Un radiante y agradecido Íñigo Bregel tuvo que explicarlo con gracia y en los términos más honestos: “Somos un grupo nuevo y no tenemos mucho repertorio…”. Nadie lo habría dicho. Acababan de culminar por todo lo alto la reinterpretación de su celebrado “Burbuja cómoda y elefante inesperado” redoblando la intensidad de la magnética y majestuosa “Vuelve a oscurecer”, que levantó literalmente al respetable de sus asientos. La gente quería más. Abrumados por la cálida respuesta, se desmelenaron con dos versiones, más sendas relecturas de canciones de Ana que dejaron muy buen sabor de boca, pero no alcanzaron las cotas alcanzadas con la vibrante e impecable reinterpretación de su disco. Porque no se podía hacer.
Pensándolo bien, la simbiosis entre Los Estanques y Anni B Sweet es una de esas improbables historias de amor musical que nos reconcilian un poco con nosotros mismos. Es decir, nos demuestra por enésima vez que con la música, que es como decir con la vida, los prejuicios casi nunca se acaban justificando. Mandan la verdad, las vibraciones, la química -como en, general, entre las personas-, y lo que importa entre músicos e intérpretes, independientemente de la disparidad de sus currículos e influencias, es si se entienden componiendo y sobre el escenario. Si lo que hacen funciona o no. Es así de simple (y de complicado). Como quedó perfectamente claro en el recinto madrileño, tanto el quinteto como los disfrutan de su propuesta son muy conscientes de que tienen entre manos algo genuinamente especial. Un tesoro.
La tarde en Madrid era gélida, pero un público abiertamente heterogéneo e intergeneracional que tenía muchas ganas de gozar de una propuesta que no ha tenido tanto recorrido en directo como podría pensarse, llenó el Teatro Circo Price. Tampoco ha pasado tanto tiempo desde que se publicó el LP de un quinteto que irrumpe luciendo misteriosas túnicas a lo Sunn O))), con capuchas que se bajan y suben en función del tono de las canciones. Y el álbum, una de las sorpresas más genuinas del 2022, discurre con fluidez pasmosa. Está claramente concebido como una un todo que tiene unos ritmos propios que no conviene subvertir.
No vamos a descubrir a estas alturas la competencia de Los Estanques como músicos consumados. Es un hecho que individualmente dominan sus instrumentos a niveles que podrían sonrojar a unos cuantos (esto de tocar “demasiado” bien es una virtud que en el mundo del indie, no digamos en el punk, se suele mirar un poco por encima del hombro). Ahora bien, más importante, el elemento crucial, es la asombrosa compenetración con que se desenvuelven juntos, producto de años de complicidad en el local y de (las cosas como son) mucho trabajo. La guinda ahora es la elegante voz de Ana, que coexiste con la de Íñigo -que toca los teclados con torrencial facilidad- y se integra a la perfección en los meandros de la intrincada música que proponen bajo, guitarra, batería y teclados (Ana pone puntualmente guitarra acústica). Como si llevaran lustros interpretando estas encantadoras canciones de amor y desamor cuyo ropaje de pop psicodélico y progresivo con raíces en la era mítica de finales de los sesenta y primeros setenta pero también ciertos devaneos futuristas. Canciones que, con sus reglas, han tocado la fibra de un público amplio: el más difícil todavía.
De modo que la vitalista interpretación de “(…Estoy) muerto de sed”, “Tu pelo de flores”, “Brillabas”, “Caballitos de mar”, “Llévame al cielo” y demás joyitas de su primer LP arrastran a los asistentes a un irresistible carrusel de exuberante musicalidad, requiebros inesperados, guiños juguetones, ritmos que trotan y ricas dinámicas rara vez practicadas en los confines del indie. De estribillos, melodías y canciones que se sitúan por encima de las etiquetas. Un mundo propio y particular que cobra vida en todo su esplendor, y está llegando a más oídos de lo previsible. Ellos se divierten tanto como el público. Es inevitable pensar que esta inesperada alianza (y aventura) artística acaba de empezar, para deleite de las mentes inquietas.
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