Sorpresa. Un concierto de Lüger sirve, entre otras cosas, para coger fuerzas. Y no por lo digerible de su música. El quinteto madrileño huye de convencionalismos. No hacen canciones. Ni cantan en castellano. Tampoco explotan los códigos infalibles de comunicación en vivo. Sin embargo, nadie parece inmune a su experiencia sónica. Y más en directo, donde la banda agudiza su vena experimental. Los miembros del grupo son refractarios a las habituales servidumbres del pop. Quizá, porque vienen de vuelta de marcas como Los Imposibles, Jet Lag o Tres Delicias. Saben tocar, conocen su negociado. Y optan por darle varios giros de tuerca al lenguaje. Una certeza: dominan la solvencia escénica. Una extrañeza: se han colado en la élite cooperativa del indie español. Su segundo disco, “Conquete Light”, comparte el logo de la etiqueta Marxophone con Nacho Vegas, Fernando Alfaro y Refree.
En realidad, Lüger están más cerca de impares como Pal o Los Pilotos (la mitad cacharrera del dúo granadino observa atento la actuación en la sala Planta Baja). Unidos todos, claro, por el vínculo germano. La programación del circuito Girando Por Salas brinda la oportunidad de testar en su hábitat a una de las formaciones de rock más excitantes del panorama estatal. Más allá de la evidente huella kraut y psicodélica, Lüger ofrecen un pendular vaivén de intensidades. Un trance electromagnético: sensaciones de bata, laboratorio y clavijas. Secuencias de trance primario y abrasivo. Piezas como “Dracula’s chauffeur wants more” nacen del ritmo tribal y terminan en jarana de noise burbujeante. Bucles de hipnosis, embates metronómicos y voces-proclama (las del bajista, Daniel Fernández) de impacto adhesivo.
A diferencia de los sacerdotes del rock cósmico y planeador de Düsseldorf, Lüger inyectan poderío guitarrero y consistencia en las percusiones, absolutamente dominantes. Cultura de Korg y sintes, pero también de electricidad urgente y ludismo nocturno. Se trata de fornicar con el sonido, estirarlo y redescubrirlo. Por eso, Lüger se disfrutan más viéndolos en acción. En su versión más expansiva y salvaje. Convirtiendo la improvisación en deidad. Magia irrepetible.
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