Por más que nos pese -que nos pesa y en parte por ello nos negamos a
admitir la evidencia- Lucinda Williams es una artista que visitaba por
primera vez nuestro país en un estado de dulce decadencia. Y no me
refiero sólo al aspecto físico que está a la vista de cualquiera. Ni
tampoco a su último disco el irregular “Little Honey” (08) situadio muy
lejos de obras capitales hasta cierto punto recientes como “World
Without Tears” (03). Me refiero más bien a la capacidad de tramar un
concierto impecable, pero falto de tensión, nervio y la garra que se le
presupone a una artista que ha hecho de su country rock rocoso para
perdedores y marginados una marca de calidad que marca la diferencia.
Para ello tampoco ayuda dejarse acompañar por una banda que atesora una
técnica deslumbrante, pero de la que cabe esperar que no se muestren
como meras comparsas de una dama agarrotada por el peso de los años o
de la mala vida. Una banda que parece integrada por dentistas o
corredores de seguros metidos a roqueros de fin de semana y cuya
presencia escénica es incapaz de crear esa simbiosis con el público que
se le presupone al rock´n´roll. Y quizás el ejemplo más evidente lo
tendríamos es esa descafeinada versión de AC/DC que fue “It´s A Long
Way To The Top” que suena tan perfecta como inocua y sin el instinto
asesino de los riffs de los hermanos Young. Menos mal que, pese a mis
comentarios, debo reconocer que el sonido que logran los Buick 6 es de
lo más poderoso y que la voz de Lucinda Williams se ha acartonado tanto
como su cara, ganado en solera y distinción, mostrándose de lo más
capaz para dejar un inmejorable sabor de boca en los presentes. Un
sabor que se amargó en algún momento, como en la interpretación de un
tema de la belleza de “Essence” que cantó alargado demasiado el fraseo
del estribillo sin lograr un resultado digamos que brillante, pero que
compensó con creces tras un inicio algo apocado con temas como “Real
Love” o “Right In Time”, y que fue ganando en intensidad gracias a
clásicos de su discografía como “Drunken Angel”, la siempre efectiva
“Out Of Touch” o una deslumbrante –ahora sí- “Come On”. Un pulso
recuperado con la suficiente entereza para dejar satisfechos a los que
la presenciábamos por primera vez y que ayudó a que le perdonáramos el
poco acierto de finalizar un show calzándose sus gafas para entonar con
poca destreza una versión de Violeta Parra. Así finalizó y así me volví
a casa con la sensación de que fue tan bonito como entrañable. Dos
adjetivos poco adecuados para el rock´n´roll.
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