La tercera edición del Loop Festival quedó truncada por la caída de Fanfarlo. La nube del volcán islandés impidió el vuelo de la banda británica. Ilusión caída, pues se trataba de una cita muy esperada por otro nimbo: el del medio millar de seguidores dispuestos a vibrar con toda una plana de melodías eléctricas. Una ceremonia de reafirmación indie. A estas alturas, y con el listón en las atalayas que dejaron los Wave Pictures el año pasado, el Loop recibe a prosélitos militantes de distintas partes de andalucía y la península. El bar y tienda de vinilos de la calle San Matías de Granada se consolida como catalizador local de pop independiente. Según sus responsables, “una labor de activismo cultural muy necesaria en la ciudad”.
El contratiempo del cráter inclinó la balanza del lado del producto nacional. Los Punsetes brillaron con sus letras irónicas, pegadizas y la pose indolente de su vocalista, Ariadna. Parapeto tan propio del amateurismo impostado y que genera las mismas tirrias que cuando Los Planetas se subían a un escenario sin regalar una dádiva de complicidad. Si en la anterior entrega Manos de Topo protagonizaron el chiste que se repite con el segundo disco, Los Punsetes plantean ahora la incógnita de su reinvención. Es sólo pop. Y ellos saben condensar los sinsabores lúdicos bañados en alcohol, sexo y amistad. Sí, una discoteca llena de maricas como telón existencial. En el fondo, naturales como la vida misma.
Manel, en cambio, entroncaron con la tradición cantautoril, acústica y trovadoresca. Otro punto de vista. Como sus colegas de Antonia Font, el cuarteto revelación del panorama catalán desgranó el imprescindible cancionero de “Els millors professors europeus”. Y más Cataluña ‘power’: el meteórico The New Raemon. Ramón Rodríguez, antaño prodigado por esta tierra con el espectacular sonido de Madee, ha encontrado un formato de hechuras mayores empujado por su fuerza melódica y narrativa. Cuenta con músicos de pedigrí. Y fue el rey de la noche. Sólo tuteado por los titanes anglosajones, los galeses The Joy Formidable. En su caso, inundando la sala de voltaje, romanticismo y magnetismo. Art rock de pedalera y cacharrería furibundamente capitaneado por la rubia de bote Ritzy Bryan. Como Wendy James, pero más opaca y ruidista. Los acordes de sus himnos del vicio dieron paso a la sesión, desde Sevilla, de La Antonia Pincha. ¿Qué mejor forma de culminar esta fiesta del orgullo ‘indie’?
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