The War On Drugs publicaron a finales del pasado mes de octubre su nuevo álbum, ‘I Don't Live Here Anymore’ (Atlantic, 21), quinto ya de su discografía y con el que alargan un buen momento de forma que, en realidad, se extiende desde el principio de su carrera. Con la excusa de presentar las nuevas canciones, el grupo de Filadelfia se apuntó a la moda del streaming ofertando, desde lo que parece un bonito y acogedor local de ensayo que en realidad correspondía al Ukrainian Culture Center de Los Ángeles, un concierto en riguroso directo que pudo seguirse desde cualquier parte del mundo.
La banda ofreció un espectáculo de setenta y cinco minutos en la que desplegó, con su habitual precisión, esa mezcla de indie-pop/rock tan deudora de los ochenta, con la sombra de dos mitos como Tom Petty y Bruce Springsteen compartiendo protagonismo como influencia principal de Adam Granduciel y compañía. La actuación consiguió combinar así, en perfecta armonía, un delicioso aspecto pretérito –que en ocasiones incluso presume de rozar lo encantadoramente hortera– con ese pulso del todo vigente que la banda tiene ya en propiedad. Porque, a estas alturas, debe afirmarse que el sexteto ha conseguido trabajar un sonido plenamente reconocible, el mismo que lucen en directo con orgullo, en parte gracias a la ejecución vocal del propio Granduciel pero también motivado por una banda perfectamente engrasada y que busca el valor del detalle. Un proceso apreciable en este show íntimo, sin público in situ y que convenció en su misión de conectar con aquel espectador situado al otro lado de la pantalla. Un set que incluyó temas recientes como “Change”, la misma “I Don’t Live Here Anymore” (con la colaboración a los coros del dúo Lucius –Jess Wolfe y Holly Laessig–) que da título al elepé, “Old Skin” “Victim” y “Ocassional Rain” ejerciendo como cierre, pero también temas recuperados como “Red Eyes”, “Under The Pressure”, “In Reverse” o “Pain”.
‘Living Proof: The War On Drugs Global Live’ (21) se sitúa lejos de aquella experiencia consistente en ver al grupo sobre un escenario, y sacrifica intensidad y parte de la carga emotiva latente en el directo de la formación. Pero la experiencia resultó, en cualquier caso, gratificante y apta para apreciar en primer plano los entresijos de toda esa interpretación minuciosa, elegante e intachable, con el lucimiento de detalles concretos como el uso de incontables pedales, la precisión de la base rítmica formada por Charlie Hall y David Hartley, o esos teclados vintage manejados por Robbie Bennett.
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