El paso del tiempo es el dictador más cabrón que existe. Impone su ley aunque haya fenómenos de la naturaleza, como Dylan o los Stones, que se resistan a su destructivo poder. Sin embargo, el resto de los mortales nos sometemos de forma resignada a su yugo. Y lo hacemos aunque hagamos esfuerzos por aparentar que en realidad no está pasando nada. Nos autoengañamos. Pero Love Of Lesbian no. Ellos son muy conscientes del paso del tiempo. Su música siempre ha tenido un fuerte componente melancólico y nostálgico, que tiene mucho que ver con la personalidad del propio Santi Balmes. De hecho él mismo lo confesaba sobre las tablas de la sala Apolo de Barcelona. Quizás, por todo ello, esta gira suena más a despedida que a presentación de un último álbum. Pistas sobre ello nos han ido ofreciendo estas últimas semanas y, el planteamiento del concierto, fue una más que añadir a este proceso deductivo de corte detectivesco. Solo hay que analizar el set-list, basado en buena medida en su época más dorada -la que va de “Maniobras de escapismo" (05) a “1999” (09)-, para intuir que esta gira busca una última celebración -al menos durante un tiempo- con sus fans de toda la vida. Y doy fe que lo logran, convirtiendo la sala en un enorme karaoke melancólico en el que se impone esa máxima tan puta que nos dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Mucho mejor.
Con todas esas premisas salieron unos lesbianos a los que se les veía tan felices como emocionados de tocar en una sala como Apolo. Un templo del hedonismo que ha formado parte de la faceta más fiestera de muchos de los allí presentes. Love Of Lesbian los primeros, tal y como confesaba el propio Julián Saldarriaga, metiéndose en un pequeño jardín al hacer alusión a las drogas y lo catalanes que podíamos llegar a ser al fingir sorprendernos por ello. Drogar nos hemos drogado todos. Y en el Apolo más. Pero lo de la noche del miércoles fue un éxtasis sin necesidad de amargura en la boca. Solo hubo que dejarse mecer por la sucesión de clásicos del repertorio de la banda para alcanzar el nirvana sin tóxicos. “Los colores de una sombra”, “La niña Imantada”, “Domingo astromántico”, “1999”, “Houston, tenemos un poema”, “Me amo”… Incluso hubo cabida para “Los niños del mañana” con un Jose Corbacho en su papel de invitado desatado con dedicatoria especial a Elon Musk y a los que graban con el móvil. Momento que puso sobre el tapete que hubo un tempo, cuando el bajo era propiedad de Joanra, que la banda tenía una faceta gamberra y bromista que luego sepultaron a base de trascendencia y seriedad autoinfligida. Como si ambas facetas estuvieran reñidas y fueran excluyentes. Como si uno no pudiera permitirse jugar con espadas láser sobre el escenario.
¿Y del nuevo álbum?. Pues algo también cayó. Que tampoco era cuestión de arrinconarlo del todo. Y además canciones como “La Champions y el Mundial” o -ya en la recta final- “El día que Starman murió” y “La hermandad” fueron muy bien acogidas por el público. Al igual que la fiesta de los bises con perlas como “Maniobras de escapismo”, la inmortal “Allí donde solíamos gritar” y una “Mi primera combustión” con la que nos fuimos a casa con el convencimiento de que el tiempo es el dictador mas cabrón que existe.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.