Aunque bien es cierto que poco o ninguna sorpresa podríamos esperar de un concierto de Los Zigarros, en esta ocasión, por lo menos en mi caso, los noté como un grupo totalmente hecho. Más allá de la capacidad escénica de su vocalista Ovidi Tormo, y del virtuosismo de su hermano Álvaro a las seis cuerdas, mantienen una energía y un magnetismo incontestable; pero a su vez, han sabido encajar dentro de su show esa parte más madura de los temas de su último trabajo de estudio publicado hasta el momento: “Acantilados”, con el que han conseguido desprenderse de la etiqueta de “los nuevos Tequila”, para asomarse a otros géneros, en los que también demuestran sentirse igual de a gusto.
Pero centrándonos en lo que dio de sí el concierto de Bilbao, diremos que, una vez más, la banda valenciana consiguió llenar una Santana 27 en la que no cabía un alfiler, algo que, como decimos, se ha convertido en un clásico cada vez que pasan por Bilbao. Comenzaron con la “ramoniana” “Suena Rock and Roll”, excelente para entrar en calor, aunque no creo que hiciera mucha falta, porque si algo se puede decir del público de Los Zigarros es que es extremadamente fiel, y que no para de cantar y bailar en todo el tiempo que dura el concierto. En estos primeros compases del bolo, los valencianos homenajearon a los Flying Rebollos, con una versión de los portugalujos: ese “Mis amigos”, que los hermanos Tormo y los suyos han sabido hacer suya, y que, a decir verdad, les va como anillo al dedo.
A partir de ahí, ya no hubo un solo instante de pausa, en un show en el que se mostraron incansables y en el que interactuaron más bien poco con el público y se dedicaron a dar cera, a sabiendas de que, en esta ocasión la cosa tenía que ir a toda hostia, porque al terminar su concierto, había doblete en la sala, con el Mocker´s Day (crónica aquí). Así, se mostraron solventes en pasajes cercanos al hard rock como “Acantilados”, “Malas decisiones” o “Apaga la radio”, que sonó en el bis, pero también convencieron cuando se acercaban a ritmos más pop como los de “Aullando en el desierto” o “Con un solo movimiento”, con toques ochenteros; todo ello intercalado entre clásicos de la banda como “Odiar me gusta”, “Hablar, hablar, hablar”, “Dentro de la ley” o “A todo que sí”, y el boogie en temas como “No pain, no gain”, o “¿Qué demonios hago yo aquí?”.
Hasta aquí, nada nuevo. Un concierto más de Los Zigarros… Sin embargo, me gustaría destacar la parte más sosegada –que es mucho decir-: ese tramo del concierto en el que Ovidi se sienta al teclado, y despliegan todos sus recursos para ofrecernos otra cara de una banda a la que, seguramente no sin motivo, se le ha acusado en muchas ocasiones de ser simplemente una copia de muchas otras bandas. Por eso, en esta ocasión, y sobre todo, como decíamos al principio, con la publicación de “Acantilados”, se han querido reivindicar como el gran cuarteto que son, brindándonos la ocasión de disfrutarlos en otros registros, como en “100.000 bolas de cristal”, donde se acercan descaradamente a unos Faces desbocados, la cabaretera “Como quisiera”, el pop de “Por fin”, el funk y el rock progresivo de la que, probablemente, fue la más original y la mejor pieza de la velada: “No sé qué me pasa”, antes de terminar esta parte del show con otra genialidad como “Desde que ya no eres mía”, medio tiempo que va cogiendo velocidad para acabar en un rock ye yé, que homenajea a las grandes bandas estatales del género, como Los Brincos.
Y tras esta parte del concierto que, a mí personalmente, fue la que más me convenció, porque creo que les otorga un plus que, a lo mejor les faltaba, llegó la gran sorpresa con la aparición en escena del gran ídolo local: Fito Cabrales, quien revolucionó la sala interpretando dos temas clásicos de la banda, que se enmarcan dentro del rock and roll más clásico como “Resaca” y “Voy a bailar encima de ti”. Momentazo.
Todo esto, a grandes rasgos, fue lo que sucedió en la noche en la que Los Zigarros regresaron a Bilbao y de nuevo convencieron, demostrando que, cuando se tiene ganas de hacer música, y además se sabe lo que se está haciendo, la evolución ha de ser el faro a seguir. Y así, evolucionando y saliéndose de la zona de confort, es como las buenas bandas se convierten en extraordinarias y perduran en el tiempo. Ellos lo saben, y van por el buen camino.
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