Asistir a un concierto de Los Fabulosos Cadillacs en Buenos Aires a día de hoy tiene muchas connotaciones todas ellas positivas. En primer lugar por eso de jugar en casa ante un público tan ávido como entregado de antemano. Pero sobre todo porque a nadie se le escapa lo selectivos que se han vuelto los veteranos músicos argentinos, a la hora de escoger los lugares en los que van a presentar su nuevo álbum titulado “La salvación de Solo y Juan”. Y más si tenemos en cuenta que han pasado la friolera de 17 años desde su anterior álbum de temas inéditos al completo. Una ausencia mitigada a cuentagotas que ha jugado a su favor a la hora de agrandar la leyenda y ha provocado unas enormes ganas de vivir su “fabulosa” puesta en escena. Han logrando una transversalidad total de edades en un público que se mostraba ansioso y expectante al inicio del show, reservando la arena del Luna Park para los más jóvenes predispuestos al pogo, y dejando las gradas de este pintoresco pabellón para los que ya peinamos canas. Sin duda un lugar mucho más tranquilo en el que disfrutar del bolo sin perder detalle, pero sin la posibilidad de disfrutar de una cerveza debido a la prohibición de venta de bebidas alcohólicas en este tipo de acontecimientos en los que tampoco se puede fumar, pese a que las espesas columnas de humo que flotaban desde la arena, señalaran que por estas latitudes tampoco se toman muy en serio según que normas.
Ante esto la incógnita se me antojaba doble. ¿Serían capaces de estar a la altura de las expectativas?. Y aun mas, ¿encajaría el nuevo material entre las antiguas composiciones de la banda, teniendo en cuenta el giro grandilocuente de sus nuevas composiciones en un álbum que resulta ser una especie de “The Wall” latino, con un hilo argumental que pesa demasiado a la hora de diseccionar el disco en canciones aisladas?. Todas esas dudas barruntaban en mi cabeza cuando, con un cuarto de hora de retraso sobre lo previsto, la banda asaltaba el escenario con una energía desbordante y una puesta en escena muy efectiva, basada en la proyección de los dibujos de Dr Alderete. Artista gráfico que ha colaborado en el arte de su último trabajo y que también se sitúa con su mesa de trabajo y ordenador como uno más sobre el escenario, para trazar en directo sus dibujos sobre la gran pantalla de fondo. Un despegue iniciado por tres temas ("Cadillacs", "Mi novia", "Las venas abiertas...") que indicaban de entrada que el repaso extenso y exhaustivo a las diferentes caras y álbumes de la banda estaba garantizado, al igual que la fiesta. Un jolgorio que en realidad se inició con la desenfrenada “El genio del dub” con un Flavio desatado en el golpeo de sus cuatro cuerdas y un Vicentico cón su sempiterna pinta de desaliñado que se movía con sus característicos pasos de loco alucinado. Ellos son los capos de una historia con final familiar. Como si de una película de Disney se tratara, es entrañable para los que somos padres ver que se han rodeado de sus dos vástagos que en el escenario no adoptan para nada un rol secundario. Florián, hijo de Vicentico, lleva nada menos que el peso de la guitarra solista y lo hace con la sobriedad y tranquilidad innata de quién lo ha mamado desde chico. Sin demasiados aspavientos ni buscando un protagonismo que no le pertoca. En el extremo opuesto se sitúa Astor, el hijo de Flavio, que va alternando su papel de doble percusionista junto al efectivo Fernando Ricciardi (batería) para encargarse en otras ocasiones del bajo, en los temas que su padre se encarga de la guitarra rítmica. Sin embargo, el concepto que tiene Astor de lo que debe ser una puesta en escena en un concierto de rock es muy distinto del de Florián, y no cabe duda que lo ha mamado de su padre, Todo en él son aspavientos y posados mientras mueve su hermosa melena rubia correteando sobre el escenario y dando ese plus de energía juvenil a una banda que rebasa la cincuentena. Tras ellos y en segunda fila se sitúa, siempre elegante y con actitud concentrada, Mario Siperman que se hace cargo de los teclados, mientras los metales capitaneados por Daniel Lozano -el único Cadillac que queda en esa sección- inflaman el característico sonido de la banda.
Llegados a este punto, y ya con el público caldeado, toca el momento de ofrecer el primer acto compuesto por tres canciones del nuevo álbum. (“Averno el fantasma”, “El rey del swing” y "La Tormenta"). Un mini set acompañado en las pantallas de vídeo por las filmaciones realizadas para ambientar la trágica historia de estos dos hermanos criados en un faro por un alienado padre consumido por una culpa que redime bailando en la cornisa los días de tormenta. El cambio de registro es obvio, y la gente lógicamente acoge las canciones con mayor frialdad que los clásicos de toda la vida. Sin embargo, la sensación de haber intercalado un paréntesis en el ritmo del concierto perdura horas después de haberlo presenciado. Máxime cuando el tema que sigue tras este mini set es uno de esos que todo el mundo desea. Un “Manuel Santillana El León” coreada a grito pelado y que se convierte, al enlazarlo con la más reggae “Calaveras y diablillos”, en uno de los momentos álgidos del show. Habrán más, pero tras “Saco Roto” la banda repite el experimento y vuelve a interpretar tres temas enlazados del nuevo álbum y ahí ya presupones que repetirán la jugada y depués la traca está garantizada. No me equivoco y la primera parte del show finaliza con nada más y nada menos que: “Carnaval toda la vida", "Carmela", "Mal bicho" y "Matador" seguidas y a todo trapo. El más puro delirio. No cabe decir otra cosa.
Llega el turno de los bises que se inician con ese nada disimulado homenaje al "The Wall" de Roger Waters que es “El Profesor Galindez”. Un tema del último disco para el que Flavio incluso nos deja entrever lo que puede llegar a ser una futura puesta en escena teatralizada del álbum. El bajista se disfraza de maestro de viejo cuño mientras se mueve con una amenazadora vara arengando al público sobre el escenario. El tema funciona y de paso nos hace recordar que los Cadillacs nunca han escondido sus influencias. Más bien al contrario. No se les han caído los anillos a la hora de versionar a sus héroes ya fueran The Clash, Rubén Blades, The Specials o Curtis Mayfield. Así que ¿por qué no mostrar ahora que también han sido fans de Pink Floyd o los Who de Tommy?. Tras “Galindez” el triunfo estaba cantado y solo tocaba rematar la jugada transformando el pabellón en una fiesta. Claro que antes deben mostrar también esa otra cara, la más romántica y delicada básica en el universo Cadillacs. “Siguiendo la luna” es el tema escogido para ello, aunque tras “Belcha”, de su primer álbum, la traca final con “Vasos Vacios” y "Mal Bicho" resulta tan irrenunciable como imprescindible.
Un final que te deja con un excelente sabor de boca al comprobar la potencia y calidad con la que suenan los Cadillacs, pese a haber estado tanto tiempo en barbecho. Puede que hayan quedado muchas cosas por el camino, puede que el espíritu de colectivo no sea el mismo, puede que el último disco no convenza a muchos fans de los de toda la vida, pero en directo siguen siendo una apisonadora que suena ahora mucho más profesional y medida. Una máquina de demolición más moderna, carburada y afinada, pero no por ello menos efectiva.
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