Punk sin guitarras, electrónica que mira de frente, y de soslayo, el espíritu del rock más retorcido, sacrilegio y desafío a cualquier ejercicio de rectitud, música que cautiva e intimida por igual, reinvención del infierno en un corpus bendecido, si no directamente bendito... No sé qué más. Ah sí: remate, tiro de gracia a algo que ya se hizo llamar Suicide.
Estamos en la sala Dabadaba de Donostia, ante aproximadamente un centenar de humanos, y ni uno solo peca de exceso de normalidad, ni de la nueva, ni de la vieja. Son las 20,42 h de un miércoles que deja de ser tonto por imperativo artístico. Marc Hurtado (recupérese la locura espacial de Étant Donnés, si se ha llegado hasta aquí), ya se ha colocado detrás de sus sintetizadores, samplers y bases programadas. Sus gritos estaban al caer. La señora Lydia Lunch frente a dos micrófonos, sí dos, y a su derecha una mesa alta donde deja unos folios con letras; cerca un botellín de agua, un vaso de vetetúasaberqué, y un bolso de donde en mitad del pandemónium saca un pitillo al que apenas da media docena de caladas, Sólo ha pasado año y medio de su clase magistral de eléctrico rock en el ARF. Arrastra sus 65 trabajados años con una mezcla de desdén cool de lo más natural. En esta ocasión cede el verdadero protagonismo a su compinche francés, que construye fondo y trasfondo electrónico que casi sacrifican al completo la armadura pop y rock'n'roll del original del dúo que formaron Alan Vega y Martin Rev, sin que aquello diste muchos kilómetros del synth punk que se inventaran para descolocar los años 70, en medio del salvador galimatías de su segunda mitad.
La introducción viene a ser una intro de apenas un minuto, titulada así ya desde el álbum que Hurtado publicó en 2010 junto al propio Alan Vega, "Sniper", disco del que echarán mano en varios momentos, si bien el primer álbum de Suicide de 1977 y un par de temas del segundo, publicado tres años después, determinan el núcleo duro del set. Por allí suenan encadenadas "Girl" y "Touch me", "Johnny" a modo de hechizo malvado, "Ghost rider" en plena cabalgada electrónica, reconocidas más bien por sus letras. Las voces palpitantes, temblorosas y/o extraterrestres se hacen ahora eco del parlamento extrañamente rijoso, chirriante y devastado (ya hemos advertido que allí la normalidad brillaba por su ausencia) de la dama en cuestión.
Pico del concierto son también esos momentos de "Sniper" en los que Hurtado se recrea en una selva electrónica, a veces más siniestra, casi fúnebre, otras despiadada y brutal, haciéndose caso cuando comparó a Suicide con una especie de traslación musical del teatro de la crueldad de Artaud. Dejan para el final "Rocket USA" y "Frankie Teardrop", como colofón a una ceremonia de 49 minutos. Hasta ahí puede llegar una intensidad cierta para desmantelar lo que hasta esta noche podía creerse definitivamente desmantelado. "Quienes vayan a ir a vernos saben muy bien por qué lo hacen”, dijo una tarde cualquiera Lydia Lunch. Quizá por eso todo resultó tan familiar y sustancial.
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