De la apretada penumbra de la sala Planta Baja al fulgor orbicular de la Plaza de Toros. Este viaje resume la onda expansiva de Los Planetas. Ver al grupo de tu vida tocando íntegro su primer álbum es un recurrente sueño húmedo de melómano. La banda granadina materializó el último sábado de septiembre esta quimera en el coso de la avenida de Doctor Olóriz, con el valor añadido de que “Super 8” abanderó tras su publicación, en 1994, a la naciente generación indie en España. Se trata, por tanto, de un disco que derivó en antorcha de un movimiento social. Hablamos de un producto casi perfecto. Surgió en Granada en el momento preciso, contó con cooperadores necesarios en Madrid y su trascendencia perdura tres décadas después.
El grupo llevaba dos décadas llenando la Industrial Copera en sus citas en casa. En 2003 se produjo un conato de fenómeno masivo, cuando actuaron en el Palacio de Deportes con Nacho Vegas, Sr. Chinarro y Nosoträsh. En 2008 vivieron una experiencia grande en su ciudad en el festival gratuito Zaidín Rock. Y en 2010, en el Coliseo de Atarfe dentro de un Extratonauta. Pero esto fue distinto.
Los Planetas llegaron al final de los noventa siendo el grupo de pop español más influyente del territorio independiente y alternativo. Un recorrido impecable de estribillos fulminantes, letras directas pero con muchas lecturas, y una serie de canciones que forman parte de la memoria colectiva. Como los definió Jesús Llorente en el primer libro que se publicó sobre ellos, “un grupo fácil y a la vez difícil, centrado y descentrado al mismo tiempo, emocional y sentimentalmente sutil”.
Chocaba la imagen del ruedo repleto, coreando unas composiciones paridas en el más puro underground. Y la borrachera de visuales de la estética diseñada por Javier Aramburu. Un gesto de emancipación histórica. El muñequito de la portada, que sustentaba el instrumento mirándose los zapatos, reflejaba el espíritu refractario de la formación, imbuida en el noise-pop. Ahora, treinta años más viejos, se permiten convertir “Si está bien” en el karaoke más elegante del mundo. El salmo de la desesperanza de aquella quinta.
Un par de horas antes del arranque, la pista estaba llena para disfrutar de los artistas teloneros, los madrileños Alcalá Norte y Depresión Sonora. Dos proyectos que encarnan una actitud muy similar a la de aquellos primeros Planetas. Canciones tristes, con revestimiento post-punk, para individuos inadaptados. Himnos en potencia para una nueva generación. El vallecano Marcos Crespo, de Depresión Sonora, trazó el vínculo con una versión de ‘Qué puedo hacer’.
«Somos Los Planetas y seguimos vivos de milagro», apuntó Jota, acompañado por Florent a la guitarra, un aplaudido Eric a la batería y Miguel López al bajo. Hubo mención a May Oliver y Paco Rodríguez, miembros de la alineación fundacional, testigos anónimos en el recinto. Todos se esforzaron en volver a ser aquellos Planetas más crudos y primitivos. Los de aquel pop ruidoso, antes de la psicodelia magmática y los escarceos con el flamenco. El faro de una escena que se lastró por su amateurismo y un mimetismo anglosajón de miras no demasiado largas. Llamaba la atención la entrega de Florent, agitado como nunca y frenético a las seis cuerdas.
Sorprende lo bien que ha envejecido “Super 8”. Y eso que muchos tardaron en comprender ese sonido, con una voz entreverada entre la herrumbre instrumental de las —a veces— ásperas guitarras. Tras la madeja disonante había un gustoso caramelito pop. En un cancionero colocado como si de un puzle se tratara para mostrar ese momento de Los Planetas. La contundencia orgánica de “De viaje”, “Qué puedo hacer” y “Jesús”. La experimentación en “10.000” y “Rey sombra”. Perlas como “Desorden” y “Brigitte”. El repaso concluyó con una imperial “La caja del diablo”.
Después, otro concierto de Los Planetas. Un reguero de clásicos que empezó con “Segundo premio” y “Un buen día”. Éxtasis con “Santos que yo te pinte”. Cervicales en movimiento en “David y Claudia”. Unas “Corrientes circulares en el tiempo” donde quizá se echaba más en falta la ausencia de Banin. Y una tanda final de locura con ese jangle-pop del Sacromonte que es “Espíritu olímpico”, que en realidad no dista tanto del brío de “Nuevas sensaciones” y “Mi hermana pequeña”. La climática “Islamabad” y la atronadora “Pesadilla en el parque de atracciones” (con lluvia de vasos al aire: lo nunca visto en el enclave taurino) redondearon uno de los recitales más sobresalientes de Los Planetas en su tierra.
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