Los Nastys bien podrían encabezar esa nueva hornada de grupos pretendidamente macarras de la escena estatal, gracias al impacto logrado con su segundo álbum “Música para el amor y la guerra” (El Volcán, 18). La referencia incluye media hora de canciones verticales y descaradas, en un conjunto que se antojaba propicio para cumplir sobradamente (y sin mayor historia) en la que era su primera visita a la capital zamorana.
Unos cuarenta aficionados respondieron a la llamada para comprobar que, efectivamente, la banda era capaz de cumplir justamente con las cualidades que se les presumía: descaro, intensidad, pose y rock de consistencia instrumental. El cuarteto es el resultado violentado de meter en el mismo saco a Los Saicos, The Who, The Strokes, Ramones y Wau y los Arrrghs!, agitarlo bien y servirlo con una buena dosis de picante. Sobre las tablas el grupo no hace sino remarcar cualidades exponencial y conscientemente, llevándolas al extremo en base a una actitud estudiada de antemano y representada en la figura de un vocalista vacilón como Luis Basilio.
La mezcla (siempre presentada a baja fidelidad) de punk, rock de guitarras y algo de garage resulta, cómo no podría ser de otra manera, efectiva al contacto con la chispa del directo y el acompañamiento de un buen número de cervezas. Sobre todo porque el grupo afincado en Madrid cuenta con numerosas canciones aptas, que convencen con su talante visceral y desvergonzado. Tal es el caso de “Quiero ser otro”, “El Diablo”, una “Baby” recuperada del debut “Noche de fantasmas con Los Nastys” (Warner, 16), “Bla Bla Bla”, “Es tiempo de cambiar” o una “Veneno de serpiente” que echaba el cierre a la velada.
Por el camino quedó cierta predisposición a caer en el mencionado macarrismo, pero el ardor del combo resulta a cambio incuestionable. En cualquier caso, poco importa si los cuarenta y cinco minutos de actuación (sin bises ni apenas parones) resultan tan disfrutables y aprovechados como los de la pasada noche. Y es que Los Nastys no presentan nada nuevo bajo el sol, pero la fórmula que manejan es inextinguible y un concierto de este tipo, consumido de vez en cuando, sigue teniendo efecto terapéutico.
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