarrista Mike McCready, reconocido con sus momentos bajo los focos. Hasta se animaron al final con su lectura de Rockin´ in The Free World. Después de la que lió Neil Young hace dos años en el mismo escenario, a algunos se nos hizo menor, pero no se pueden poner objeciones a un concierto que se cerró con Vedder y compañía abrazados en el escenario, en esa comunión con la gente que alcanzan contadas bandas. J.C.P / L.J.M.
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