A estas alturas, añadir algo original a lo mucho que ya se ha dicho sobre Los DelTonos puede parecer imposible. Seguro que te dice la Wikipedia que llevan más de treinta años tocando. Si miras a tu alrededor en uno de sus conciertos, advertirás, probablemente, que la media de edad es alta; y tú no desentonas, por cierto. Pero te equivocas. Como siempre, te equivocas. Hay mucho que decir, igual que ellos siguen teniendo mucho que contar. Cantar, lo que quieras. De hecho, en medio del primero de los dos bolos consecutivos que Los DelTonos ofrecieron este fin de semana pasado en el Satélite T de Bilbao, ya me convencí de que, si iba a escribir lo que estoy escribiendo ahora mismo, sería necesario recurrir al presente simple de indicativo más que al pretérito perfecto simple. Así de frescos, entonados e inspirados les vi. Como ellos mismos cantan y contaron: “no lo pienses más, no hay que mirar atrás". Y sí, puede que “Mirar atrás” se publicara hace más de 25 años, se dice pronto; pero por mucho que ocasionalmente miraran para atrás, las canciones, en realidad, apuntaba a un futuro tan halagüeño y excitante como lo fueron, de hecho, las casi dos horas del presente en directo, poco simple y muy indicativo, por cierto.
El resto del repertorio permaneció, en su mayor parte, instalado en el siglo actual: recuperaron canciones de "GT" (2005), "Buenos tiempos" (2008), "La caja de los truenos" (2011), "Saluda al campeón" (2012), "Salud!" (2015) y el reciente "Los DelTonos" (2017). Es verdad que tienen donde elegir, y el sábado, en Bilbao, eligieron parte de lo más intenso y fibroso de su producción. Canciones prietas como puños que tocadas en directo golpean fuerte en la mandíbula. Raro es encontrar una coma que sobre en esas canciones, un acorde que chirríe. Si encima afinan en el desempeño, qué más se puede pedir. Hendrik Röver ahorra tinta a la hora de titular, pero lleva años atrapando en dieciséis líneas, línea arriba, línea abajo, historias de personajes creíbles y/o meditaciones genuinas y bien rimadas. Un día le oí decir que su profesión es la de “resumidor”, pero yo le añadiría también el cargo de orfebre. Cuando escuchas esas historias en directo, las canciones asoman su ingeniería. Son fontanería artesanal, si se me permite.
Volviendo al concierto, podría empezar contando que salieron con una aceptable media hora de retraso que se hizo amena escuchando, de mientras, cosas como The Romantics o los Dictators. Pisaron escenario cargados con avituallamiento líquido y Hendrik Röver cegado por los focos. Ya colocados, y saludado el público con un parco “muy buenas”, se arrancaron con una inflamada “Taquicardia” a la que siguieron, sin posibilidad de resistirse, “Elvis”, “Miedo”, “Sur” y “No por nada”: riffs a tutiplén y bien entrelazados, melodías vocalizadas con dinamismo y una base rítmica que incita cuando tiene que incitar y reclina cuando tiene que reclinar. Ellos que suelen hablar de gasoil y Mustang azules me permitirán que haga esta asociación: con esa catálisis de inicio no hizo falta asfaltar y peraltar la carretera por la que nos iban llevando, una vía secundaria que, por supuesto, evitó las circunvalaciones, cruzó pueblos en resistencia, celebró la presencia de jubilados apostados junto al cambio de rasante y aplaudió a los zagales que escupen desde el puente de la autopista cuando vuelven a casa de gaupasa. Un viaje que no fue iniciático pero sí tonificante, un viaje musical afinado y sugerente, donde a los que escuchábamos solo nos quedó la opción de subirnos a la batea en marcha y disfrutar del paseo. En el estéreo del coche, mientras tanto, sonó a gloria la sensatez con retranca de “Muy bien”, la coda iluminada de “Colisión” o el brío de una “Saluda al rey” que sonó cosida a “Impostor”, destacando el funk que emanaba la guitarra de Fernando Macaya y el redoble de frente de una batería que, en la siguiente, “Merecido”, si no me equivoco, se relajaba y llevaba el ritmo con la baqueta reposada en el bordillo del tambor. Se cantó a pulmón “Brindemos”, tres minutos sentimentales que precedieron al acelerón final con “Salud!” y “Gasolina” para terminar con la ya mencionada “Mirar atrás”. Pero solo fue un alto en el camino porque volverían a arrancar, tirando de pistones con la armónica en su reciente “Sanmartín”, seguida de una lúcida “Repartiendo” y frenando de nuevo con su habitual versión del “Hard Luck Blues”. Pero había más esperando tras la próxima curva. Volvieron para un segundo bis donde, esta vez sí, viajaron en el tiempo y recuperaron “(Soy un) Hombre enfermo”, que algún paciente había estado pidiendo a gritos, y “No, Señor”. Entonces, sí, se acabó la gasolina.
Me había propuesto, y parece que lo he conseguido, escribir todo esto sin hablar de otras bandas, sin hacer comparaciones, referir influencias, usar etiquetas, recurrir a lo habitual. Más que nada porque, con Los DelTonos, funciona al revés; es más recurrente usarles a ellos como comodín para ilustrar lo que han hecho otros luego, durante mucho tiempo, siguiéndoles el rebufo. Prefería hablar de las canciones, faenas de obrero sagaz y tenaz: diálogos frontales, inspecciones profundas, las palabras justas y elegidas para presentar una visión amplia y perspicaz de la vida común que se realzan con la destreza a las cuerdas de dos guitarristas bien avenidos y una base rítmica al servicio del conjunto. Tienen Los DelTonos canciones suficientes como para estar dando maitines profanos de aquí a la próxima celebración de pascua, pero nos tuvimos que conformar con uno de los dos conciertos que dieron el fin de semana pasado. Nos sirvió, eso sí, para dos cosas: una, la importante, para ir caliente y contento de vuelta a casa, repleto de frases en la memoria, de esas líneas cantadas como por cantar, como si no pasara nada, que si las apuntas en una libreta te pueden sacar de muchos apuros durante los entuertos habituales de nuestras rutinarias existencias. Y, encima, con un toque de clase y poesía. Pero, por otro lado, el concierto también nos sirvió para convencernos de lo que siempre hemos amado en la música: que se la traen al pairo la certeza de las fronteras y el grosor de los tomos de las enciclopedias. Sí, el tiempo es relativo, incluso el de los verbos. Sí, se puede hacer música de raíces americanas en castellano. Sí, las raíces de esa música medran por el fondo del océano Atlántico hasta llegar a Europa. Y, sí, lo que es mejor, no son solo las raíces, la copa del árbol da sombra tanto en Tucson, Arizona, como en Muriedas, Cantabria. Dijo una vez Josele Santiago que a las canciones de Los DelTonos siempre se puede ir andando, pues parece que vamos a seguir caminando durante mucho tiempo, porque tras conciertos como el del sábado pasado, dan ganas de seguir eternamente manchándose el calzado de barro, aceite y rock and roll.
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