“Treinta años después, aquí seguimos”, proclamaba con orgullo J ante una abarrotadísima sala Ocho y Medio, en la segunda de las tres fechas que Los Planetas habían fijado en Madrid (las otras dos, al amparo de una sala considerablemente más grande como es La Riviera). Treinta años desde que viera la luz “Super 8” (BMG, 94), debut de los andaluces, punta de lanza de aquella escena indie patria (cuando el término tenía sentido) surgida en los noventa y, ahora, dinamizador de una gira con la que J y Florent (acompañados de Miguel López al bajo y Roberto Escudero a la batería) están celebrando la onomástica en base a una serie de conciertos en los que interpretan completo ese álbum grabado a fuego en la memoria colectiva de miles de seguidores. Las mencionadas citas madrileñas de aforo comedido se incluían dentro de las puntuales fechas al margen del circuito de festivales, convirtiéndolas en golosina para esa legión de fans que los granadinos han amasado a lo largo de, en efecto, tres décadas de carrera ininterrumpida.
El cuartero lució músculo y carisma desde el primer momento, iniciando el trazado previsto con un himno como “De viaje”, que prendió una mecha latente a lo largo de más de una veintena de seleccionadas, con cada pieza de “Super 8” recibida con vítores de clásico. Desde la desgarradora “Si está bien” a “Desorden”, pasando por “Qué puedo hacer”, “Jesus” y “Brigitte” (con las colaboraciones de Marcos Crespo de Depresión Sonora y La Bien Querida, respectivamente), “10.000”, “Rey sombra” o ese monumento al shoegaze que es “La caja del diablo” como uno los momentos álgidos de la noche. El placentero y consabido guion inicial daba paso a los generosos extras, distribuidos en dos bloques representativos de esa longeva carrera a través de un picoteo no menos gozoso que (por supuesto) terminó de disparar los niveles de éxtasis. El primero con paradas épicas como “Segundo premio” y “Un buen día”, los eternos medios tiempos “Santos que yo te pinté” y “Corrientes circulares en el tiempo”, y la vengativa “Pesadilla en el parque de atracciones” rematando el tramo. La traca final comenzó con la espléndida “Islamabad”, e hizo descarrilar definitivamente a la vieja guardia con “Mi hermana pequeña”, “Nuevas sensaciones” y “Cumpleaños total”, esta última con todos los invitados en el escenario protagonizando el festivo epílogo.
El concierto de Los Planetas en Ocho y Medio fue una olla a presión de la que todo el mundo quería formar parte, con Florent en estado de gracia entre distorsiones y pedales y J amparado en la voz por un karaoke emocional inmutable a lo largo de dos horas de plena conjunción generacional. El reflejo palpable de una comunión de lazos irrompibles que el paso del tiempo no ha hecho sino robustecer. Podría, de manera simplista, aludirse a la nostalgia como explicación de la liturgia en cuestión, pero lo cierto es que las obras magnas no entienden de temporalidades y lucen eternas. “Super 8” continúa removiendo entrañas treinta años después, y el reencuentro con este conjunto de temas, al amparo incandescente de un directo sudoroso de sala como los de antes, mutó en experiencia vigorizante. Aún más gracias a las ilustraciones y proyecciones de Javier Aramburu. De algún modo, el grupo mantuvo la pura esencia del origen. La que apuntaba a una formación incipiente, todavía imperfecta pero que supuraba un talento descomunal. Unas peculiaridades capaces de conectar, como ya ocurriera antaño (una y mil veces), con aquel público por entonces veinteañero que, al igual que J y Florent, flotaba entre las texturas motivadas por formaciones foráneas como Spacemen 3, Mercury Rev, Television Personalities o My Bloody Valentine. Los mismos que, a día de hoy, entienden a Los Planetas como una religión. Una inexcusable. La nuestra.
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